Javier Milei: “Decir que no se puede tocar el gasto es defender a políticos ladrones”
Estudió Economía en la Universidad de Belgrano, hizo un posgrado en Teoría Económica en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y un máster en Economía en la Universidad Di Tella; fue economista jefe de Máxima AFJP y coordinador del Estudio Broda; actualmente es economista jefe en Corporación América
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Javier Milei plantea soluciones económicas que muchos creen imposibles de llevar a la práctica, pero muchísimos otros lo escuchan con atención y admiración. Su formación profesional combina la actividad académica, desde la cual escribió más de 50 artículos, la tarea docente como profesor universitario, la publicación de 16 libros y el cargo de economista jefe de Corporación América, la empresa de la familia Eurnekian. Además, para las próximas elecciones legislativas se postulará para diputado por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por el partido La Libertad Avanza.
Exarquero de fútbol de Chacarita, dejó el entrenamiento de seis horas diarias para dedicarse a la economía, cuando vio que la hiperinflación generaba un aumento de la demanda mientras subían los precios, lo contrario a lo que dice la teoría económica.
–¿Vamos hacia una hiperinflación en la Argentina? ¿Por qué el ritmo de variación de precios no se desacelera más rápido?
–Desde la salida de la convertibilidad, la Argentina imprime dinero continuamente. Cuando el crecimiento de la oferta de dinero no es acompañado por la demanda, se genera un exceso que hace que el poder adquisitivo del dinero caiga. Esto quiere decir que todos los precios expresados en unidades monetarias suben. El riesgo de hiperinflación está latente, porque la Argentina tiene, además del dinero emitido por el Banco Central, una base monetaria y media en formato de Leliq y Pases, que es emisión monetaria futura. Por otro lado, está el déficit fiscal que surja este año y, por lo tanto, se podría multiplicar la cantidad de dinero cerca de 3,5 veces. Por el lado de la demanda, en términos normales la transaccional debería representar no más de 4% del PBI y hoy está en 12%. Hay un riesgo inflacionario de 950%. Dependerá de las condiciones políticas si ocurre o no. La mejor forma de ver que toda esa monstruosidad de dinero anda dando vueltas y no tiene contraparte es el cepo, que prácticamente es una cárcel de máxima seguridad. Aun así, hay una brecha cambiaria de 80%. Esto muestra que no hay contraparte de demanda de dinero y que, si se sigue abusando de la brecha, el impacto en tasa de interés, actividad y empleo tarde o temprano estallará.
–Que estalle aún más...
–La Argentina no crece de manera genuina desde 1998, lo que hubo fueron fluctuaciones cíclicas. Si todo sale bien, la Argentina estará entre 15 y 20% abajo del PBI per cápita que tenía en 2011. La Argentina destrozó en los últimos años 225.000 puestos de trabajo y los salarios reales están en el nivel de 2004. Por eso la pobreza está en torno al 50% y hay más de 10% de indigencia. El cuadro es desolador en todos los aspectos del plano económico y social. Inexorablemente la economía argentina estallará. La única pregunta es cuándo.
–¿Cómo se puede evitar el estallido?
–Siempre la madre de todos los males es la presencia del Estado. Todas estas consecuencias son fruto de un desequilibrio fiscal, que el Gobierno intenta financiar de distintas maneras: con impuestos (la Argentina tiene la presión fiscal en blanco más alta del mundo), con deuda (es el máximo defaulteador serial del mundo) y con emisión monetaria (estamos en el top 5 de los países con mayor inflación). Todas las crisis de la Argentina, salvo la del efecto rebote de las hipotecas subprime, tienen orígenes fuertes en el desequilibrio fiscal.
“Siempre la madre de todos los males es la presencia del Estado. Todas las crisis de la Argentina, salvo la del efecto rebote de las hipotecas subprime, tienen orígenes en el desquilibrio fiscal”
–Sin presencia del Estado, ¿cómo se asiste al 47% de la población que es pobre?
