Javier Lindenboim: “Los kirchneristas creen que un impuesto nuevo es un triunfo para los trabajadores; es más inteligente no inventar gastos sin recursos”
El economista analizó la situación macro, el escenario laboral y las paritarias; advirtió que la pandemia dejó al país en una situación más complicada que la anterior en cuanto a los problemas de calidad del empleo, y afirmó que hoy no existe un horizonte
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Es licenciado en Economía Política por la Universidad de Buenos Aires (UBA), con un posgrado en Formación de Investigadores en Desarrollo Urbano y Regional del Instituto Di Tella; fue docente en diferentes casas de estudio; es investigador del Conicet y dirige el Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (Ceped) de la UBA
“Más allá de todo lo que arrastramos [en materia de problemas laborales], la pandemia nos puso en un escalón más complicado aún, porque la recuperación de la fuerza de trabajo [tras la cuarentena] se produjo en gran medida en dos componentes de no buena calidad: el de los asalariados privados no registrados y el de los no asalariados, que en parte es posible que estén registrados en el sistema previsional y Dios sabe con qué regularidad hacen sus aportes, pero creo que no nos equivocamos si decimos que en su mayor parte no están registrados”, sostuvo, en diálogo con LA NACION, el economista Javier Lindenboim, director del Centro de Estudios sobre Población Empleo y Desarrollo (Ceped) de la UBA. Según advirtió, las condiciones están dadas para que el problema se profundice y eso, señaló, se deriva del “gran lío” que hay en el Gobierno, que no puede concretar las medidas necesarias para que se pueda avanzar hacia un contexto favorable al crecimiento.
Además de marcar las falencias en la calidad del empleo que afectan a millones de trabajadores en el país, Lindenboim se refirió al problema que impacta en los bolsillos de todos: “En el acuerdo con el FMI hay, no en la letra sino en el espíritu, una certeza de que el proceso inflacionario va a ser de tal intensidad que va a ayudar al cumplimiento de las metas, ese es un argumento en contra de las posibilidades de mirar con optimismo el futuro de los próximos meses del mercado de trabajo; el cinturón va a seguir apretando”, concluyó.
El “lío” en el Gobierno, agregó, hace que terminen primando “las viejas recetas que ya en los años anteriores de kirchnerismo en el poder se pusieron en práctica, y que contribuyeron a traernos hasta aquí”.
–¿A qué se refiere con las medidas necesarias que no se toman?
–Prácticamente, todas las que podrían contribuir, no ya a que haya un superávit fiscal, sino a no agravar el déficit fiscal; algunas están en el acuerdo con el Fondo Monetario, como lo de tarifas. En la Argentina, al menos hasta donde yo conozco, por décadas hablar de equilibrio fiscal era atributo de la mirada más ortodoxa de la economía. Ahí Néstor Kirchner vino a producir un cambio, porque tenía todas las condiciones a su favor para hacerlo, se aferró a eso y defendió la política de los superávits gemelos [fiscal y comercial], con lo cual todos los que miraban la búsqueda del equilibrio o de superávit fiscal como algo feo, malo sucio se quedaron sin argumentos. Pero luego eso se perdió con diferentes medidas y no se pudo volver a salir del déficit fiscal.
–Más allá de las políticas macro, ¿qué peso pueden tener eventuales cambios en la legislación laboral, si se busca que haya más empleo y de buena calidad?
