La dirigente dispuso de millones de dólares de fondos públicos y constituyó un verdadero estado paralelo en la provincia norteña
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En Jujuy hay una historia que todavía está lejos de terminar. Y como se dice por ahí, solo es posible dejarla atrás si se empieza por contarla. De a poco, aquella voz tenue y temerosa que se levantaba contra los métodos y las formas que ejercía Milagro Sala se ha despertado. No son gritos todavía, pero muchos jujeños han decidido empezar a narrar sus padecimientos debajo de la líder social que por estos días está con prisión domiciliara.
Milagro Amalia Ángela Sala, tal el nombre con el que aparece en cada una de las 16 causas que se sustanciaron, es uno de los personajes más polémicos que ha dado la Argentina en los últimos años. La líder de la Organización Barrial Túpac Amaru fue retratada por varios documentales, libros y tesis de investigadores del Conicet.
Sin embargo, nadie, hasta ahora, prendió una cámara y un micrófono para escuchar a las víctimas de aquel sistema con el que Sala dispuso de millones de dólares de fondos públicos y que constituyó un verdadero estado paralelo en la provincia norteña. Fueron 15 años en los que se manejó a fuerza de dinero y miedo. La dosis justa de cada uno, como para generar una obediencia miliciana en gran parte de la provincia de Jujuy.
Tarde o temprano, cuando hay una historia, las palabras se abren paso. Por estas horas, un documental de 4 capítulos, que se puede ver online, avanzó sobre esa parte menos narrada de la organización social. Pese al miedo, a las amenazas y al temor a las represalias, varios jujeños dieron la cara. Prefirieron el riesgo antes que el silencio.
Pablo Racioppi es director de cine. En febrero, dice, empezó a tomar forma la idea: “Lo primero que hice es mirar todo lo que estaba publicado. Empecé a ver que en Internet aparecían cosas sólo de 2016 y de 2017, de la época que la detuvieron [Fue arrestada el 16 de enero de 2016] . Había muchos videos caseros en los que contaban lo que les había sucedido. Hay libros y documentales, pero en todos ellos se trabajaba sobre el personaje de Milagro Sala, sobre la utopía de la construcción de una ciudad donde gente que no tenía nada pudo hacer una vivienda. Era la consumación de esa utopía”.
A poco de ver, cuenta, empezó a encontrar una tensión en aquel proyecto social que había sido escrito y descripto en 2006 y 2007 por varios intelectuales, entre ellos Horacio Vervitsky, y lo que empezaba a conocerse después de la detención. “Decidimos contar la historia a través de la palabra de jujeños”, dice Racioppi.
Hubo un primer viaje con los contactos que habían hecho desde Buenos Aires. “Fuimos con la idea de entrevistar a las víctimas más expuestas, a las que habían contado la historia. Nos vinimos con un sólo testimonio, el de Mabel Balconte, una mujer que llegó a ser diputada por la Túpac Amaru. Luego, se fue y denunció a Sala por violencia, además de contar la operatoria con los bolsos de dinero, que se retiraban en efectivo del banco una vez que llegaban las transferencias de Nación”, recuerda.
No trajo demasiado de ese primer contacto con Jujuy. “Si no estábamos encolumnados detrás de la organización no teníamos nada. Íbamos a pedir una bolsa de mercadería y nos preguntaban: ‘¿vos estás con la Milagro?’ Si no estabas, no había nada. El Gobierno nos llevaba a encolumnarnos ahí; no había otra salida”, relató Balconte. A poco de andar surgió uno de los factores que determinan todo el trabajo: la violencia y la generación de miedo.
Lo cuenta Balconte: “Lo primero que se hizo fue armar cooperativas, y nosotros [estábamos] llenos de ilusiones. Y empezó la gran pesadilla. Una constante de ella era el maltrato, no es como la muestran”.
“¿Qué fue lo que encontraste?”, preguntó LA NACION a Racioppi. “Miedo, mucho miedo. Sentí que esa gente jamás había sido escuchada. Me contaron que cuando Milagro quedó detenida, varios se organizaron e hicieron un viaje a Buenos Aires. Nadie los recibió. Fueron al Congreso y creo que no los dejaron entrar. Hablaron con un senador, que los atendió de pasada y tomó nota; apenas eso. Luego consiguieron una entrevista con el entonces ministro de Justicia, Germán Garavano. Cuando llegaron, había tenido que salir. Los recibió la secretaria y tomó nota. Pasaron por algunos programas pero ahí terminó todo. Nadie los escuchó nunca”, responde. Justamente, de toda esa situación surgió el nombre del documental : “Jujuy desoído. Las víctimas de Milagro Sala”
Dice que le llamó la atención aquello de la falta de contención. “Hasta 2016, en la construcción de Milagro Sala y la Túpac Amaru no se escuchó a ningún jujeño. Con la detención, muchas víctimas lo hicieron, se expusieron, y vieron que no tenían contención, que estaban solos”, afirma.
