En las últimas cinco décadas, la Argentina fue el país que más programas tuvo para calmar aceleraciones de precios y volatilidad cambiaria y fue, también, el que más fracasó; qué caracterizó a los proyectos que lograron un éxito perdurable
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En la Argentina, 2006 fue el último año con inflación de un dígito. El Indec informó en aquel entonces que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) había avanzado entre enero y diciembre un 9,8%; el dólar, en tanto, cotizaba a $3,09. La historia de los siguientes 16 años es la de un nuevo fracaso económico para el país. En ese recorrido, que incluyó una adulteración de las estadísticas oficiales (a partir de 2007 y hasta fines de 2015), el regreso del cepo cambiario, la pérdida de reservas, la suba de la pobreza y el crecimiento de la deuda, los tipos de cambio escalaron hasta récords nominales (el mes pasado el dólar blue tocó los $800) y el aumento interanual de precios volvió a ser de tres dígitos como lo había sido décadas atrás.
La variación del IPC de agosto último, de 12,4%, es la mensual más alta en más de 30 años. A tal punto se agravó el problema, que el viernes el Ministerio de Economía anunció que publicará datos semanales de inflación, con el objetivo de intentar calmar las expectativas.
Y mientras la actividad lleva más de una década sin crecer, las variables macroeconómicas aceleran su deterioro, en una dinámica que no es nueva para el país: en los últimos 50 años es el país de la región que más planes de estabilización intentó y el que más veces fracasó.
Esa es una de las conclusiones de un trabajo elaborado por los economistas argentinos Gabriel Palazzo, Martín Rapetti y Joaquín Waldman, en el que analizaron los 46 planes de estabilización que, en los últimos 50 años, implementaron 13 países latinoamericanos para enfrentar escenarios de aceleración inflacionaria y volatilidad cambiaria.
Una primera mirada a los datos demuestra que la tarea es compleja: solo 12 de esos programas fueron exitosos para bajar la inflación de manera duradera. Detrás de la dinámica de los planes operan diferentes factores y particularidades propias de cada coyuntura, pero los que logran resultados de forma consistente tienen dos elementos centrales estrechamente vinculados: la estabilización del tipo de cambio nominal y el equilibrio de las cuentas públicas y externas.
El valor del dólar, afirman los economistas, tiene un “rol clave” para los procesos de estabilización, más allá de si se opta por un mecanismo de tipo de cambio fijo o variable. Frenar las subas de la divisa impacta directamente sobre los precios e, indirectamente, sobre las expectativas inflacionarias de diferentes agentes (empresas, trabajadores, etcétera), que condicionan la evolución de otros valores, como los salarios o los servicios. “En los casos en los que hay algún grado de éxito, la tasa de depreciación del tipo de cambio nominal se desacelera a partir del lanzamiento del plan”, detallan los economistas en el informe. Y describen que, observando la mediana, el movimiento nominal pasa del 113% interanual al 8% interanual en el primer año del lanzamiento del plan.
El ancla y sus riesgos
“En economías como la de la Argentina actual, se para la inflación cuando se estabiliza el tipo de cambio. Por eso, la Convertibilidad fue tan exitosa”, sintetiza Rapetti, docente de la UBA y fundador de la consultora Equilibra, quien define a esa herramienta como el “ancla” del plan.
La analogía revela que la estrategia incluye un componente riesgoso, pero inevitable. “El tipo de cambio siempre termina siendo el ancla. Y es clara la metáfora. En un barco que está avanzando, vos tirás un ancla que se queda quieta en el lugar, y el barco sigue avanzando hasta donde el ancla se lo permite. Entonces, en relación al barco, el ancla siempre queda atrasada”, analiza Rapetti. Es que esta dinámica, según muestra la experiencia de los países latinoamericanos, se replica porque la estabilización del tipo de cambio preexiste a la desaceleración de los precios, que continúa con rezago y con reacomodamientos en diferentes rubros. Y se da tanto con esquemas de tipo de cambio fijo, como la Convertibilidad, como con los flotantes, que recurren a ajustes de la tasa de interés como mecanismo para operar sobre el mercado cambiario.
