10 años desalentadores: el número que casi nadie mira y marca el futuro de la Argentina
El consumo, el empleo y la pobreza son algunos de los factores de la agenda económica que sintieron el impacto de la pandemia. Sin embargo, hay otra variable que la crisis del coronavirus empeoró y que, según los analistas, será un lastre que complicará las posibilidades de recuperación.
Además del desplome en el nivel de actividad y la destrucción de puestos de trabajo, en la Argentina hace dos años consecutivos que cae la inversión, y el escenario se profundizó en el segundo trimestre de 2020: según el Indec, se desplomó un 38,4% con respecto a igual período del año anterior.
Este factor, llamado Formación Bruta de Capital Fijo en los informes del organismo, es una variable clave que se vincula con la capacidad de una economía y comprende todo desembolso en maquinaria, instalaciones, equipos de transporte, edificios o cualquier otro tipo de elemento dedicado a la producción de bienes o servicios. Una caída en la inversión como la que vive el país implica, consecuentemente, un efecto negativo sobre la capacidad de esa economía.
Los datos del Indec muestran que la pandemia, en realidad, profundizó una crisis que arrastra la Argentina desde hace años. El segundo trimestre de 2018, cuando comenzó la corrida contra el peso en el gobierno de Mauricio Macri, fue el último con crecimiento interanual de la inversión (2,6%). Desde entonces, la caída en el nivel de actividad se asoció también con una contracción de este factor. En otras palabras, hace tiempo que la Argentina no solo es más pobre en términos sociales, sino también, en cuanto a su capacidad productiva.
"En el segundo trimestre, la tasa de inversión, que mide la inversión sobre el PBI, fue del 9,5%. ¿Qué significa esta cifra? Es un mínimo histórico, incluso por debajo del 12% de 2002 y de lo generado en las hiperinflaciones", agrega Ariel Coremberg, director del Centro de Estudios de la Productividad-ARKLEMS, quien plantea que el promedio histórico de la Argentina se ubica en el 20%.
Según el economista, una de las consecuencias negativas de esta dinámica es que ese monto de inversión "está por debajo de las necesidades de mantenimiento y reposición del stock de capital porque en el uso se desgastan". Se refiere al deterioro que afecta a equipos, maquinaria, edificios, instalaciones y toda la infraestructura productiva del país, que no alcanza a ser repuesto o renovado con el flujo de inversión vigente.
"Haciendo un número promedio, necesitás un 14% del PBI de inversión para mantener tu capacidad instalada o stock de capital físico y que se mantenga en producción. Si no, en algún momento se empiezan a caer las tuercas y los tornillos de la máquina", ilustra Coremberg.
Por su parte, Emilia Calicibete, analista económica de la consultora LCG, destaca otro punto negativo. En el segundo trimestre, cuando el PBI cayó un 19,1% en términos interanuales, la inversión fue la variable de mayor contracción. "Lo más afectado fue la construcción. Había caído 24% en el primer trimestre y se desplomó un 48% en el segundo", agrega. La inversión en equipos durables de producción, a su vez, cayó 13% y 28%, respectivamente, un factor que se movió en terreno negativo durante todo 2019.
El escenario también se ve afectado por el frente externo. Entre la recesión, el encarecimiento por la devaluación del peso y las restricciones al acceso a divisas dispuestas por el Gobierno para intentar frenar la caída en las reservas, en lo que va de 2020 se desplomaron un 21% las importaciones, que incluyen gran parte de la maquinaria y los bienes utilizados por las empresas en su proceso productivo.
Según los datos del Indec, en el acumulado de los nueve primeros meses del año cayó un 27,5% la importación de bienes de capital (sin considerar equipos de transporte); un 7,5%, las de equipo de transporte industriales; un 28,5%, las de piezas y accesorios para equipos de transporte y un 43,6%, las de bienes y accesorios para bienes de capital. En septiembre, sin embargo, la tendencia se interrumpió, con un incremento de las importaciones (9,4% de bienes de capital, 12,6% de bienes intermedios) estimulada en parte por la distorsión que genera la brecha cambiaria.