El director, que compiló todo en cuatro capítulos donde decenas de jujeños relatan los padecimientos de aquellos años, sin embargo, siente que hay mucho más por contar: “Las cosas más crudas, los sucesos más escabrosos todavía no han salido a la luz. Estando allá, cuando preguntás, te das cuenta que hay mucho más, que todos te cuentan. Todos saben más”.
Muchos, la gran mayoría, todavía le tienen miedo a las represalia. Racioppi ejemplifica con algo que les pasó estos días de cámara encendida: “Las dos personas que nos ayudaron allá con las filmaciones y la técnica, nos pidieron expresamente que no pongamos los nombre en la película. De hecho al final, en el último capítulo hay apenas un par de nombres”
Pese a esta advertencia, las narraciones sobre la violencia y el miedo son el hilo conductor del documental. Daniel Orellana trabaja en una fundación. “Mi madre funda la organización 8 de Octubre y empezamos. Pero no conseguíamos nada, apenas 2, 3 o 5 planes para los compañeros. No se conseguía nada sin pertenecer. Pero no se podía discutir nada, alguien le quería discutir algo, era un trompazo. Había que agachar la cabeza.”
Varios relatos cuentan algunas historias de violencia extrema. “Si alguien desobedecía, lo llevaban al dique”. Allí, en ese lugar, estaba el predio con la casa de Sala, una vivienda rodeada de un parque y muros que la cercaban. Cerca, se encuentra un lago. “¿Querés ver pececitos de colores”, refieren varios que les decía en referencia a las aguas del lago. “A mi no me tocó ver los pececitos de colores pero me llevaron ahí. Me rodearon entre todos y ella me puteaba. Yo no le aflojaba la mirada, porque si lo hacías, aprovechaba. Cuando te pasaba eso, se podía esperar cualquier cosa; podías esperar la muerte. No había forma de decirle que no; no tiene límites”, dice Orellana.
Miguel Enríquez también formó parte de la organización. “Yo vi muchas cosas; ha pegado a mujeres, a vagos, a pibes. La Milagro no perdona, no perdona a un funcionario, menos va a perdonar a uno de abajo. Si tenía que reventar la cabeza con un casco, lo reventaba; y si se desmayaba, se desmayaba. Siempre pegaban. A mí me pasó, me quebraron el facial, me quebraron la ‘carretilla’. Yo estoy operado. Nos han tomado el pelo, nos han chupado la sangre.”, dice.
Enríquez es la pareja de Natalia Bazán. Él fue chofer y guardaespalda de Milagro; ella, secretaria. Aquella cercanía llevó a que en un momento de la militancia, Natalia accediera a que su hijo Octavio viviera en la casa de la líder de la Túpac. “Ella levantaba la bandera con los niños pero fue una maltratadora serial con ellos”, dice.
Su hijo vivió dos años en la casa de Milagro con un grupo de chicos. “Decían que iba a haber viajes, conocer. Pero no, era para dar pena, para decir que eras un hijo adoptivo de ella. Apenas ingresé ya le estaban pegando entre cinco a un chico en la pieza de la Milagro. Los que vivían me dijeron que diga todo que sí porque, de lo contrario, la Milagro te llevaba a la terraza y te pegaba con cuatro más. Yo por ahí estaba sentado y se burlaban. Una vez su hija me quemó en la oreja, de la nada. Atrás de la oreja, con un cigarrillo. Una vez me agarraron entre seis, en una pieza, me envolvieron en una sábana y me golpeaban con toda la fuerza; se reían. No podía defenderme, tenía diez años”, dice Octavio.
Cuenta Racioppi que lo que vendría después fue una de las cosas que nunca olvidará. El joven habló con su madre y se sentó frente a la cámara: “Hay un momento que pasó, pocos saben en la Túpac. Entraron dos adolescentes y en El Cantri, sufrí una violación. Yo no dije nada, me mantuve callado, por miedo. Y nadie me cree; ella lo escondió y todas las personas que estuvieron nunca dijeron nada”.
Como tantos secretos que se esconden entre los muros de las casas de barrio o entre la majestuosidad del altar que construyó en El Cantri, Octavio jamás lo había contado en público. Su madre, volvió sobre esa confesión de su hijo: “Ahí rompí con ella. Y si me preguntan por qué no lo denuncié fue por miedo, por temor a las represalias. Aún vivo con miedo”.
