Javier Okseniuk: “Va a costar mucho reducir más estos niveles de inflación”
El economista de la consultora LCG sostuvo que las mayores fuentes de incertidumbre hoy están vinculadas con lo monetario y lo cambiario; en diálogo con LA NACION, dio su visión sobre lo que ocurre con los precios relativos, el dólar, las reservas y el potencial exportador de la Argentina
Es economista graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) e hizo una maestría en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT); fue gerente de Planificación en el Banco Provincia y director en el Banco Nación; trabajó como consultor económico en KPMG y dirigió la Fundación Argentina Porvenir; es director ejecutivo de la consultora LCG
“Las mayores fuentes de incertidumbre siguen siendo las relacionadas a lo monetario y cambiario”, describe Javier Okseniuk, al referirse al escenario macroeconómico argentino y a los riesgos del plan implementado por el Gobierno. El director ejecutivo de la consultora LCG, que monitorea semanalmente precios, advierte por el “atraso” del tipo de cambio y el estancamiento del IPC mensual “en un nivel cercano a 4%”.
“En este proceso de desinflación lo más importante fue la disciplina que la misma recesión y el 2% cambiario generaron, más que un esfuerzo por coordinar expectativas y desterrar la memoria inflacionaria que tenía la Argentina”, dice Okseniuk. Y agrega: “En adelante, uno se pregunta si este proceso de desinflación va a continuar hacia el objetivo de la inflación cero, y soy de la idea de que va a costar mucho reducir más estos valores”.
–¿Por qué?
–Por dos motivos. El primero es que cuando uno analiza planes de estabilización en la Argentina y en el mundo, el rigor fiscal es necesario, pero no suficiente para una desinflación rápida y duradera. Otras economías complementaron el rigor fiscal y monetario con otras herramientas. Me da la sensación de que para una fase dos más exitosa, para bajar todavía más estos niveles y llegar a un régimen de inflación baja, debería poder acudirse a estas otras herramientas, a que haya un ejercicio de sincronización de precios y salarios, que hoy está ausente. ¿Es posible que, sin hacer todo eso, baje a niveles de 2% y 1%? Yo lo veo difícil. Si pasara, me habré equivocado. Creo que, eventualmente, si se estancara la inflación en estos valores debiera acudirse a otras herramientas complementarias.
–¿Qué están viendo en las mediciones semanales de LCG?
–Que se ha estancado. Hay unas semanas en las que se acelera un poquito la inflación, y luego vuelve a caer. En promedio, si tomo los últimos dos meses, se ve el mismo estancamiento que estamos viendo en el IPC.
–Mencionó herramientas complementarias, ¿a qué se refiere?
–Herramientas que ayuden a coordinar expectativas. Pueden ir desde cosas muy sutiles, por ejemplo, una meta de tipo de cambio o de agregado monetario, transitoria o de corto plazo. Ya tenemos algo así, pero como el 2% [de suba mensual del dólar] viene desde diciembre y no funcionó como meta, hoy ha quedado gastada. Metas que podrían ayudar a un ejercicio de sincronización entre 45 millones de personas, que están remarcando sus precios constantemente. Se trata de dar una señal que ayude a que la próxima remarcación sea más o menos consistente entre todos. Y siempre a la baja. Otra cosa es que, si llegado el momento tiene que hacerse algún ajuste cambiario, [habría que] administrar precios relevantes. No es un sustituto de la prudencia fiscal o monetaria, pero sí algo que pueda inhibir desbordes en algunos precios que pueden retardar, por la inercia posterior, la desinflación buscada. Muchos programas de estabilización en el mundo, como el Austral o la Convertibilidad en la Argentina, y los de Israel, Colombia o Chile, también se han apoyado en estas herramientas complementarias para acelerar y lograr un nivel estable más bajo que el que estamos teniendo ahora.
–¿Qué análisis hace de la corrección de precios relativos?