Ese escenario, advierte Rapetti, es el que puede generar también inconvenientes una vez lanzado el plan, como los que experimentó Brasil años después de implementado el Plan Real, México con el Tequila o la Argentina al tiempo de la puesta en marcha del ‘uno a uno’. “Hay que ser consciente de que el tipo de cambio se atrasa, y si se va a fijar, tener en mente una estrategia de salida. Porque eso sirve para estabilizar, pero el costo es tener turbulencias a futuro.
Lo que demuestra la Convertibilidad y los casos de Ecuador y de Grecia es que, cuando estás tan atado a una moneda distinta a la tuya, en algún momento quedás muy rezagado, y salir de ahí es un calvario”, dice el economista, en referencia a modelos como la dolarización o el esquema local de los 90, que generó tensiones y que concluyó con el estallido de 2001.
Junto a la estabilización del tipo de cambio, el otro elemento que analizan los economistas para diagnosticar la factibilidad de un plan contra la inflación tiene que ver con el resultado fiscal y el balance externo de los países, y advierten que las probabilidades de éxito son mayores cuanto más cerca del equilibrio (o superávit) estaban los países antes de lanzar sus programas.
Lograr el equilibrio
“En los casos en que se logró un éxito perdurable, cinco planes se iniciaron con superávit primario y otros seis lo consiguieron en el año inmediatamente posterior al lanzamiento”, advierten los autores del informe, y plantean que en el primer año de implementación pasaron a un superávit primario del 1,2% del PBI. Bolivia (1985), Perú (1990) y la Argentina (1991) fueron los países que comenzaron con mayor déficit y los tres pasaron a un superávit en el año siguiente al lanzar el plan. En otras palabras, un plan de estabilización que funciona implica que antes o durante su desarrollo haya un ajuste en las cuentas públicas.
“Hay una diferencia muy marcada entre los planes que tienen éxito y los que no: cuando tenés un mejor resultado fiscal, te va mejor. Y eso tiene una razón bastante clara: que un país que tiene equilibradas las cuentas públicas, no necesita financiamiento. Si querés estabilizar el tipo de cambio y al mismo tiempo tenés un agujero fiscal que financiás con emisión monetaria, ese dinero que la gente no está demandando termina en un activo sustituto, que en este caso es el dólar. Entonces, generás presión sobre el tipo de cambio y eso amenaza la estabilización”, relata Rapetti.
La situación es análoga con el balance externo de los países. Hay mayor probabilidad de estabilización de los precios cuando los planes se inician con equilibrio o superávit de cuenta corriente (esto es, equilibrio o superávit en el balance entre las divisas que ingresan y salen de un país). “Si no hay espacio externo, el atraso del tipo de cambio real que generan estos programas es un problema, porque implica mayor nivel de importaciones, pone presión a la balanza comercial y en un contexto donde el país tiene que ganar credibilidad es difícil que se financie ese déficit. Entonces, como hay apreciación, lo mejor es empezar con un margen externo, un colchón de cuenta corriente para bancar ese proceso sin que se torne insostenible”, advierte Palazzo. El factor de la balanza externa explica, en parte, las fallas de algunos programas lanzados en la región en las últimas décadas, y llevó al fracaso, con sus particularidades, al esquema implementado en la Argentina en 2016.
Según analizan los investigadores, los planes de estabilización “sufren un deterioro en el resultado de cuenta corriente” en los dos años posteriores a su puesta en marcha.
“Este fenómeno está fuertemente asociado a la evolución del balance comercial. El éxito en estabilizar coincide con una dinámica en la que tanto las importaciones como las exportaciones crecen, pero las primeras lo hacen a un ritmo mayor”, se advierte en el documento, sobre un proceso que implica menor disponibilidad de divisas. Y en ese recorrido encuentran otro factor que distingue a los planes exitosos: según el dato de la mediana, comenzaron con un superávit de cuenta corriente de 2,4% del PBI y un resultado positivo de la balanza comercial de 6%, mientras que los de éxito transitorio empezaron con déficit de cuenta corriente (1,2%) y menor superávit comercial (3,5%). “Los casos que logran sostener la desinflación en el tiempo parten de un resultado más favorable y enfrentan menores obligaciones por el lado de utilidades, dividendos e intereses de la deuda externa”, explica el documento, que advierte que, habitualmente, los planes que fallan muestran “un punto de partida peor que los exitosos”.