–Creo que la estructura de funcionamiento del mercado de trabajo en una cantidad de áreas es algo importante, y hay una cerrazón a discutir el tema por parte del sindicalismo. Lo poco que se intentó hacer fue en la época de Macri y con acuerdos sectoriales, como los de Vaca Muerta. Con las actuales condiciones, en la Argentina los acuerdos de orden general son muy difíciles y, por lo tanto, analizar por cadenas de producción, por sectores, puede ser la vía, pero igual es algo muy difícil. Ese es un punto. También está la discusión sobre el sistema previsional, en la cual nadie le quiere poner la cara a decir que no solo está bastante deteriorado, sino que buena parte de las medidas que con ojos entusiastamente progresistas se vieron como avances de derechos, al haberse hecho sin sustento actuarial para ver cómo se sostenían a futuro, lograron agravar el problema. Es cierto que la política tiene predominio sobre la economía, pero debería ser consciente de que lo que induce a hacer no es inocuo en lo económico. Sabemos que, aproximadamente, por cada tres puntos de crecimiento del PBI, el empleo puede crecer un punto en la Argentina, pero veo difícil que hoy se cumpla eso y, entonces, ni siquiera estamos en condiciones de que se creen los puestos necesarios para quienes se incorporan.
–Frente a la aceleración de la inflación desde el Gobierno se planteó, por un lado, la dinamización de las paritarias y, por el otro, el pago de bonos desde el Estado a una parte de la población, ¿cómo ve esas medidas?
–Sobre lo primero, se me vienen a la mente algunas apreciaciones de Roberto Frenkel que, cuando se proponían acortamientos de plazos para hacer los reajustes y, en general, cuando se proponían hacer ajustes con respecto a los acontecimientos pasados y no sobre un plan futuro, hablaba espantado de los posibles resultados que se pueden obtener en materia de aceleración inflacionaria. Estamos como en una calesita loca. Es cierto que la situación requiere que se tomen algunas medidas para ayudar a los sectores populares, pero también es cierto que no todos los empleadores están en condiciones de hacerse cargo de nuevas erogaciones sin pasar eso a precios. Creo que en el Gobierno, y fuera el Gobierno también, cada uno pega el grito donde le duele un poco el callo. No aparece alguna línea de pensamiento que lleve a tomar medidas en algún sentido. Es un momento en que la perinola dice ‘todos ponen’, así que no es tiempo de que chicaneemos para llevarnos un pedazo más de la torta, sino que tenemos que ver qué podemos aportar. Eso es fácil decirlo, pero políticamente es algo extremadamente difícil, mucho más si una parte del Gobierno sigue manteniendo argumentos como si lo que pasa no pasara; el kirchnerismo sigue planteando cosas como si el mundo fuera el de no sé cuándo. En situaciones críticas puede haber algunas medidas que transitoriamente tapen un agujero, pero estoy convencido de que ninguna medida parcial puede ser satisfactoria. Hay sindicatos con capacidad de presión, camioneros, bancarios, aceiteros, que consiguen mejoras sustanciales; los demás van a estar mirando a ver si pueden tomar un pancito para mojarlo en el café con leche. Pero de ahí no salimos. Socialmente hablando, no salimos de la rapiña entre nosotros. Y necesitamos un esfuerzo mucho más compartido y que se fije un horizonte no inmediato para la recuperación. Alguien puede decir que es injusto y que los trabajadores no tienen por qué hacerse cargo; sí, estoy convencido de que es injusto y de que el capitalismo produce injusticias, pero vivimos con el capitalismo y tenemos que encontrar salidas económicas y políticas.
–Una década atrás, según datos oficiales, había igual o incluso mayor cantidad de asalariados registrados del sector privado que ahora; teniendo en cuenta ese dato y el actual contexto, ¿influye la negociación salarial en la dinámica del empleo?
–Desde el punto de vista general es muy difícil tener una apreciación, porque eso depende de los diferentes ámbitos de actividad económica y de si han podido o no hacer modificaciones tecnológicas ahorradoras de mano de obra. Creo que eso de que porque la mano de obra es más cara echo gente, puede ser en un contexto en el cual cada vez vendo menos, pero si estoy vendiendo cada vez más, es distinto. Creo que es un caballito de batalla del empresario azuzar el peligro de los despidos y eso puede generar nuevamente lo que pasó con la prohibición de despidos, que no resolvía los problemas, sino que los ponía bajo tensión. Lo de las paritarias es comprensible en un contexto en el que no existe el planteo de un horizonte. Imaginemos algo difícil de imaginar en la Argentina: que el Gobierno se planta después de haber cosechado credibilidad por parte de la ciudadanía y que diga: ‘bueno, estamos en un lío tan importante que lo que tenemos que hacer es tal y tal cosa, que en lo inmediato no nos va a resolver muchas, solo alguna cuestión, pero es la única manera de llegar en dos, tres, cuatro o cinco años a un punto medianamente satisfactorio’. Eso produciría en la sociedad un sacudón; a lo mejor es una utopía muy grande, pero creo que si no es por ese lado, no tenemos forma.
