Dicen que los mejores recuerdos se componen de pequeños momentos. Jorge Gómez, el empresario que se inventó a sí mismo, está en Mónaco. Detiene la marcha de su Pagani Zonda C12 y, mientras escucha una canción de Gustavo Cerati, llora repentinamente. Quizá recuerda su infancia. La vivienda familiar en La Matanza, en Lomas del Mirador, era una prefabricada con techo negro de cartón y brea. En los días cortos, de noches largas y frías que calaban los huesos, el invierno era el peor enemigo. Afuera de la casa estaba la bomba manual para sacar el agua. Adentro, no había ni siquiera baño. El fuentón se presentaba entonces como la mejor ducha posible. Quizá, sin embargo, el llanto es simplemente la emoción de sentir el motor de 555 caballos de fuerza de uno de los autos más exclusivos, sofisticados y potentes del mundo. "Yo sueño despierto lo que quiero que me pase", dice y enfatiza cada palabra. Doña Rosa, su mamá, que hoy tiene 85 años, cree que a su hijo le va bien porque sigue orando todos los días en una iglesia distinta y prende velas pidiendo por él.
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Era el último día de clases. Su madre, catamarqueña y trabajadora incansable que cosía camisas en cantidad para un fabricante de Once, y su padre- tractorista, obrero, y empleado de una empresa de fundición- invirtieron todo lo que tenían para mandarlo a un colegio privado. Se mudaron del pueblo de Comodoro Py, en Bragado, a La Matanza. Sus amigos y compañeros comentaban sobre su futuro: algunos decían que querían ser médicos, otros abogados. Jorge, en cambio, espetó: "Yo voy a hacer plata". No sabía cómo, pero tenía una certeza. No tenía miedo a animarse y probar.
Gómez, hijo único, creció sabiendo qué eran los lujos: todo lo que él y su familia no podían tener. No tenían auto, nunca se fueron de vacaciones y las gaseosas eran solo para el fin de semana.
Rosa lo vestía todos los domingos de un blanco impoluto para asistir a misa, mientras le repetía que era capaz, inteligente y que podría hacer cualquier cosa que se propusiera. Para Gómez, fanático de los autos, la vida siempre fue como una carrera. Hay que acelerar, arriesgar, a veces frenar, pero nunca detenerse.
Excéntrico por convicción, gastó zapatos caminando y escuchando a los que sabían más que él. Una breve descripción de sus comienzos diría lo que sigue. Profesión y vocación: vendedor. Fue empleado en relación de dependencia sólo seis meses en su vida. Tuvo un local de bijouterie. Fabricó mousse de chocolate y, según se jacta, lo popularizó en los restaurantes cuando era un postre de lujo, junto a su primer socio, que falleció años después cuando asaltaron la pizzería de la que era dueño y le dispararon. Vendió fiambres y quesos -hasta que los ratones invadieron el depósito-, fue propietario de un supermercado, una agencia de fletes, un comercio de venta de galletitas al peso y una casa de comida con servicio de viandas y empanadas. Todo antes de los 25 años.
A veces tenía dos o tres tarjetas de presentación personal, ya que hacía varios trabajos a la vez. Cuando arrancó a hacer una matriz para las cajas de plástico, la época en que creció económicamente, el primer matricero lo estafó. De bronca, le compró a una vecina un revolver Bagual 22, viejo y deteriorado, que no pensaba usar.
Su racconto diría también que, cuando un fabricante de juguetes que se había fundido, le ofreció dos mil cajas automáticas, las vendió en un mes. Gómez casi le suplicó que hiciera más, muchas más. No lo pudo convencer y la única opción fue entonces comprarle las máquinas y la fábrica. No tenía plata, vendió su casa, la coupé Taunus y el Jeep y se fue a vivir a lo de su suegra. Siempre a fondo. Así empezó con Roker hace 37 años, su empresa de materiales eléctricos, que hoy cuenta con más de 100 empleados.
Un breve repaso por su vida detallaría que la fábrica de la empresa, que tiene 7200 metros cuadrados y un mueble con forma de Ferrari en la oficina principal, fue comprada en 2002. Gómez no tenía plata para afrontar la operación y el país atravesaba una de sus peores crisis económicas y endémicas. El vendedor, un financista, necesitaba liquidez y quería deshacerse de las instalaciones porque tenía miedo de que las usurparan. Le pidió, casi le suplicó, que la comprara y la transacción se completó por la módica cifra, casi surrealista, de 4400 dólares. Sí, 60 cuotas por ese monto, ajustables por la tasa de Estados Unidos, que en ese momento era de cerca del 5%. Hoy el alquiler solo de esa propiedad valdría cerca de 10 mil dólares mensuales. "En toda crisis siempre hay una oportunidad", dice Gómez.
