Invasión de Rusia a Ucrania: guerra militar versus sanciones económicas
Como es de público conocimiento, el 24 de febrero el dictador Vladimir Putin dio la orden a su ejército de emprender dentro del territorio de Ucrania “operaciones militares especiales”.
La invasión en cuestión ha sido implementada de manera criminal, bombardeando y sitiando las principales ciudades, puertos, hospitales y refugios, no respetando la vida ni las propiedades civiles, cometiendo asesinatos en masa y permitiendo a sus tropas todo tipo de tropelías. Dicho de otro modo: con crímenes de guerra.
Los principales países de Occidente liderados por los Estados Unidos –y agrupados principalmente en la OTAN, la Comunidad Europea y el G7– reaccionaron rápidamente ante esta clara violación del derecho internacional. Sin embargo, desde un principio todos ellos definieron que no enviarían tropas en aras de evitar una eventual y peligrosa extensión del conflicto militar. Ahora bien, a partir de esta definición, los “aliados” se plantearon cómo detener a esta “bestia”. Las posibilidades eran dos: darle apoyo a Ucrania mediante información de inteligencia, armamentos sofisticados y asistencia humanitaria y, simultáneamente, implementando sanciones económicas que deterioraran severamente la economía moscovita. Ambas herramientas han sido utilizadas.
El apoyo militar ha permitido, al menos hasta ahora, al valiente ejército ucraniano frenar el avance ruso e incluso, en algunas regiones, obligarlo a retroceder. Las medidas económicas, en tanto, comenzaron a implementarse de inmediato como una herramienta fundamental para detener –en conjunto con la resistencia del ejercito ucraniano– el delirante sueño imperialista de Putin. Quedó planteado, entonces, un escenario de “guerra militar versus sanciones económica”. ¿Han sido estas sanciones suficientes?
Antes de responder esta pregunta es necesario recordar la importancia económica de Rusia en materia energética, agrícola y de metales industriales. Respecto de la energía, es uno tres principales productores de petróleo y gas del mundo. Y juega un papel importante, entre otras, en las producciones mundiales de trigo, maíz, aceite de girasol, fertilizantes, aluminio, cobre, níquel, paladio, platino, titanio y acero. Las importaciones energéticas rusas de Europa representan el 40% del gas y el 25% del petróleo de su consumo, lo cual indica el alto grado de su dependencia del abastecimientos de Moscú. Eso le aporta a Rusia nada menos que... ¡750 millones de dólares diarios!
A la fecha de escribirse este artículo, ya han sido implementados cuatro “paquetes” crecientes de sanciones económicas. Las tres primeras han golpeado –entre otros sectores e individuos– a empresas estatales militares, tecnológicas y de fertilizantes y, asimismo, han congelado activos de burócratas y “oligarcas” rusos en el mundo. Sin embargo, las sanciones hasta ahora “más fuertes” se han dado en el cuarto paquete: se trata del congelamiento de las reservas líquidas rusas depositadas en bancos occidentales (330.000 millones de dólares) y la desconexión de sus principales bancos del sistema Swift, de pagos y cobros internacionales.
Si bien el impacto ha sido importante –Rusia quedó parcialmente aislada de la economía global y sin reservas liquidas para defender su moneda y atenuar el impacto de la sanciones– lo cierto es que las medidas aún no han sido suficientes. Dada esta peligrosa situación, resulta imperioso profundizar las sanciones con “la bala de plata” de la cual aún se dispone. Eso es, cortar las importaciones energéticas de Europa, región que, dada su dependencia, se resiste por ahora a “gatillar” esta herramienta.
Dos observaciones finales. Europa no debe seguir financiando a un criminal de guerra, mientras que –a su vez– los “aliados” deben tener en cuenta que las acciones militares tienen impacto inmediato, mientras que las sanciones económicas requieren tiempos adicionales para lograr sus objetivos. Dicho de otra manera: Europa debe detener a la brevedad su inmoral financiación de la masacre soviética (la cual se realiza a través de del flujo financiero de 750 millones de dólares diarios ya mencionados) no demorando aún más el cierre parcial o total de sus actuales importaciones de gas y petróleo. En el caso contrario, es posible que la guerra militar se “imponga” a las sanciones económicas –por ahora insuficientes y necesitadas de mayor tiempo para lograr impactos crecientes–, con todas las implicancias negativas que ello implicaría.
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