–En los últimos años sí creció el número de empleados públicos y de monotributistas, con aportes considerados bajos para la sostenibilidad del sistema jubilatorio, donde está parte del problema fiscal actual y hacia adelante. Más allá de las causas, ¿qué efectos futuros pueden esperarse de esa dinámica del mundo laboral?
–El sector público en los últimos 15 años mantuvo una dinámica ascendente, más allá de cómo le fue yendo al país. Y monotributistas es una categoría que también creció. En lo previsional, yo no pondría el acento en ese segmento o en el de personal de casas particulares; creo que tenemos demasiados sistemas que no son de privilegio, pero sí especiales, que se estructuraron para dar respuesta a demandas de sectores, como los de docentes, investigadores, etcétera. Eso tampoco es equitativo, porque más allá de que se haya aportado un poco más, todos los aportes actualizados no alcanzan a cubrir las retribuciones que se dan. Quiero decir que yo no miraría solo en la parte baja, sino que, si me meto a discutir el tema previsional, incluiría todo el conjunto.
–Con la percepción de una muy alta presión tributaria y con los cuestionamientos al gasto público, existe una brecha de la que últimamente se habla mucho: una parte de la sociedad percibe que paga impuestos y que hay otra parte que solo recibe dinero, ¿cómo ve ese tema?
–Un mundo y otro no funcionan separados. El mundo al que llamamos informal tiene muchísimos intersticios que lo vinculan al que llamamos formal, por lo cual este último está negreando también y, a la vez, el mundo llamado informal alguna cosa en blanco hace. Creo que, efectivamente, hay una percepción en la sociedad de que hay una presión fiscal muy elevada y tiene que ver con lo que pasa con el gasto también; por ejemplo, que haya disminuido la matrícula escolar es algo que no tiene justificación. Y hay un debate espurio en el Gobierno, porque los kirchneristas creen que poner un impuesto nuevo es un triunfo para los trabajadores, y yo creo que es una torpeza pensar las cosas en ese contexto, porque todo va a depender de a quién se grave, de cómo se grave y de qué destino se dará a lo recaudado. Es más inteligente no inventar erogaciones sin recursos. Estoy de acuerdo con que hay presión fiscal, en lo que no estoy de acuerdo es en ese argumento que suena redondito, de que unos pagan mucho y otros no pagan nada, y peor aún, que son los que reciben. Creo que eso no es literalmente así; un punto elemental es que los sectores más pobres pagan IVA, aunque no sé si ese IVA llega al Estado [o queda en el camino], y otro punto es el de las conexiones entre el sector formal e informal. Por ejemplo, si hablamos de la confección de prendas y se mira cuánta tela se fabricó, y si con la tela que se fabricó y no se exportó se podría producir el doble de trajes de los que están informados, entonces la mitad de los trajes se vendió en negro; es un ejemplo burdo, pero lo doy para que se entienda la conexión entre el mundo formal e informal. La escisión no sirve de mucho, sí sirve la discusión sobre la eficiencia del fisco.
–¿Y cómo influye el peso de la carga fiscal en las posibilidades de crecimiento de la actividad?
–Depende mucho de lo que haga el fisco, si vuelca una parte importante de los ingresos a crear algo en un sector en el que estamos en déficit, como la infraestructura, sería a largo plazo extremadamente favorable para el crecimiento. Pero si se dilapida de muchas maneras, no podemos menos que mirar esa carga como algo contrario al crecimiento; ahí está incluida la corruptela.
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