Jugar con fuego en la estación de servicio
El gobierno que encabeza Alberto Fernández parece decidido a encerrarse cada vez más en las indefiniciones a las que lo obliga su supervisora política. Suponiendo que él mismo no sea parte de la misma estrategia. Pero lo que en cualquier circunstancia política, económica y sanitaria sería un tema delicado, en la situación actual de la Argentina, que incluye todos esos aspectos y los potencia, las desinteligencias internas en el Gobierno llevan a pensar en la posibilidad de una crisis de características impredecibles.
Al gabinete solo parece importarle si Martín Guzmán no es demasiado ortodoxo como para que Federico Basualdo se mantenga en su puesto pensando que la Argentina no tiene necesidades fiscales para financiar la ayuda social, o que, en todo caso, si Joe Biden puede emitir el dinero que quiera para surfear la crisis, por qué no podría hacerlo su par argentino. Juegan con fuego en el playón de la estación de servicio. Repasemos algunos datos.
En febrero de este año había 11.982.000 trabajadores registrados (en blanco), 1% menos que un año atrás. Pero la cantidad de asalariados privados cayó 1,4%, y aumentaron 1,2% los empleados públicos. En cualquier caso, datos oficiales y privados muestran que, en términos estructurales, la tasa de informalidad (empleo en negro) ya supera la mitad de la población empleada.
Esas personas son las que se vieron más afectadas por las restricciones que la pandemia obligó a aplicar, al no tener ninguna posibilidad de trabajar durante la cuarentena estricta. Hacia ellos fue dirigido el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), uno de los motivos de la disputa entre el kirchnerismo y el ministro de Economía.
El desempleo afecta a 2,2 millones de personas (datos del Indec al cuarto trimestre de 2020), unos 360.000 más que un año antes.
En ese mismo lapso, la pobreza aumentó 6,5 puntos y afecta al 42% de la población. Una proyección a todo el país muestra que son 19 millones de personas. La indigencia, aquellos a los que no les alcanza para pagar una canasta de alimentos, fue de 10,5% (4,8 millones). Y tal vez el dato más hiriente: son pobres el 57,7% de los chicos de menos de 14 años: 6,3 millones.
Hasta aquí la deuda social (no solo de este gobierno, por cierto).
Pero no es la única, en un país tristemente acostumbrado a vivir por encima de sus posibilidades.
Por si fuera necesario aclararlo, vale tener en cuenta que, como casi todo el mundo sabe, la Argentina no es lo mismo que Estados Unidos y Joe Biden no es Juan Domingo, como lo comparó Alberto Fernández. Entre otras cosas porque ese país puede emitir moneda para afrontar los gastos urgentes sabiendo que no tendrá ningún problema en obtener financiación. No es solo un tema de tamaño, sino, sobre todo, de confianza.
La Argentina debe pagar este mes US$2400 millones al Club de París (fruto de un acuerdo sellado por el entonces ministro Axel Kicillof, por si alguien no lo recuerda) y otros US$3800 millones al FMI entre septiembre y diciembre.
Convencido de que no podría cerrar un acuerdo con ese organismo en mayo (como se había propuesto), el ministro Guzmán evalúa honrar esos pagos con los fondos adicionales que el FMI entregará a los países miembros más necesitados. En el caso de la Argentina serían unos US$4300 millones. Pero ahora los senadores kirchneristas proponen no pagar esas deudas y usar los fondos para gastos derivados de la pandemia. Como si las chicanas políticas no tuvieran costo alguno.
Si Guzmán decide irse por la sucesión de desplantes de su propio gobierno, ¿cómo lo interpretará el mercado? Porque, más allá de que la Argentina tiene cerrado el crédito externo, los inversores locales también serán aún más remisos a financiar al Gobierno. Guzmán lo viene sintiendo en carne propia en las últimas colocaciones de bonos. Por otra parte, ¿quién sería su reemplazante? En todo caso, no hay muchas dudas de quién lo designaría.
Hasta ahora parece haber optado por quedarse y acompañar al Presidente en su gira europea. No cambiaría mucho la situación, dado que su credibilidad ya está dañada.
La Argentina tiene problemas muy graves que solucionar, o al menos paliar, de aquí en adelante. Sería hora de dejar de jugar con fuego frente a los surtidores.
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