Jorge Remes Lenicov_ “En la política prevalece el voluntarismo, pero no hay salida fácil para una situación compleja como la actual”
Quien dos décadas atrás se puso al frente de la salida de la convertibilidad dice que, como entonces, hoy dolarizar no es buena idea; su visión sobre el gasto público, los planes, el riesgo de hiperinflación, lo que debería hacerse y los costos de la gestión kirchnerista
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Como un balde de agua helada sobre la cabeza. Así, según cuenta él mismo, le cayeron a Jorge Remes Lenicov seis palabras pronunciadas por el entonces presidente de la Nación, Eduardo Duhalde, en el discurso dado en el Congreso Nacional en los primeros días de 2002: “El qué depositó dólares, recibirá dólares”. Remes Lenicov, que estaba al frente del Ministerio de Economía, se había ocupado previamente, con funcionarios de su equipo, de preparar la parte de la exposición referida a la economía, pero esa frase no había sido incluida. De hecho, quien aplicó como política una fuerte devaluación para salir de más de una década de convertibilidad en la Argentina, afirma hoy que nunca se había pensado que podría cumplirse tal promesa, al menos en un plazo breve, simplemente porque los dólares no estaban en los bancos. Alguien había retocado el texto.
A poco más de dos décadas del hecho y a sus 74 años, el exfuncionario decidió dedicarle al “desencuentro entre la política y la economía” una buena parte del libro recientemente publicado en el que cuenta su experiencia de entonces (115 días para desarmar la bomba, Editorial Ariel). El texto incluye su visión sobre las políticas de los años posteriores, que trajeron al país hasta la crisis actual. La desconexión entre la economía y la política y la falta de sinceramiento, de cara a la sociedad, sobre la situación y lo que se cree que hay que hacer para solucionar los problemas son recurrentes, según el economista– y están entre las causas de que la Argentina se enfrente una y otra vez a los mismos problemas, mientras esquiva debates y medidas de fondo.
El país tuvo una oportunidad, afirma, “de construir un sistema para que la economía creciera de manera sostenida”. Fue en la gestión de Néstor Kirchner, a quien, bien a contramano del discurso kirchnerista, identifica como el mandatario que recibió, en materia económica, “la mejor herencia de todos los presidentes de los 40 años de la democracia”. Pero la oportunidad se perdió, evalúa, porque en vez de buscar ganar más competitividad y productividad a partir de variables macroeconómicas ordenadas, “se aumentó el gasto público y se subieron los impuestos”.
La gran tarea hoy por delante, una vez más y según el exministro, es ordenar la macroeconomía para que se respeten sus reglas básicas: tener precios relativos (salarios, tarifas, tipo de cambio y tasas de interés) que no necesiten ajuste para que no generen presiones, y mantener un equilibrio fiscal, monetario y de la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Remes Lenicov estuvo al frente de Economía entre principios de enero y fines de abril de 2002. Es común que se diga que hizo el “trabajo sucio” de devaluar la moneda tras una década de vigencia del uno a uno entre el peso y el dólar y en medio de una crisis social, política y económica de enorme magnitud. Dice hoy no fue “trabajo sucio”, sino que se hizo lo que se consideró que debía hacerse y que no había opción menos costosa. Y que dejó el cargo, a 115 días de asumir, por un intento hecho desde la política de cambiar el modelo, poniendo en riesgo los esfuerzos por tener una macroeconomía ordenada.
–Usted cuenta que en su gestión recibía muchas presiones y que estaban quienes pedían la dolarización. ¿Por qué consideró que no era buena idea y por qué cree que tampoco es buena idea ahora?