La implementación de un plan de estabilización, a su vez, presenta diferentes consecuencias de corto y mediano plazo. Porque los efectos del ajuste fiscal y externo, en lo inmediato, suelen implicar costos inmediatos: los programas exitosos tuvieron ajustes previos con caídas en promedio del 10,3% del nivel de actividad y del 6,4% en el balance fiscal, antes de su puesta en marcha, lo cual genera costos políticos y una habitual “renuencia” de los gobiernos a “intentar una estabilización”.
“Ahí es donde se combina la teoría económica de la ingeniería del programa y las correcciones para minimizar los impactos recesivos y la caída de los ingresos, con la ingeniería política que da soporte para transitarlo”, plantea Rapetti.
La experiencia latinoamericana muestra que esos costos en lo inmediato redundan en un escenario de expansión: los países con éxito perdurable pasaron a crecer a un ritmo del 3,8% anual en los cinco años siguientes (4,3% en el primer año), según el documento. “Una vez que estabilizan, los planes exitosos son muy expansivos y generan un horizonte positivo. ¿Cuánto hace que Argentina no crece al 4%? Y si bien no hubo una caída grande, el país paga los costos de no estabilizar hace 12 años, con la economía estancada y el PBI per cápita cayendo. Por no tomar medidas impopulares, tomar parches e intentar que los costos no estén, al final la economía se estanca. El futuro después es mucho más promisorio que evitar cualquier tipo de costo previo y seguir con este estancamiento que es la imposibilidad que nos pone a todos”, dice Palazzo.
En el escenario argentino actual, un plan de estabilización demanda una serie de ajustes en variables claves. El escenario es el de un Banco Central con reservas netas negativas por más de US$4000 millones, una brecha cambiaria superior al 100% y una inflación que superaría el 180% en el año, según las últimas estimaciones del Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central.
Y esas correcciones para estabilizar representan una “tensión” por sus costos sociales y políticos. “La estabilización va a requerir que el tipo de cambio se corrija y llevar el oficial al alza para acercarlo al libre. No va a funcionar con el oficial a $350, pero tampoco a $750.
A ese valor, la Argentina está excesivamente barata, y eso se evidencia en la llegada de turistas extranjeros, en la construcción, o en los salarios que, medidos al dólar paralelo, son bajísimos. La productividad argentina es mucho más alta de lo que pagan esos salarios. Al tipo de cambio oficial, el país no está barato. Hacer la corrección tiene costos sociales, porque en lo inmediato acelera la inflación y se deteriora el ingreso real.
Lo mismo pasa con las tarifas de servicios públicos y los subsidios. Hoy la economía argentina tiene un nivel de gasto fiscal en relación a su PBI demasiado grande. Y hay consenso de que para tener una macro ordenada, compatible con una inflación baja, el país requiere una serie de ajustes que van a tener un consecuencias sociales”, dice Rapetti, quien afirma, a partir de la experiencia de planes exitosos, que no es indispensable un “sobre ajuste” si el programa de estabilización explicita sus metas y objetivos: “Hacerlo agudiza tensiones y disminuye las chances de éxito. Lo importante no es hacer todas las correcciones el día uno, pero sí lo es mostrar la trayectoria de corrección desde el día uno, explicitar la estrategia y la lógica económica. Se puede sumar una regla de gasto público, con metas concretas. Un buen plan tiene que ser capaz de contarle a la gente, como una empresa que muestra su futuro, dónde está el negocio de la Argentina, todo lo que va a poder vender. Buscar estabilizar es, a la vez, un buen plan de desarrollo, en el cual en simultáneo se toman medidas pro-inversión y pro-inversión en sectores clave”, dice Rapetti, en referencia a rubros como minería, energía, agro, industria y economía del conocimiento.
Con un plan exitoso y siete fallidos en 50 años, según la tipología del documento, la Argentina enfrenta en su actual coyuntura la urgencia de un nuevo programa de estabilización. Tras una nueva gestión fallida que deliberadamente optó por no explicitar un plan (“francamente, no creo en los planes económicos”, dijo en 2020 el presidente Alberto Fernández al Financial Times), la ventana se abre para el gobierno que asuma el 10 de diciembre. Según Palazzo, es la oportunidad de revertir 12 años de estancamiento: “Si no logramos que la economía crezca, no vamos a poder bajar la pobreza, porque con una torta que se mantiene igual, siempre cuando alguien mejora es a costa de otros que pierden”.
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