Juntar dólares es la madre del borrego
Estamos frente a un nuevo paquete de medidas a priori de carácter informativo, eficientista y estratégico. Para los tiempos que corren, hasta puede confundirse como parte del resguardo frente al proteccionismo general que se derivaría de la crisis internacional. De allí al concepto emocional de salvaguardia del trabajo de los argentinos, que algunos usan para su propio provecho. También está la vieja idea madre, enterrada hasta por las modernas izquierdas de la región, del "modelo de sustitución de importaciones". La verdad es que estos conceptos no han reflotado en el mundo, sino que han muerto. Por eso, estas decisiones de verdadero control en 2012 son realmente inéditas.
Por lo tanto, "la madre del borrego" de esta decisión, ahora formal en materia de importación, se inscribe dentro de la lógica de la medida más relevante del último tiempo en materia macroeconómica, que fue la vuelta al control de cambios el 31 de octubre. Ese fue el verdadero mazazo, que cambió todo en materia de política económica, más allá de la magnitud mediática que tuvo la eventual reducción de subsidios a algunos servicios públicos.
Se trata de un proceso irreversible al cual sólo le cabe profundizarlo. La libertad de cambios y de comercio ha dejado de ser una variable donde decide la gente. Ahora decide el Gobierno.
La libertad de cambios y de comercio ha dejado de ser una variable donde decide la gente. Ahora decide el Gobierno.
Se trata conceptualmente de lo siguiente: la cuenta de la oferta neta de divisas que ingresa en el mercado oficial de cambios (el saldo del comercio exterior más el financiamiento comercial, más la inversión extranjera directa, menos el pago de utilidades y dividendos, más los servicios netos del sector privado, más otros servicios reales netos y turismo y viajes privados) tiene que ser un número tal que alcance para pagar la deuda en dólares del sector público.
Esto es así dado que el Gobierno no toma nuevo financiamiento por capital. Si en el mercado de cambios ese número supera lo que hay que pagar, subirán las reservas. A lo sumo se podrán vender algunos dólares a la gente para ahorro o atesoramiento (por supuesto a los que les da "consistente" impositivamente). Y punto.
Desde ya, lo máximo que puede ocurrir a priori con las reservas es que no caigan. Si en este proceso se requieren mayores prohibiciones, las habrá.
En números, presuponiendo que la drástica medida del 31 de octubre congela o lleva casi a cero cualquier ingreso neto positivo de capitales o financiamiento genuino a la Argentina, la oferta de dólares neta ha quedado reducida a lo que dé el comercio exterior, es decir, las exportaciones menos las importaciones, que no pueden dar menos de US$ 10.000 millones en el año, suficientes para pagar servicios de la deuda por entre 8000 y 9000 millones. El resto de operaciones netas debe dar, en el mejor de los mundos, cero.
El control de cambios sobrevino justamente por esta causa. Por eso utilidades, dividendos, viajes y el resto están desde ya en la picota. Los vencimientos de deuda, aun los privados, por ahora están fuera de discusión, porque eso ya sería default.
No es nuevo, pero de esto deriva la importancia de cuánto va a dar la cosecha, si lloverá o no y de cómo serán los precios internacionales. Siempre los agrodólares han sido la columna vertebral. Pero ahora lo que se está jugando es el grado de restricciones adicionales que va a tener la macroeconomía.
Desde ya que tasas de crecimiento importantes dejan poco margen para el racionamiento de importaciones. Pero insisto en "la madre del borrego", todo lo que no se logre por exportaciones y otros ingresos se verá reflejado en restricciones a las importaciones y otros egresos. Por supuesto, las consecuencias económicas en las personas van a ser diferentes en cuanto al derrame sobre la economía, la disponibilidad de bienes, la libertad de comercio. En fin, sobre la calidad de vida de la gente.
Esta es la ecuación que manda, derivada de un proceso de desconfianza que hizo salir US$ 75.000 millones del país en 52 meses. Dado este diagnóstico, está claro que el conjunto de medidas cambiarias no sólo no recuperan la desconfianza, sino que la profundizan. De allí la irreversibilidad del proceso, y que puedan esperarse decisiones de control adicionales, propias y hasta lógicas de los 70 y los 80.