–Con mi equipo habíamos empezado a trabajar a fines del 98 en un plan para salir de la convertibilidad, pensando en las elecciones del 99. En ese momento había reservas, no estaba el corralito ni el default de la deuda. Cuando nos tocó estar en el gobierno ya estaba el programa hecho y por eso pudimos implementar medidas rápidamente, aunque las condiciones eran otras. En 60 días hicimos todo lo que pensábamos que había que hacer. Y había varias posiciones; una que decía que había que aumentar el gasto, controlar precios, subir salarios, romper con los organismos internacionales... Eso hubiera llevado a una situación tipo Rodrigazo o hiperinflacionaria. Y había quienes decían que había que dolarizar. Nos opusimos por lo mismo que sigo pensando ahora. La Argentina necesita un programa semejante al que hacen todos los países del mundo cuando salen de una situación complicada. Ningún país de tamaño mediano está dolarizado, sino que cada uno tiene su propia moneda y mantiene las reglas básicas de la macroeconomía: precios relativos que no necesiten mayor ajuste y equilibrio fiscal, monetario y de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Nos opusimos por entender que un país que se está desarrollando necesita tener todos los instrumentos de política disponibles; con la dolarización se pierde la capacidad de hacer política monetaria y cambiaria y uno queda ligado a la moneda de los Estados Unidos, que es un gran país, pero tiene sus intereses geopolíticos. Además, para dolarizar se requieren entre 30.000 y 40.000 millones de dólares que no tenemos. Lo que hay que hacer es ordenar la macroeconomía, aumentar la producción, tener otro tipo de relación con el mundo. Me preocupa que se planteen salidas fáciles, porque nuestra economía es muy compleja y hace 12 años que no crecemos; el PBI per cápita es igual al de hace 15 o 16 años. Prevalece el voluntarismo y a las situaciones complejas les corresponde un programa complejo, que tiene que ser integral. Nosotros teníamos una política monetaria y fiscal definida, una política externa, una de ingresos, hicimos frente al tema del corralito, a la pesificación. Hay que ocuparse de todos los sectores y eso incluye lo social; por eso, con parte de lo que obtuvimos por las retenciones se puso en marcha el plan Jefas y Jefes de Hogar. Un error que se suele cometer en nuestro país, sobre todo en campañas, es que se hacen promesas sin considerar las restricciones y los instrumentos. Se dice: vamos a bajar la pobreza. Sí, pero, ¿cómo? Porque la pobreza es un problema que proviene, entre otras cosas, de la falta de empleo. Y falta empleo porque hay poca inversión. Y hay poca inversión porque hay poco ahorro y porque no hay credibilidad ni previsibilidad.
–También se habla, como plan, de aumentar las exportaciones.
–En volumen, las exportaciones están estancadas desde hace 8 o 10 años y, además, se primarizaron. Bueno, para aumentarlas hay que mejorar la competitividad. La devaluación puede servir para un corto plazo y solo si se hace en conjunto con una política monetaria y fiscal. Lo mismo con los salarios, van a aumentar si mejora la productividad, porque cuando suben los salarios y el resto sigue igual, la inflación se come eso a los dos o seis meses. Hay mucha irresponsabilidad en cosas que se dicen o se proponen y eso tiene que ver con la grieta política que lleva a que no haya diálogo. En 2001, 2002, el justicialismo funcionaba como un partido y el radicalismo también, y teníamos contacto permanente; se pudo hacer lo que se hizo por el acuerdo Duhalde-Alfonsín. Las cosas se charlaban, pero eso se perdió.
“Se dice: vamos a bajar la pobreza. Sí, pero, ¿cómo? Porque la pobreza es un problema que proviene, entre otras cosas, de la falta de empleo. Y falta empleo porque hay poca inversión. Y hay poca inversión porque hay poco ahorro y porque no hay credibilidad ni previsibilidad”
–¿Cómo ve a la dirigencia política?
–Veo que en general se prepara para gobernar y cuando es electa no toma en cuenta las reglas básicas que rigen en toda economía de mercado. Casi todos los países respetan esas leyes y acá les gusta más hablar de soluciones fáciles. Y los problemas nunca se resuelven. Cuando yo era ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, se hizo la Constitución de 1994 y ahí se dispuso que en 1996 se debía aprobar una nueva ley de coparticipación de impuestos. Va más de un cuarto de siglo y no pasó nada. Nunca discutimos, por ejemplo, el perfil industrial. Siempre “tenemos que...”, pero nunca es momento para discutir esas cosas, la coyuntura nos atrapa porque siempre caemos en el mismo problema. Salvo un breve período, en 40 años de democracia siempre tuvimos inflación alta y nunca tomamos el toro por las astas. Algún día hay que sincerar. A mí me tocó hacerlo y decir: miren, hay tantos millones de dólares en depósitos de ahorristas, y es de ustedes, tienen razón, pero no están los dólares.
–Usted cuenta que la frase “el que depositó dólares, recibirá dólares” no estaba en el discurso original de Duhalde y que tuvo que desmentirla. ¿Le parece que en ese hecho hay una buena síntesis de la desconexión entre política y economía? ¿Muestra, además, que frente a la necesidad de sincerar, a la sociedad no siempre le gusta que le digan la verdad?