–Hay que separar la cuestión filosófica de la práctica. Soy filosóficamente anarcocapitalista, pero de corto plazo soy minarquista: creo que el Estado no debería ocuparse más que de la seguridad y la justicia. Pero el estado de situación actual no es el que me gusta y para salir hay que hacer reformas. Se puede hacer el ajuste fiscal sin tocar un solo plan social y sin tocar un empleo público, porque en las reformas de primera generación se puede reducir el gasto en las áreas improductivas y en aquellas donde hay robo. Yo propongo eliminar de cuajo la obra pública, por ejemplo, o las transferencias discrecionales tanto de la Nación a las provincias como de las provincias a los municipios. Propongo eliminar los subsidios económicos y recalibrar toda la ecuación económica financiera de cada uno de los contratos. Ahí tenés un tremendo ajuste fiscal que no jode a la gente, pero sí a los políticos.
–¿Cómo se llevan a la práctica esas medidas? De entrada, arrancarían sin el apoyo de las provincias.
–Entonces, que le dejen en claro a la sociedad que este país no puede parar de hundirse porque los políticos no pueden parar de robar, porque son un conjunto de delincuentes. Dicho sea de paso, son los políticos más ladrones del mundo, y eso quedó de manifiesto en el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuando estudió la ineficiencia técnica del gasto público y demostró que la peor región del mundo es América Latina, con 4,4% del PBI. Y dentro de estos países, la Argentina es el peor, con una ineficiencia de 7,2% del PBI; de ese total, el 5% es de una categoría que se llama filtraciones, es decir, robo. Decir que no se puede tocar el gasto público es sinónimo de defender a los políticos ladrones.
–¿No opina que los políticos son un reflejo de la sociedad?
–No, para nada. Porque si me dijeran que el sistema electoral es mucho más competitivo, te podría entender algo así. En 2001 hubo un “que se vayan todos” y no se fue ninguno, volvieron los mismos y, además, sumaron a sus familiares, amantes y amigotes. No es fácil generar cambios en el sistema, porque es un negocio perfectamente establecido entre los insiders (de adentro). Lo digo como alguien que sufre 250.000 peripecias para poder competir.
–Con respecto del dólar, el Gobierno dice que para quitar el cepo tiene que aumentar las reservas del Banco Central y para eso deben crecer las exportaciones. Pero ¿cómo se logra incentivar las ventas al exterior con el cepo? ¿Qué se debe hacer primero?
–Ahí hay varias contradicciones en las cosas que dice el Gobierno. Primero, deberían entender el Gobierno y gran parte de los economistas argentinos que el dólar es un precio más de la economía. No es que sube el dólar, sino que pierde poder adquisitivo el peso. Segundo, el problema es que faltan dólares porque hay cepo. Si hubiese tipo de cambio libre, no habría exceso de demanda de divisas. Si se liberara, habría muchísimos más dólares. ¿Entrarías en un lugar si tenés fuertes dudas de que vas a salir? Por qué creemos que con la tenencia de dólares será distinto. Y lo otro, fijate qué gobierno contradictorio, un impuesto es una acción violenta, por eso se llama impuesto, no es una contribución voluntaria. Es una rémora de la esclavitud. En ese contexto, si querés generar dólares es una contradicción ponerles impuestos a los exportadores. Querés que traigan más dólares y al mismo tiempo los castigás. Esta frase de Thomas Sowell es maravillosa: la primera ley de la economía es que no hay de todo para todos. Es decir, hay escasez. Y la primera ley de la política es ignorar la primera ley de la economía. Ese es el gran problema argentino: vivimos de espaldas a la teoría económica y a la evidencia empírica.
“Si querés generar dólares, es una contradicción ponerles impuestos a los exportadores. Querés que traigan dólares y al mismo tiempo los castigás”
–¿Qué es lo que más le preocupa de la economía argentina hoy?