Nada termina ahí. Matías y Sebastián Romay, dos hermanos que pertenecían a la organización, relatan otro de los tormentos: el puente de la amargura. “Se armaba una doble fila como de 10 metros y había que pasar por ahí. Te tiraban trompadas, patadas, lo que venga. Era imposible pasar”, cuenta uno de ellos. El otro aporta: “Una vez me dijo, con un arma, que sabía que tenía un hijo”. Y explicó que Sala tenía otra frase: “A mi no me va a temblar la pera”.
Carmen Rosa Fernández trabajaba en los talleres de la Túpac. “Al ver tanto dinero y poder, ella se enriqueció. Y entonces, empezó el maltrato. Yo daba cursos de capacitación y vi el maltrato a mis compañeras que daban corte y confección. Eran señoras mayores y les hablaba mal. ‘Qué te dije yo, vieja de mierda’. Era prepotente. Golpeaba a personas grandes. Yo fui testigo de los golpes”.
Natalia Bazán agrega: “Alzaba las bandera con las mujeres y ella misma te denigraba porque eras blanca, o porque eras gorda, o linda, o negra. Hubo compañeros que terminaron mal porque se pasó de la raya. Soledad Mendoza sufrió reiterados ataques físicos y su propiedad fue usurpada dos veces. Hizo 16 denuncias. Vive con custodia permanente.
Todo había empezado a inicios del kirchnerismo. Según un documento de archivo, en una charla que Milagro dio en la Biblioteca Nacional, en el espacio de Carta Abierta, los funcionarios le indicaron que tenía que formar cooperativas. “No nos daban plata porque no teníamos cooperativas. Le habíamos mentido, le dijimos que sí teníamos. Era lunes y para el viernes teníamos que tenerlas armadas. Preguntamos y nos dijeron que por lo menos tardaban seis meses. Pedimos los papeles, los llenamos y en dos días completamos las 50 cooperativas”.
Así se completó el andamiaje legal como para que el dinero de la Nación llegue a Jujuy. “La hicieron trabajar para el Gobierno y la llenaron de plata. Lo que pasó acá era una prueba piloto: crear muchas Milagro Sala en todos lados. Juntaban la plata y con eso tenían la dominación del pueblo”, dice el líder sindical jujeño Carlos “el Perro” Santillán.
El documental transcurre, además, por los retiros del dinero en efectivo que llegaban desde la Casa Rosada y la manera en que se construían las casas. Camina por las amenazas que recibían quienes vivían en ellas, obediencia a cambio de techo, y sobre la manera en que obligaban a militantes a hacer una cola en un banco para retirar los pesos en efectivo y entregarlo a la Túpac.
En otra parte, Natalia Soruco y Raúl Jorge Méndez, miembros de la Comunidad originaria Maymaraes, cuestionan la pertenencia de Milagro a alguna comunidad de pueblos originarios y relatan cómo solían viajar a Bolivia a comprar indumentaria para los desfiles, o los viajes a Buenos Aires. “Se disfrazaban; pero nunca representaron a ningún pueblo originario”.
Además de las imágenes sobre los desfiles, con un dejo de marchas de tropas soviéticas, es posible sobrevolar El Cantri, el principal barrio en Alto Comedero, Jujuy, donde estuvo el epicentro del poder. Allí aún permanece una gigantesca pileta, un templo con ínfulas inca, pero de hormigón, donde Milagro Sala hacía ceremonias indígenas, como los festejos de la Pacha Mama, y las casas con el tanque de agua en el que se estampaba una figura del “Che” Guevara.
Pero más allá de aquellos recuerdos del imperio de la Túpac, lo que permanece quieto es el dolor. Mirian Vilte y Desiderio Condorí son los padres de “Pato” Condorí, un joven muerto en Humahuaca cuando gran parte del pueblo quiso resistir una toma de un terreno. Habían llegado en colectivos decenas de integrantes de una cooperativa a la que se la relacionaba con la Túpac. El pueblo se resistió y se enfrentaron.
Una bala mató a Pato en 2012. El pueblo se enfureció y quemaron varios vehículos en los que habían llegado los intrusos. Finalmente, no hubo toma. A nueve años de aquella muerte, en la entrada al pueblo se puede ver un cóndor de alas abiertas, construido con los hierros retorcidos de los autos que fueron quemados en aquella resistencia.
Todos los años, frente a ese lugar, se celebra el Día de la Dignidad Humahuaqueña. En esos pagos, la lucha por la dignidad se le interpuso el miedo, el sometimiento y el silencio. Pasó el tiempo y de a poco, muy de a poco, las palabras empiezan a abrir su propio camino.
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