–Algunos miembros de mi equipo y yo redactamos la parte económica de ese discurso, pero algunos se asustaron por lo que decía [que los depósitos serían devueltos respetando su poder adquisitivo] y le dijeron al presidente: decí que vas a devolver los dólares. La desvinculación entre política y economía ahí se vio en el no sinceramiento. Cuando uno dice la verdad hay gente a la que no le gusta, pero yo podría entender que ciertas cosas se digan en campaña o desde un lugar sin responsabilidad. Pero cuando uno está en un gobierno recién asumido, si no aprovecha para decir las cosas como son, ¿cuándo las va a decir? Hay que ordenar la macro y, así como hace 20 años el eje conductor era salir de la convertibilidad, hoy es estabilizar los precios.
“El blue y la velocidad del dinero alimentan el proceso inflacionario y el Estado no tiene ahí capacidad de maniobra”
–Y frente a ese eje, ¿qué sería hoy sincerar la economía? ¿Una devaluación más acelerada?
–Tener un programa integral, para lo cual se necesita poder político. Eso incluye tener precios relativos que tiendan al equilibrio y no sufran presiones; hoy el tipo de cambio oficial está atrasado, las tarifas están atrasadas. Pero no tiene sentido hacer algo con eso si se hace como algo aislado y a destiempo. Además de la integralidad de la política económica, se necesita que el presidente, el Gobierno y los del partido gobernante estén de acuerdo, y que el Ministerio de Economía y el Banco Central trabajen al unísono. Y se debe ejercer el poder, porque es cierto que hay que conversar, pero cuando uno lleva adelante una política, no puede estar haciendo cambios ni quedar supeditado a lo que dirá tal o cual.
–Hoy hay un gobierno que está terminando su período y su poder está muy quebrado, incluso por enfrentamientos internos.
–Efectivamente. Es un factor que hace que implementar un plan integral no sea fácil. También es cierto que cuando llegó el actual gobierno, el Presidente dijo que primero iba a negociar la deuda, después hacer el presupuesto y luego el programa económico, aunque aclaró que él no creía mucho en los planes. Metodológicamente es exactamente lo contrario, uno tiene que hacer un programa económico, luego el presupuesto y, a partir de ahí, negociar la deuda. Esperamos como un año la negociación de deuda y, mientras tanto, la economía siguió sin direccionamiento. Creo que fue un error muy importante; se perdió tiempo y capacidad de decisión. Estamos en una situación muy complicada.
–Cuando faltan varios meses para el recambio de autoridades, se dio la escalada del dólar blue y los precios no frenan su ritmo ascendente. ¿Ve riesgo de hiperinflación?
–Es muy difícil responder eso, porque no sé qué va a hacer el Gobierno. Para que haya hiperinflación tiene que haber al menos dos o tres factores. Uno es el comportamiento de la emisión monetaria y eso depende del Gobierno, pero hay dos cosas que alimentan el proceso inflacionario y sobre las cuales el Estado no tiene capacidad de maniobra: el valor del dólar blue, partiendo de la base de que en nuestro país el dólar marginal tiene impacto por las expectativas, y la velocidad del dinero, que es algo que decide la gente, porque si se asusta y va rápidamente al supermercado a gastar, eso genera mayor presión inflacionaria. Estamos en situación muy incierta y lo mejor que le podría pasar al gobierno es que la cosa no empeore.
–Siempre el temor de la devaluación está en cuánto será el traslado a precios. Hoy ya hay traslado por la suba del dólar blue y por expectativas. Supongamos una devaluación de 30% o de otro porcentaje del tipo de cambio oficial, ¿qué efecto concreto tendría?
–En 2002 devaluamos 300%, tuvimos un pico de inflación, pero después empezó a bajar. En el último trimestre fue de 3% anualizada. ¿Por qué? Porque esa devaluación se hizo en un contexto de política de contención, de una política fiscal muy austera y de una política monetaria restrictiva. No controlamos ningún precio en el mercado. Y hubo una estabilidad después que se mantuvo varios años. Si no se hacen otras cosas y la única medida es devaluar 30%, los precios subirán más y eso se comerá la devaluación en un par de meses. Hoy el Gobierno devalúa en grageas, pero si hubiera una devaluación de 30 o 40% manteniendo el resto como está, lo que sigue es una suba de los precios. ¿De cuánto? Eso es algo imposible de saber, porque la incertidumbre no es medible.
–Mencionó el plan Jefas y Jefes de Hogar. Con los años hubo una expansión de programas que al día de hoy son el eje de varios análisis, desde la visión de que esas transferencias amortiguan los efectos de la crisis, hasta las advertencias sobre el costo fiscal y los efectos en cuanto a que dificultan el posible crecimiento del empleo formal. ¿Cómo evalúa lo que pasó en estos 20 años con la política de ingresos sociales?