Si le preguntaran por qué el nombre Roker, respondería que surgió al azar, y fue idea de su socio. Si indagaran un poco más, quizá contaría que fue una excelente decisión. Al poco tiempo que lo patentaron, una reconocida empresa de celulares quería ese nombre para uno de sus modelos. Les pagaron 65 mil dólares para poder usarlo.
Un capítulo aparte consignaría su pasión por los autos, el arte y alguna de sus locuras. El encargado de finanzas de la empresa suele agarrarse la cabeza cuando Gómez le pide, sin previo aviso, efectivo para comprar algún auto o una pintura.
Su currículum subrayaría, seguramente, que no tiene vergüenza ni miedo al ridículo, la mayoría de las veces una cualidad, aunque alguna vez le haya jugado en contra. Y claro, destacaría, que fue el primer argentino y latinoamericano en tener un auto del célebre diseñador y constructor argentino Horacio Pagani, sin tener la plata necesaria. Lo convenció de comprarle en cuotas su auto personal. Para un vehículo que hoy no baja de los 2 millones de euros, y hay lista de espera para poder hacerse de uno, es más que una buena anécdota.
Si hubiera un apartado para su vida personal, apuntaría que tiene 61 años, es sagitariano y extrovertido. Agregaría que una de sus bandas favoritas es Los Beatles, que no le interesa el fútbol, al punto que pasó de ser seguidor de San Lorenzo a Boca, algo por lo que su mujer, Gabriela, fanática de ese deporte y de River, al día de hoy le reprocha.
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Que sus dos hijos mayores, Mariano, de 35, y Federico, de 33, trabajan en la fábrica. El primero es gerente general y el segundo gerente de marketing, y que prefieren el bajo perfil al igual que Solana, de 30, Victoria de 17 y Valentina, de 16. Que tiene dos nietos, Charo y León, ambos de tres años, y que hay uno tercero en camino, Marcos.
A lo mejor también diría que su padre, Rodolfo Marcelino, al que todos le decían Rolo, tenía problemas con el alcohol. Jorge sufría mucho cuando era chico al verlo borracho y le daba vergüenza toda la situación. La relación recién mejoró -añadiría en el repaso por su vida personal- cuando ya era adulto. Cuando murió, tuvo que hacer terapia para poder perdonarlo y, aún así, no lograba hacerlo. Un día soñó que se abrazaban. Se despertó asustado y empapado de sudor. La escena era demasiado real. Fue recién en ese momento cuando la herida sanó. Ya no había más rencor.
La síntesis no dejaría de mencionar que para él su mamá era más fuerte que el mismo Rocky y, que muchas veces la llama así. Trabajó jornadas interminables para que no le faltara nada y para cuidarlo. En los días malos, cuando el alcohol se apoderaba de Rolo, no temía enfrentarlo, pese a la diferencia de tamaño y complexión. Ella, de estatura chica y flaca; él era grande y de composición robusta. Muchas veces las disputas familiares terminaban con la intervención de la policía.
Jorge llora cuando recuerda. El pasado se hace latente. Y los gritos, cada vez más fuertes. Reina la confusión. Ahora está otra vez en la casa prefabricada. Rolo le pega un cachetazo a Rosa. Ella se defiende. Se siente el ruido. Como si fuera una daga, atraviesa la piel. Le acaba de clavar un cuchillo en la mano a Rolo. Esa fue la última vez que le pegó a su mujer.
Había también días buenos y alegres -señalaría la descripción personal-. Y eran muchos. Tanto Rosa, su heroína, como Rolo, lo apoyaron para que forjara su futuro. Confiaban en que el chico, de sonrisa amplia y optimista, alcanzaría las metas que tenía, sin importar la magnitud de esos sueños. Cuando Jorge tenía 18 y terminó el colegio, sus padres fueron contratados como encargados de un edificio en Recoleta. Apostaron al futuro. Vendieron su casa y le dieron a su hijo todo el dinero. Sabía que tenía que cuidarlo, eran sus ahorros de toda la vida. Y sabía que quería ser emprendedor.
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Es un mañana de diciembre y la lluvia copiosa reduce al mínimo la visibilidad. En el barrio El Golf, en Nordelta, sin embargo sobresale, en una de las casas, una escultura de tres metros. Una mano sale de la tierra con un lápiz y dibuja la silueta de un auto. Es el Pagani Zonda C12.
