Inflación de septiembre: para que el festejo del Gobierno sea completo, la baja ahora tiene que sentirse en el bolsillo
El IPC del mes pasado trajo buenas noticias a la administración libertaria, al arrojar la cifra más baja en casi tres años; sin embargo, hasta ahora los precios caen, pero el consumo sigue frenado y la actividad económica aún se muestra vacilante
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Tras dos años y medio, el índice de precios al consumidor traspasó finalmente el 4% y permite al presidente Javier Milei y a su ministro de Economía, Luis Caputo, festejar el “tres por delante” (fue de 3,5%), aunque los analistas pronostican que no bajará de ese escalón hasta, por lo menos, marzo próximo. Es un número que sigue siendo anómalo en el contexto internacional, pero que aquí parece una proeza, al contrastarlo con la hiperinflación que el Gobierno dice haber evitado. Y probablemente lo sea. En materia inflacionaria, el país juega en una liga aparte. Como dicen en las redes sociales, “Argentina, no lo entenderías”.
La inflación cae, pero la plata no alcanza. Lo refleja el consumo, que apenas repunta en la medición mensual y sigue muy por debajo de un año atrás. Es la contradictoria realidad que reflejan tanto los focus groups de las consultoras que miden la opinión pública como las estadísticas; un nudo que el Gobierno busca desatar con el reloj electoral corriendo hacia octubre de 2025.
El cambio de estrategia de Milei, al fijar el descenso rápido de la inflación como objetivo central de su gobierno (antes decía que el proceso llevaría dos años), intenta atenuar el alto costo que la devaluación tuvo en materia de ingresos, pobreza y empleo. Ahora procura revertir el cuadro a riesgo de postergar el repunte de la actividad, tal como señaló la Fundación Capital esta semana. “En un contexto donde no se ha logrado consolidar la convergencia inflacionaria, las autoridades profundizarán la utilización de las anclas fiscal, monetaria, cambiaria y salarial, con probables costos en materia de recuperación económica”, advirtió la consultora.
Eso explica algunas decisiones que desairan al mercado, a los técnicos del FMI y a los inversores, como la continuidad del cepo y de una tablita devaluatoria que a este ritmo lleva al atraso del tipo de cambio. “Soy liberal libertario, no liberal libertarado”, justificó Milei hace unos meses. Otra manera de decir que no está dispuesto a inmolarse en nombre del dogma y menos aún cuando las encuestas empiezan a mostrar las primeras grietas en su armadura. Dólar planchado o directamente en baja, aun a expensas de una acumulación de reservas más rápida; inflación descendente y recuperación del poder adquisitivo. Son remedios clásicos para apuntalar un humor social cuya estabilidad, en medio de un mar de dificultades, no está garantizada.
“Es la sábana corta: el cepo desalienta la inversión, pero estimula el consumo interno”, admite una fuente oficial. “No es cierto que con el cepo no se pueda crecer, pero es incómodo”, reconoce.
Pudieron comprobar esta percepción, en carne propia, el director del Banco Central y superintendente de Entidades Financieras y Cambiarias, Juan Curutchet, y su vice, Nicolás Ferro, en una charla que dieron el 5 de septiembre en la Cámara de Comercio e Industria Franco Argentina, que agrupa a empresas francesas con presencia en el país como Carrefour, Groupe PSA-Stellantis, Air France, Michelin y Total Energies, entre otras. Durante una hora, ambos explicaron cómo la entidad había ido esterilizando el sobrante monetario ante un auditorio compuesto por ejecutivos de esas compañías. Según uno de los participantes, el dúo encontró una recepción favorable a sus palabras y el clima en general fue ameno y positivo. No obstante, apenas se abrió el espacio al diálogo, la primera pregunta fue cuándo se saldría del cepo. “Toto [Caputo] es consciente de la recesión, por eso postergó algunas medidas”, conceden en el Gobierno, acostumbrados a que les pregunten siempre por lo mismo.