–Tenemos más de 10% de los argentinos con hambre en un país que produce alimentos para 400 millones de seres humanos y donde los impuestos que se le terminan cobrando al campo son casi del 70%. ¿Cómo puede ser que no podamos alimentar a 5 millones de argentinos, si con los impuestos que se cobran daría para el alimento de más de 240 millones de personas? Ahí hay un problema. El Estado te roba con los impuestos pero no logra alimentar a la gente. Yo establecería las bases para volver a crecer, porque es lo único que te saca de este problema. Para eso hay que hacer una reforma del Estado que permita bajar el gasto público y así, bajar los impuestos. Hay que reformar el sistema laboral para adelante, para no vulnerar derechos adquiridos, y hay que abrir la economía. Una vez que se haga eso, se van a garantizar por lo menos 15 años de alto crecimiento económico, y eso es lo que abre las puertas para poder hacer las reformas de segunda generación: reformar el sistema previsional sin vulnerar derechos, la administración central, la burocracia, racionalizar con programas de retiro voluntario para que las personas se vayan a otro trabajo, pero teniendo el dinero de la indemnización. Tendrías que avanzar en la eliminación del sistema de coparticipación de impuestos, para que se termine el problema de la falta de correspondencia fiscal, donde uno recauda y el otro gasta. Con eso, tendrías un nuevo empuje de reformas estructurales que te permitirían atender otra segunda oleada de alto crecimiento económico, y después ya irías a las reformas de tercera generación, como avanzar sobre el sistema de salud, sobre el sistema de educación y, obviamente, todo esto en el plano de estabilidad monetaria. En mi caso, a la luz de lo que es la evidencia argentina, soy directamente partidario de eliminar el Banco Central.
–¿Cómo es eso?
–La eliminación tiene cuatro partes. La primera es reformar el sistema financiero, pasando del sistema de encaje fraccionario a un sistema de banca Simons. El sistema fraccionario es el que tenemos hoy: uno hace un depósito y el banco guarda una parte y presta la otra. La banca Simons hace una separación; por un lado está la reserva de valor, donde uno deja el dinero y paga un fee anual para poder retirarlo cuando quiera, es como una caja fuerte. Y si uno quiere ganar tasa de interés va a la banca de inversión, donde habrá distintos operadores que invierten el dinero. Una vez hecha esta transición, se puede ir a un sistema de competencia de banca libre. Después, se lanza una competencia de moneda, pero creo que los argentinos ya eligieron al dólar como su moneda. Como consecuencia de eso, se pueden liquidar los activos del Banco Central en contra de sus pasivos y, a partir de ahí, se elimina la entidad y la economía queda operando con las monedas extranjeras, según las que elija el individuo. Así, por una vez y para siempre se termina la inflación en la Argentina. Los políticos siempre usan el Banco Central en nuestra contra, ya que nos roban 5% del PBI con impuesto inflacionario, que es un impuesto no legislado.
–¿Hay algún país del mundo que haya implementado el cierre del banco central?
–Alguien podría haber hecho la misma pregunta en 1813 con la abolición de la esclavitud. El Banco Central de la Argentina se creó en 1935 y era por 40 años, tendría que estar cerrado desde 1975, y no lo cierran porque es una forma de estafar a la población. Para los cómplices de los chorros de los políticos es una locura lo que estoy diciendo.
–¿Qué opinión tiene de los bitcoins?
–Hay dos aspectos, uno positivo y otro negativo. El positivo es que representa el hartazgo del sector privado de ser estafado con la impresión de papel por parte de los Estados. Es una forma de escapar del impuesto inflacionario y es devolverle el dinero a sus dueños originarios, que es el sector privado. La parte negativa es que una moneda para ser dinero necesita tener tres características: ser reserva de valor, ser unidad de cuenta y ser medio de pago generalizado. El bitcoin es reserva de valor y es unidad de cuenta, pero la realidad es que no se ven los precios expresados en bitcoin, aunque se puedan convertir. La parte más complica igualmente es la de que sea medio de pago generalizado, lo que se llama el curso forzoso, que tal como está diseñado el mundo en este momento te lo tienen que dar los Estados. Justamente, lo que no quieren hacer es ceder el señoreaje, que en algunos casos se termina manifestando como impuesto inflacionario.
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