Para su creación se usaron los restos del primer auto que Pagani compró. El Toyota Corolla del año 81 estaba abandonado, en pésimo estado, y fue localizado por un admirador de él, Diego Posso. Costó solo 200 dólares y para Gómez su valor real era invaluable. ¡Era el auto de El Capo! - como le dice de él- del artista, del diseñador, del constructor de Casilda que alcanzaría fama mundial con su automotriz Pagani Automobili. Y también su amigo. Entonces tuvo una de sus tantas excéntricas ideas: convertirlo en una obra de arte. El joven uruguayo Joaquín Arbiza Brianza fue el encargado de su realización.
Pagani y Gómez se conocieron en el Salón de Ginebra en 2000. El empresario quedó deslumbrado con el superdeportivo hecho con fibra de carbono, con motor de 12 cilindros. Al principio iba a llamarse Fangio F1, pero ante la muerte del corredor, pensaron en el nombre de Zonda, el viento más representativo del país.
Cuando le propuso comprarle en cuotas su auto personal, que además tenía el récord de Nürburgring, Pagani pensó que estaba bromeando y que la transacción por 340 mil euros jamás se haría. Sin embargo lo llevó a dar una vuelta, así testeaba el auto. Lo hizo y fue amor a primera vista. También le mostró el sistema de frenado. De 200 kilómetros a 0 en 4.4 segundos.
- Yo le vendo estos autos a multimillonarios (sonrió)
- Pero yo no soy multimillonario. Soy argentino. No sé, podemos hacer un plan de ahorro, le dijo, sin sonrojarse.
- Ok, de acá a fin de año, le respondió.
Quedaron en que le debía adelantar 80 mil euros a un amigo de Pagani en la Argentina. Cuando le fue a llevar la plata, no estaba al tanto. Pagani le confesaría después que nunca pensó que hablaba en serio. Le pidió perdón y le dijo que desarmaría el auto y lo haría a nuevo, desde cero, para compensarlo por haberlo juzgado mal. Empezaba así una amistad que se iría consolidando con los años. Ese hombre desfachatado, que no paraba de sonreir, al final fue el que más en serio hablaba.
El auto estuvo listo en 2005. En la fábrica de Pagani en Italia todos aplaudieron cuando destaparon la manta que lo cubría. Cuando Gómez lo vio, con esas curvas y ese azul único, el color elegido por el propio diseñador, lo abrazó. Sonaba de fondo una ópera. Después irían juntos a ver el Gran Premio de Mónaco, uno en cada Pagani.
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"Hay que tener menos miedo que los demás", dice el dueño de Roker, mientras mira un cuadro de Antonio Berni de 1983 en el que ve reflejado a su papá cuando construía la casa de materiales. Como con el Zonda, algo similar ocurrió con la pintura. La ofrecían en una reconocida galería de Libertador por 130 mil dólares. Para él, era de alguna manera parte de su infancia. No tenía dinero y el marchand quedó atónito cuando le propuso darle a cambio la Porsche Cayenne OKM que acababa de comprar.
La pintura cuelga en la pared de lo que él llama Museo Colección Gómez. Es que la construcción en El Golf, en la que resalta la mano de Pagani, inaugurada en junio de 2018, oficia como encuentro entre artistas y amigos, aunque no es abierto al público.
La galería tiene 650 metros cuadrados, de paredes blancas y piso de mármol, y se divide en dos plantas. Mezcla el mundo del arte, los autos deportivos de lujo y algunas curiosidades.
La principal atracción son los más de 50 capots de autos deportivos de lujo, intervenidos por artistas de renombre a pedido suyo, como Marta Minujin, Carlos Páez Vilaró, Clorindo Testa, Pablo Atchugarry, Luis Benedit, Daniela Boo, Andrés Compagnucci, Juan Doffo, Jorge Ferreyra Basso, Rogelio Polesello y Ricardo Roux.
Gómez dice que no sabe nada de arte, que simplemente hay obras que le transmiten algo especial. En 2005 conoció a Páez Vilaró, en Punta Ballena. Había ido con el Zonda a Casapueblo, la edificación construida por el artista uruguayo a 13 kilómetros de Punta del Este, donde trabajó hasta sus últimos días (falleció hace seis años). Quedó impactado por el auto y Gómez le dijo entonces que hiciese algo inspirado en el Zonda. Dibujó la puesta de sol, en Casa Pueblo y con una dedicatoria afectuosa.