Sin capacidad de reposición, lo que ocurre es que las empresas recurren a estirar la vida útil de los equipos o recurrir a maquinaria o bienes obsoletos, con un consecuente impacto negativo en la productividad. "Con el cepo y las restricciones, la economía se vuelve menos competitiva, porque no se puede acceder a bienes de capital más avanzados, cuando lo que permite la inversión es adaptarse a nuevos ciclos tecnológicos", agrega Coremberg sobre una dinámica que no afecta solamente al sector industrial, sino también al agropecuario (maquinaria agrícola) o la logística (equipos de transporte, repuestos) o los servicios basados en conocimiento (computadoras, servidores, hardware), sectores intensivos en capital.
La baja en la inversión afecta a lo que los economistas definen como el ‘PBI potencial’ de una economía. Esto es, la capacidad productiva de un país si estuviera operando a su plena capacidad. "El problema es que en la Argentina hace años que cae el PBI potencial y no se recupera. Entonces, el rebote ante cada crisis es mayor. El que veremos en 2021 va a ser menor que el nivel de actividad que había en 2019", plantea Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina. La estadística, al igual que en el nivel de actividad, arroja un guiño positivo. En 2021, producto de la comparación con la caída de 2020, podría verse un "rebote estadístico" en la inversión, con un incremento en la comparación interanual.
"La lógica es que cada pico anterior queda inalcanzable. El hecho de que hoy tengas la menor relación de inversión sobre PBI desde 2005 es la consecuencia de más de 10 años de estancamiento y a su vez causa de que los próximos 10 sean desalentadores, y que el crecimiento sea, en el mejor de los casos, moderado", agrega el analista. Según sus proyecciones, aun sin eventos disruptivos o imprevistos, a este ritmo de inversión la Argentina no retomará su pico anterior en cuanto a nivel de actividad, correspondiente a 2017, al menos en 2030.
Según Rajnerman, además, la Argentina no brinda condiciones auspiciosas para la inversión, más allá de la coyuntura negativa vinculada a la pandemia. "El crecimiento de este ítem depende de dos factores. El que invierte piensa que en determinado tiempo va a poder vender y que esa plata que puso le va a volver con una tasa de retorno. En el país no está claro cuánto va a vender ni las condiciones de oferta, porque se cambian impuestos o las condiciones, que hace que no se sepa cuál puede ser la rentabilidad final", plantea el economista.
En ese escenario, advierte, los sectores vinculados a los recursos naturales, como la minería, los hidrocarburos (Vaca Muerta), o los vinculados al segmento agropecuario, son los que mayor potencial tiene en el corto plazo. "Dado el historial reciente de inestabilidad de la Argentina, los países vecinos son más atractivos. Por eso, las inversiones que vienen son las que no pueden ir a otro lado", concluye.
La agenda empresaria de Alberto Fernández parece responder a este análisis. La semana pasada, después del anuncio del Plan Gas, el presidente recibió en Olivos a Paolo Rocca, líder de Techint, y a Marcos Bulgheroni, CEO de Pan American Energy.
A mediano y largo plazo, a su vez, la cuenta pendiente de la economía argentina es generar esas condiciones para la inversión. "El argentino medio compra dólares para resguardar sus ahorros y los guarda, porque no confía. A menos que se empiece a generar previsibilidad, no se van a generar inversiones a escala. Es un proceso largo cuya recuperación es más lenta que el consumo", advierte Calicibete. Los números son contundentes: según el Indec, los fondos de los argentinos declarados, pero guardados fuera del sistema bancario local a fin del segundo trimestre de 2020 ascendían a US$213.908 millones. El viernes, mientras tanto, el Banco Central informó que sus reservas internacionales sumaban US$ 40.499 millones.
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