–En aquel momento se pusieron en marcha rápidamente dos millones de planes. Que hoy sean muchos más muestra el fracaso de las políticas, porque no se creó empleo suficiente para bajar la pobreza y no se aumentó la productividad lo necesario para que los sueldos crezcan; el salario real es el mismo de hace 15 años. El empleo que más aumenta es el empleo en negro y eso, con una pobreza de 40%, es reflejo de lo mal que se ha actuado. Hoy los planes no se pueden sacar, en primer lugar, por un tema moral. Tienen un costo fiscal que hay que asumir hasta que empiecen a tener efectos medidas para que se cree empleo a partir de mayores inversiones. Esa es la única forma sustentable de bajar la pobreza.
“Con los subsidios por los servicios públicos se despilfarró mucho dinero en los últimos años, porque los más ricos fueron los más beneficiados. Y en eso se van varios puntos del producto”
–¿Y qué hacer para reducir la informalidad laboral?
–Hay que revisar la legislación laboral y lo impuestos. Cuando uno habla con personas que pagan salarios, ve que entre lo que va al bolsillo y el costo empresarial hay un 60% de diferencia, eso es un incentivo muy grande para no formalizar.
–Pero, ¿qué margen real hay para actuar sobre ese costo, cuando el gasto público está tan alto y cuando gran parte va a jubilaciones? Y si se busca reemplazar la recaudación, aparece la consideración de que la presión impositiva ya es muy elevada.
–Es que estamos con un nivel de gasto público que no se puede financiar.
–¿Y cómo bajarlo?
–El tema más importante es el costo de la inversión pública; viene luego el gasto en bienes y servicios y la cantidad de personal en el sector público. No se puede echar, pero debería haber una política de 15 años de congelamiento, no de cargos sino de vacantes. Y, entonces, después de 10 a 15 años habrá una planta un poco más racional. No hay medidas milagrosas ni de un día para otro.
–¿Y con el tema de los subsidios en los servicios públicos?
–En los últimos años se despilfarró dinero, porque los más ricos fueron los más beneficiados. Las personas más adineradas son las que más energía consumen, y tuvieron un descuento en las tarifas igual que un pobre. Hay que subsidiar a la demanda y no a la oferta. Cuando el gobierno le da el dinero a las empresas, las empresas no le suben las tarifas a nadie. Y, además, siempre hay sospechas de cuánto dinero les da y por qué. Pero supongamos que no hay ninguna cosa rara: se subsidia al pobre y al rico. Y en eso se van varios puntos del producto.
–Hay una cuestión vinculada con la política que usted menciona y que es la construcción del relato. Dice que Néstor Kirchner buscó instalar que todo empezó a mejorar en mayo de 2003, cuando eso había ocurrido antes. ¿Cómo cree que influyen finalmente esos relatos en la sociedad y en las crisis?
–Néstor Kirchner tuvo la mejor herencia de todos los presidentes de los 40 años de democracia. Cuando asumió, la inflación era de 3% en términos anualizados, que es estabilidad, la economía crecía al 8%, había superávit fiscal y de cuenta corriente, había reservas por 14.000 millones de dólares. Y ellos, como parte de ese relato, dijeron que la situación mejoró cuando llegaron. No fue así, cuando llegaron la situación ya había mejorado mucho. Néstor tuvo todas las posibilidades de construir un sistema para que la economía siguiera creciendo de manera sostenida. La economía creció por lo que se había hecho en el inicio de 2002 y, después, por los precios internacionales. Cuando lo que hicimos en 2002 fue cambiando y los precios comenzaron a bajar, entramos en un estancamiento. Se empezaron a primarizar las exportaciones y comenzó a caer la industria. En lugar de usar el stock que se había acumulado para buscar más competitividad y más productividad, se aumentó el gasto por el empleo público y se subieron los impuestos. Los errores se pagan y creo que los estamos pagando. El problema de que no crecemos hace 12 años es un problema propio, fue generado internamente. No podemos echarle la culpa a otros.
Mini bio
- Jorge Remes Lenicov nació en 1948 en la ciudad de La Plata; es economista por la Universidad Nacional de La Plata
- Trayectoria en el sector público. Fue ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires (1989 a 1997), diputado nacional por el Partido Justicialista, ministro de Economía de la Nación (2002) y embajador ante la Unión Europea
- Otras tareas. Fue consultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; en 2012 escribió Bases para una economía productiva y recientemente publicó 115 días para desarmar la bomba, sobre su gestión en el gobierno de Eduardo Duhalde
- Actualidad. Dejó la política partidaria hace 15 años y dice que no volvería a la función pública. Es crítico de quienes asumen un cargo “como un trampolín para ocupar otro lugar”
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