Si el arte son creaciones humanas que expresan una visión sensible del mundo, hay autos que, por la dedicación, los detalles, y lo que generan, pueden ser considerados como tal. La fusión de esos dos mundos, a través de los capots, al principio parecía descabellado, pero tuvo una gran acogida entre los artistas. Podrían crear lo que quisieran y sintieran. No había consigna.
La idea tomó forma luego que Gómez compró el Porsche 911-997 GT2, el único de la Argentina. Junto a ese auto encargó dos docenas de capots de la fábrica alemana. A ellos se sumarían los capots del Mercedes-Benz SLS AMG, la Lamborghini Gallardo, la Ferrari F355, el Chevrolet Corvette y el Pagani Zonda F.
Así Jorge Ferreira Basso ilustró a Froilan González en el capot de una Ferrari 355, ganando en Silvertone, la primera victoria de la escudería italiana en Fórmula 1. Minujin optó por un collage de telas pintadas a mano con colores flúo y luces de neón. Pablo Atchugarry hizo una especie de escudo en un escudo tratando de hacer referencia a la velocidad.
Andrés Compagnucci, por su parte, presentó una obra con una imagen de Meteoro, el rey de las pistas y el manga japonés. Omar Panosetti realizó un acrílico con la efigie de Evita, rodeada de banderas argentinas y el arquitecto Clorindo Testa optó por pintar rayas con aerosol sobre el capot. Páez Vilaró creó la obra El Espejo, un doble femenino desnudo abstracto y Daniela Boo pintó a la Coca Sarli desnuda con su célebre frase: ¿qué pretende usted de mí?
Cada rincón de la casa tiene el sello propio de Gómez. A la original idea de arte y capots, se le suman objetos históricos. Gómez es coleccionista, le gusta guardar pedazos de la historia. Como un lector que vive mil vidas antes de morir, tener piezas personales de artistas o deportistas que marcaron una época es una sensación similar. Cada historia es un mundo nuevo por descubrir.
A veces es una imagen la que permite formar parte, de alguna manera, de un momento único. Como la fotografía del boxeador Mohamed Alí abrazando a Pelé, que se encuentra en el primer piso del museo, del 1 de octubre de 1977, cuando el astro brasileño abandonó el fútbol como jugador del Cosmos estadounidense en un partido en Nueva Jersey, firmada por ambos. Dos de los más grandes deportistas de todos los tiempos juntos, que además eran amigos.
Otras, puede ser un objeto. Como el segundo disco de oro de Los Beatles, que se exhibe también en la galería, o el cajón con los recortes que la mamá de Ringo Starr guardaba cuando su hijo empezó a hacerse famoso y a maravillar al mundo con sus canciones.
En el primer piso de esta colección heterogénea, hay hasta ropa. Aunque claro, tiene un porqué. Gómez adquirió la campera oficial que usaba Michael Schumacher en una subasta que Sotheby's hizo en la fábrica de Ferrari. Es uno de sus grandes tesoros y pagó por ella casi 80 mil euros. También, enmarcada en un cuadro, está una campera de Harley Davidson firmada por el papa Francisco.
El empresario lleva puesta una camisa colorida y particular que refleja su personalidad. Mezcla de colores amarillo y azul, con un sol estampado en el lado del derecho, cerca del pecho, y con el fuego y la lluvia también representados. La combina con un pantalón blanco y zapatos marrones, con la punta negra. Porta un anillo de oro, personificado, del Pagani Zonda, y un reloj igual de extravagante, hecho también a medida en honor al que él considera el auto más lindo del mundo. Aún mantiene intacta su capacidad de asombro y se entusiasma como un niño al mostrar cada uno de los objetos de la casa.
Gómez explica que la mesa ratona de la galería tiene una particularidad, como todo aquí. No solo es gigante en tamaño, sino que está hecha con el motor del primer Zonda, un V12 de origen Mercedes-Benz. La obra, realizada por Arbiza Brianza, al igual que la mano de Pagani, es una muestra más de su pasión por los autos. El artista, de apenas 27 años, también creó una escultura de un toro, con una boina negra, con pedazos de una Lamborghini.
Al caminar la casa museo, la mirada se detiene también en los vitrales. Cerati, con sus anteojos negros característicos y una guitarra, Freddie Mercury con una capa sosteniendo un micrófono, irradiando carisma y obnubilando al público, y Elvis Presley le dan más vida al lugar. La elaboración es de Ariel Menniti, quien además recreó a Stan Lee, con el traje del hombre araña, su creación, e incluso al propio Gómez, en otras de las ventanas.