–Hubo un avance parcial. Claramente, el Gobierno privilegió mostrar valores de inflación cada vez más bajos y una batalla ganada, y eso con un costo, que es haber supeditado esa menor inflación a desajustes de precios relativos que quedan pendientes [de corrección]. Uno puede ver esa tarea pendiente como alternativa para tener mayores márgenes fiscales para lo que se avecina, como la baja del impuesto PAIS, o cuestiones como la coparticipación a CABA, que se está pisando. Son gastos eventuales, y estos precios todavía rezagados quedan como alternativas para compensar esos mayores gastos o menores ingresos que se sabe que van a venir.
La inflación baja sobre la base de la saludable e inédita consolidación fiscal (con impacto negativo en actividad) y ancla cambiaria. Difícil comparar estabilizaciones, por condiciones iniciales diferentes (políticas y económicas), pero abrimos hilo para referencia. (1/13)
— LCG (@LCGmedia) August 19, 2024
–¿Qué advierte sobre la dinámica del tipo de cambio oficial?
–Cuando uno hace una cuenta de almacenero respecto de cuáles son los dólares que van a entrar y los que van a salir, da la sensación de que son más los que van a salir. En el medio pueden pasar muchas cosas. Si viene alguien y te dice: “Te doy US$15.000 millones extras”, si el superávit energético se triplica y demás, estaremos hablando de otro escenario. Si no llegara a pasar eso, o si se demorara, da la sensación de que la cuenta del sector externo requiere una administración compleja, que implica subir los ingresos o demorar o atenuar los egresos, las importaciones. Eso se hace fundamentalmente a través del tipo de cambio. En esa lógica, la administración es compleja, porque todo dólar que sale implica que tiene que haber un dólar que entra, porque no tenemos reservas y ningún stock para poder administrarlo. Eso implica que, eventualmente, la estrategia llevada a cabo hasta ahora tendrá que modificarse en el futuro. Hasta el FMI lo dice, con distintos eufemismos, advirtiendo que no se deje atrasar el tipo de cambio, que la acumulación de reservas tiene que ser un objetivo, que la comunicación de la política monetaria tiene que ser muy clara. Eso no ha sido muy claro hasta este momento.
–¿Qué riesgos o qué efectos hay?
–Cuando estas cosas no se atacan, llega el momento en que los márgenes de maniobra se reducen y las reacciones del mercado suelen ser más virulentas que cuando se anticipa una situación. El Gobierno está haciendo una apuesta a un pleno al blanqueo, al RIGI y a que una victoria de Trump podría acelerar la posibilidad de fondos frescos, de Estados Unidos o del FMI. Hacer política económica es básicamente una gestión de riesgos. Puede salir bien, pero uno debería asumir cierta prudencia, para evitar un desenlace futuro más virulento.
–¿Quién podría prestar?
–Seguramente el Gobierno tiene mucha más información; está en negociaciones con el sector privado, un sindicado de un conjunto de bancos o algo muy puntual de un banco con una garantía de por medio. Para los montos que permitan tener las espaldas de dólares suficiente, algún desembolso importante del FMI con un nuevo programa, daría suficiente margen. Eso implica consenso. Y debería ser una prioridad del Gobierno. Pero el FMI ya fue muy enfático en cuanto a qué considera adecuado para la gestión de la macroeconomía: aplaude de pie la consolidación fiscal, considera que la política cambiaria y monetaria debería tener pequeños ajustes para poder sentirse con libertad de otorgar nuevos fondos.
–¿Para qué serviría un desembolso así? ¿Ganar tiempo, resolver el problema?
