Inflación: la falta de reflejos económicos ya preocupa más que el número
El 7,4% que registró el Índice de Precios al Consumidor convive con una pasividad del Gobierno a la hora de enfrentar uno de los problemas más importantes que tienen los hogares argentinos
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Es verdad que cuando se conoce el número de inflación, la cifra abruma. Sin embargo, la digestión sería más fácil si el Gobierno diera certezas de entender las causas, proponer una solución y designar a las mejores personas para transitar el camino. El punto es que, una vez más, coinciden un número desaforado y una gestión económica que no logra, ni siquiera, diagnosticar las causas del principal problema que tiene la Argentina.
A nadie sorprendió el número de inflación que se conoció. Ahora bien, nada mejor que la perspectiva para entender qué significa el 7,4% que estampó el Índice de Precios al Consumidor (IPC). Para encontrar una inflación mensual similar hay que remontarse abril de 2002, un par de meses después de que estallara la convertibilidad en aquella crisis de fines de 2001. El número interanual, que llegó a 71%, sólo es posible recordarlo si al menos se cuenta con varias décadas vividas. Desde enero de 1992 que 12 meses acumulados no suman esa cifra.
En ambos casos, se vivían momentos extraordinarios. Hace 20 años, la Argentina terminaba con el uno a uno y una devaluación había llevado el dólar de un peso a cuatro; hace 30 años, eran los meses previos a un cambio de moneda, ya que entre marzo y abril de aquel 1992 el austral le dejó el lugar al regreso del peso y se instauró la convertibilidad.
Las referencias son pertinentes para entender en qué momento de la historia reciente se dejaron ver estas situaciones. Por estos días, la realidad no tiene nada que ver con esas bisagras de la historia económica argentina marcadas por medidas que revolvieron los cimientos. Más bien ahora sucede lo contrario: en la Argentina de 2022 se inauguró la inflación producto de la inacción.
Por más que mucho oficialismo quiera hacerlo, es imposible encontrar una medida antiinflacionaria -mucho menos un paquete- que haya puesto en marcha el presidente Alberto Fernández y que permita encontrar argumentos para “militar” la inflación. Poco para dos años y medio.
Cuando habla de aumento de precios, el Presidente genera una sensación difícil de explicar. Enhebra palabras que, a su vez, reflejan excusas imposibles de asimilar. Que la herencia, que la pandemia o que la guerra. Mientras suma causas que ya nadie escucha y que ni el propio Gabinete cree, el auditorio entra en somnolencia. Fernández hablando de inflación es el hilo musical de un consultorio, o la melodía de un ascensor.
Ya no es posible regresar sobre esas excusas. Es verdad, esta administración heredó una inflación de 54% -ese fue el número de 2019-, pero, claro, poner el mojón siempre en la gestión Macri ya suena a recurso gastado. El año que siguió, con la pandemia, la inflación fue de 36%. Pese a la pandemia y al gobierno de Cambiemos, cayó. Si entonces el Presidente mira ese punto de partida y no un año antes, pues en dos años la gestión pura de Alberto Fernández duplicó aquellos puntos para llegar a los actuales 71% interanual.
Ha perdido relevancia desmenuzar el índice o ver qué rubros se despegaron de otros. Ya casi no tiene importancia si la estacionalidad del tomate o la helada que quemó de frío la lechuga son las causantes de la suba de los alimentos. Los argentinos transitan con resignación un proceso inflacionario que nadie ataca de verdad. Los asalariados pierden contra la suba de precios y hasta la retórica de los sindicatos ha perdido eficiencia discursiva: un sindicato que logra un aumento interanual de 70% ha perdido contra los índices de este cuarto gobierno kirchnerista.
El Presidente insiste en pintar de color sepia lo que se le cruce por delante. En una de las últimas apariciones en las que se refirió a los aumentos de precios estaba sentado entre el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, y el secretario de Comercio, Matías Tombolini. Inauguraba un mercado con precios cuidados, al menos por esa tarde de cotillón político, en Lomas de Zamora. Es posible que no haya una solución que haya fracasado más que los acuerdos de precios, los mercados populares y los actos políticos detrás de unos cuantos pollos a precio de oferta.
Sólo para ilustrar: un consumidor que tenga su casa a unas 10 cuadras ya no tiene esta solución de realismo mágico con la que Alberto Fernández intenta detener la suba. Dicho de otra forma: un remedio para el principal problema del país con un alcance de 10 cuadras a la redonda en Lomas de Zamora.
En marzo, Fernández decretó la guerra contra la inflación. Ni él concurrió a esa batalla. No supo contra quién peleaba y con qué armas tenía que combatir. Cambió un general por una generala y luego buscó otro patrón para el combate. Por ahora, están ausentes todos. Eso sí, los soldados quedaron expuestos, sin cascos y a la intemperie. Molidos a palos. Ya no sirven las excusas y hay que empezar a trabajar en soluciones. Todos lo saben, menos Alberto Fernández.
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