El empresario que es fanático del Batman original de los 60 y de las historietas, pintó también un rincón de las paredes con sus personajes favoritos, entre los que se destaca el Guazón, del que suele disfrazarse cuando tiene la oportunidad, como en su cumpleaños de 60 o cuando dejó atónitos a los playeros de una estación de servicio de Estados Unidos hace varios años, interpretándolo, mientras manejaba una Lamborghini.
El entretenimiento tampoco podía estar ausente en este reducto. Un flipper de Batman, modelo 66, edición premium, relanzado hace unos años para los más nostálgicos, y otro de Odisea del Espacio son algunas de las opciones de juegos, al igual que una mesa de ping pong y un metegol con patas de oro, en el que suele enfrentarse con su amigo Matías Rossi, corredor de turismo carretera. La principal atracción la completa una mesa de pool casi única en el mundo, solo hay otra de su tipo y la posee un jeque árabe. Tiene las patas de cristal de murano. Tras verla en un catálogo, viajó especialmente a Venecia para adquirirla. Si alguien preguntase su precio, quizá le daría un ataque cardíaco. Su valor asciende a 250 mil euros.
Gómez, quien trabaja en su propio libro sobre su vida, en formato de historietas, recorrió el mundo gracias a sus locuras, que incluso le abrieron muchas oportunidades de negocios.
La colección de capots se exhibió en el museo de Porsche en Alemania, y fue la primera muestra en arte en exhibirse allí. Era uno de sus tantos sueños y buscó la oportunidad. Cuenta la historia que llamó la atención por el Zonda, al punto que los organizadores le pidieron que corriera el auto porque opacaba a los Panamera. Así logró ofrecerles llevar allí la muestra que también se hizo presente en un lugar tan remoto como los Emiratos Árabes Unidos. Cuando un representante de ese país le escribió, pensaba que era un chiste.
Aún se sigue sorprendiendo cuando algunas de sus ideas terminan siendo realidad y superan las expectativas. Por medio de un conocido, se contactó con Christie's en Nueva York, una de la casa de subasta más grande del mundo, y no solo aceptaron ofrecer el capot intervenido por Minujín, sino que fue tapa de su catálogo online. El precio base era de aproximadamente 6 mil dólares y se vendió en 80 mil.
Ofreció entonces subastar la casa entera y, otra vez, para su sorpresa, aceptaron. Sería la primera vez que un museo se vende en su totalidad. Aunque reconoce, que difícilmente lleve a cabo la operación, porque este lugar le da felicidad. A veces le gusta probar, ver qué pasa. Para dar marcha atrás después hay tiempo.
El empresario disfruta cada momento de su vida. Sabe lo que le costó llegar allí, esos tantos años en los que dormía sólo cuatro horas porque usaba todo su tiempo para trabajar. Quiere acumular más historias para contar. La vida es una sola, se repite.
Así participó del Gumball Rally, una competencia de regularidad reservada para autos exóticos y competidores multimillonarios, en un Rolls-Royce Phantom Drophead Coup. Recorrió más de 100 mil kilómetros con el Pagani Zonda y, una vez hizo 700 kilómetros para ir a comer mollejas a lo de su amigo Colagreco. Se permitió ganarle de mano y comprar una escultora que quería Rockefeller. Comió y bromeó con el vicepresidente de Apple. Y se animó a perseguir sus sueños, como cuando tenía cerrado casi el trato para comprarse su primera Ferrari y esa misma semana perdió 100 mil dólares en la Bolsa, pero así y todo negoció y la compró. Después vendrían otras nueve más (ocho usadas, y una incluso le perteneció a Maradona). O pudo decirle también a Cerati, cuando lo encontró por casualidad en Punta del Este, lo que sintió aquella vez que escuchó su canción.
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-Tengo gustos caros
-A mí siempre me dice que disfrutemos ahora, que después no sabemos cuánto nos queda. Por ahí 10 años, 15 años, acota Gabriela, su mujer
-Y sí. Es ahora. Lo que quiero es convencer a Horacio (Pagani) para que me haga un auto modelo JG, dice
-¿JG?
-Claro. Jorge Gómez
…
-Ya me dijo que quizá sí. Uno de uno. Ahora me falta la plata (se ríe)
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La pasión de Gómez se lleva en la sangre y la piel. En su mano derecha tiene un tatuaje del Zonda, con el número 30, el número de chasis de su auto, hecha en base a un dibujo que el propio Pagani le mandó.
En la galería hay una foto enmarcada de la última obra de Pagani. Tiene una dedicación para Gómez. "La emoción y los sueños son la energía de nuestros días. Este es ya tu Huayra. Lo vamos a hacer juntos para que refleje nuestra amistad".
La pasión por los autos en fotos
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