–Yo lo dividiría en dos cuestiones. Todos los préstamos financieros son para ganar tiempo, porque básicamente lo que da solvencia en el sector externo es tener exportaciones creciendo muy por arriba de las importaciones, y esa es la restricción que en la Argentina es estructural. El país ha perdido gimnasia exportadora en los últimos años: las exportaciones estaban por arriba del 20% del PBI tras la crisis de 2001 y hoy se ubican por debajo del 13%. Es un nivel muy bajo, y en 2023 fue más bajo aún, por la sequía. Eso impone un límite muy fuerte en la gestión del sector externo. Las importaciones este año estarán en un nivel ridículo, cerca de 9% del PBI. En años más o menos normales fueron de 12%, 13% del PBI. Eso impone una restricción fuerte y estructural, muy difícil de sortear de forma permanente. Implica sostener políticas macroeconómicas, elaborar una estrategia productiva y comercial para distintos productos, y es un proceso largo. Hay que administrar una transición y todo dólar que venga en términos financieros, importa. Otra cuestión es si hay nichos puntuales, como hidrocarburos y Vaca Muerta, que de por sí pueden correr esta restricción externa, no digo de forma permanente, sobre todo cuando ya hay una noción global de la transición hacia energías limpias. Insisto en que hacer política económica es hacer gestión de riesgos, y la maduración de Vaca Muerta llevará tiempo. Con lo cual, sigue siendo válida la idea de empezar a mirar las cuentas de corto plazo, que sería de ahora hacia mediados de 2025.
–¿Cómo se perdió la gimnasia exportadora?
–Esencialmente por una inestabilidad de políticas públicas que generó inestabilidad macroeconómica. Por los malos incentivos que tuvo el sector exportador por mucho tiempo. Todo se fue perdiendo básicamente por nuestra inestabilidad.
–Años de recesión, de cepo…
–Es el todo. Desde 2011 el PBI per cápita cayó 16%. Tuvimos inflación de dos o tres dígitos todos estos años, no tuvimos superávit primario por mucho tiempo y realmente hubo una displicencia en la gestión macroeconómica muy importante. Y esos desmanejos dieron como resultado la imposición, por ejemplo, de restricciones cambiarias.
–¿Qué perspectivas manejan en cuanto a la actividad economía?
–Claramente el resultado comercial que estamos viendo y que el Gobierno festeja –porque es superavitario en la parte de bienes– está muy atado al contexto recesivo. La cuenta del devengado del Indec en el primer semestre da un superávit de US$11.000 millones, y en el base caja del Banco Central pasaron a US$16.000 millones, básicamente porque hubo un cronograma para pagar importaciones. Son números positivos, pero hay que sumar los servicios, porque si bien uno exporta, el turismo emisivo implica salida de dólares. Y cuando digo lo de la cuenta de almacenero, implica un mantenimiento del nivel de reservas y de la actividad, porque si la economía creciera, las importaciones serían más altas y el sector externo estaría más restringido. Es más probable que en el corto plazo, más actividad económica pegue más en las importaciones que las exportaciones. La cuenta está más tensionada y, además, impone una restricción bastante fuerte a los ímpetus de reactivación. Recién en mayo vimos el dato del PBI mensual positivo, pero en junio los indicadores líderes mostraron más rojos que verdes, y en julio más verdes que rojos. Se ven pequeñas reactivaciones, que no dejan de ser una actividad menguada respecto del potencial. Los motores de crecimiento, al no haber inversión masiva y fuerte, podrían venir por el lado de cierta recuperación del salario real y del crédito. Pero las recuperaciones fuertes no se sustentan con eso.
–¿Qué análisis hace del RIGI?
–Es muy generoso en términos reducción de alícuotas, estabilidad de acceso a la apropiabilidad de los resultados y demás. Puede ser importante en sectores donde se sabía que hay potencial; entonces, funciona como punta de lanza para que no queden dudas de llevar a cabo la inversión. En GNL o en minería pareciera que va a funcionar así. Va a tener importancia en términos de inversión. Respecto de los dólares, no está claro que eso implique un proceso de exportación inmediato. En primer lugar, sucede que no traen dólares para invertir, sino que directamente vienen con la maquinaria y los bienes de capital, con lo cual básicamente es una importación financiada, con nulo impacto en las reservas. Puede haber algo de dólares que entren por la parte de capital de trabajo, puesta a punto o infraestructura para proyectos, pero no es que todos los dólares robustezcan las reservas. Diría que estas inversiones van a ir aportando una vez que ya estén en marcha, vía exportaciones.