Instituciones globales y crisis de la deuda
La crisis global de 2008 puso en evidencia las falencias del sistema financiero internacional, ya sea en términos de los mercados como de las instituciones nacionales y multilaterales dedicadas a regularlo y supervisarlo. Los mercados financieros funcionan diferente al resto de los mercados y aún hoy los problemas que causaron la crisis están lejos de ser resueltos y las soluciones adoptadas distan de ser completamente adecuadas. Más aún, hay observadores muy reconocidos, como Raghuram Rajan, el actual presidente del Banco Central de la India, quien predijo la crisis anterior, que alertan enfáticamente sobre las consecuencias negativas del exceso de liquidez internacional que crea burbujas especulativas.
Evidentemente, la crisis financiera no causó una recesión prolongada y más profunda debido a la acción de los bancos centrales de los países avanzados, que, dejando de lado toda ortodoxia, inundaron el mercado de liquidez. Sin embargo, esto está causando ahora una subestimación del riesgo por parte de los inversores y, como consecuencia, una acumulación de activos de dudosa solvencia. Esto se refleja en las bajísimas tasas de interés y en el nivel de endeudamiento corporativo y soberano. Desafortunadamente, la situación es semejante a la que causó la crisis anterior.
Dicho esto, es importante remarcar que son pocos los que cuestionan seriamente la esencia de las políticas anticrisis utilizadas por los bancos centrales. Pero también es indiscutible que los efectos colaterales de estas políticas nos ponen al borde de una situación similar a la que originó el colapso. Tal vez esto se deba al "riesgo moral", un concepto que había sido abandonado, pero que ahora parece explicar esta situación. Lo que este concepto nos dice es que muchos inversores piensan que esta política continuará y que los bancos centrales no dejarán que el sistema quiebre. Y de todas formas todos apuestan a que podrán salir antes que los demás. Obviamente, no todos pueden salir antes, y si lo intentan crearán gran volatilidad y un proceso inestable aún peor.
Este paradigma de política monetaria es, por lo tanto, incompleto ya que adolece de la falta de un esquema de salida eficaz (exit policies). Los bancos centrales han tratado de informar al público sobre la dirección futura de sus políticas (una política llamada forward guidance, o "guía hacia el futuro") pero, al haber ido cambiando sustantivamente y en forma sostenida sus intenciones, la guía provista no predijo el curso de las políticas y perdió credibilidad.
Es aquí donde se puede resaltar el rol opaco de las instituciones financieras internacionales, quienes no solamente no anticiparon apropiadamente los problemas, sino que erraron los pronósticos y han ido, casi siempre, detrás de los hechos. Una manifestación sencilla de esto es la corrección permanente y sustantiva de sus proyecciones. Si es cierto que la situación financiera internacional es inestable y se encamina a otra crisis, no parecería que las instituciones existentes estén tomando las medidas necesarias para reducir este riesgo. Claramente, una nueva explosión financiera convertiría a estas instituciones en irrelevantes. De ahí la necesidad de considerar seriamente una reforma estructural en los mecanismos de gobernabilidad en el sistema financiero internacional.
En este contexto ha ocurrido el "incidente crediticio" de la Argentina, producto de un largo proceso de sobreendeudamiento, default y reestructuración. Se ha escrito un sinfín de opiniones sobre este tema, pero lo cierto es la falta de reglas de juego y de precedentes en una situación tan particular como ésta. Desde el punto de vista económico-financiero, el fallo del juez Griesa sufre de inconsistencia y errores, ignorando principios fundamentales como, entre otros, el carácter probabilístico de un título y la compensación recibida por los inversores por la toma de riesgo implícita (reflejada en una tasa incrementada por el "riesgo país" correspondiente). Tampoco el concepto de pari passu está interpretado apropiadamente. No obstante estas falencias, el país al momento de emitir los títulos se sometió, a falta de alternativas, a esta jurisdicción con las consabidas consecuencias.
Ahora bien, esta circunstancia, que tiene alcances que van mucho más allá de la Argentina, implica la necesidad de mecanismos especializados. Estos mecanismos deberían establecer rutinas aceptadas con respecto a la legitimidad de una reestructuración y administrar procedimientos jurídicos, así como mecanismos de apelación que distingan claramente las condiciones y características específicas del endeudamiento soberano.
Esto no es ni más ni menos que el mecanismo de quiebra soberana discutido varios años atrás en el Fondo Monetario, por iniciativa de Anne Krueger. Tal vez es tiempo de reflotar esta idea. Sin embargo, dadas las falencias de las instituciones multilaterales existentes señaladas anteriormente, resulta inviable asignarle al FMI este rol, más aún, cuando el Fondo es acreedor importante de algunos de los países que podrían acudir a este mecanismo, lo que lo convertiría en juez y parte. El esquema institucional que debiera establecerse tendría que ser producto de una negociación en la cual la verdadera representatividad de las economías contemporáneas sea respetada.
Este mecanismo de quiebra debe ser estudiado en el contexto de la reforma global mencionada. De ser exitoso, sería una consecuencia positiva de nuestras actuales tribulaciones.
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