Otra de las medidas que Caputo fue demorando, o más bien administrando, es el aumento de tarifas de servicios públicos, uno de los precios relativos que aún faltan terminar de acomodar y que inciden en la inflación y en el poder adquisitivo.
“Si bien los valores de la canasta básica vienen bajando, hay un cambio en el sistema de precios que hace que una familia, aunque va recuperando ingresos, producto de una mejora de los salarios, no lo siente en el bolsillo porque tiene que gastar más en gas, electricidad, transporte y combustible. También repuntaron los haberes jubilatorios, con una actualización en marzo y una nueva fórmula en abril; todo eso logró una mejora en el segundo trimestre del año, que continúa en el tercer trimestre, pero con un escenario que no es el mismo del arranque del Gobierno, porque las subas en las tarifas y en los combustibles hacen que la clase media no sienta esa mejora en el bolsillo”, explica Agustín Salvia, director del Observatorio Social de la UCA.
“Veinte o veinticinco puntos del índice de pobreza [casi 53% en el primer semestre] los explican las clases medias bajas que viven en barrios urbanizados. Son sectores trabajadores, no marginales, que quizás incluso tienen un autito, pero no tarifas subsidiadas. En ese segmento el aumento de ingresos se está volcando al pago de servicios o incluso al alquiler o las expensas; no está sintiendo más capacidad de compra, por eso el consumo sigue planchado en términos agregados”, añade.
En el Gobierno confían en revertir la situación. “La recesión empezó en agosto de 2023, se profundizó con la devaluación de diciembre y eso impactó en el consumo, aunque no tanto en el empleo ni en la salud financiera de las empresas. Lo peor parece haber terminado en abril-mayo y ahora hay una recuperación anémica”, analizan.
En el sector privado confirman esta lectura, aunque con algunos matices. “En septiembre, agosto y julio, los alimentos básicos anduvieron relativamente bien, especialmente los de segundas marcas de precios accesibles. Los negocios no básicos, como bebidas con y sin alcohol o higiene personal, no; esos siguen flojos. Obviamente que cuando uno compara estos meses contra el año pasado, hay una caída grande porque era negocio el stockeo de las cadenas de supermercados y también de una parte de la población, que se stockeaba para gastar los pesos, provocando un boom de ventas y de consumo”, explican en una empresa líder ante la consulta de LA NACION. “Cuando las consultoras relevan las ventas en supermercados habría que ver bien rubro por rubro: alimentos, limpieza, electrodomésticos, ropa. Los números globales distorsionan un poco”, aseguran.
En otra compañía de consumo masivo, en tanto, dicen que acaban de cerrar las cifras de agosto y que sus ventas crecieron 4% contra julio. Aclaran, de todos modos, que “en los últimos años en agosto solíamos terminar mejor, un 10% arriba” y coinciden que este año “sufren más las categorías indulgentes [snacks, golosinas, algunos lácteos] y menos las esenciales; en los primeros nueve meses del año la caída fue del 21,5%”. La fuerte desaceleración de los precios de las canastas básica y alimentaria en septiembre permite esperar un panorama mejor.
En este contexto, más auspicioso que el de la primera mitad del año, hay un número que los economistas siguen de cerca. La inflación núcleo, que no contempla precios regulados ni factores estacionales, también rompió la tendencia alcista: no descendía del 3,7% desde mayo y anotó un 3,3% en septiembre. La convergencia con el crawling peg del 2% mensual dio un paso adelante.
Cuanto más demore en cerrarse esta brecha, el Gobierno más deberá esforzarse por contener las expectativas de corrección cambiaria, en un momento en el que crece la necesidad de divisas para atender la demanda por importaciones y turismo, a la que se sumarán el año próximo los pagos de deuda. El esperado rebote de la economía y la dolarización de carteras típica de los procesos electorales también podrían sumar presión en 2025. Milei y Caputo saben que no pueden darse el lujo de devaluar y volver a empezar. Cada crisis deja una nueva capa de pobreza estructural. La sábana es corta y, aun así, tendrán que tapar a todos.
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