Ianina Tuñón: “Hemos experimentado una brutal poda de capital humano de los argentinos y no hay una estrategia para subsanarlo”
La socióloga e investigadora a cargo del Barómetro Social de la Infancia en la UCA advierte sobre los efectos de la pandemia y la cuarentena en los chicos, y señala que los indicadores tradicionales quedaron obsoletos para tratar de entender y dimensionar lo que ocurrió; su análisis hace sobre las consecuencias en el largo plazo y sobre la falta de generación de oportunidades laborales
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Licenciada en Sociología, doctora en Ciencias Sociales y magíster en Investigación en Ciencias Sociales por la UBA; docente e investigadora en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad Nacional de La Matanza; responsable del Barómetro Social de la Infancia del Observatorio de la Deuda Social de la UCA
“Hemos experimentado una brutal poda de capital humano de los argentinos”, advierte Ianina Tuñón, en un diálogo con LA NACION, al sintetizar lo que pasó con la pandemia y la cuarentena y sus impactos en materia de educación. Esa definición, con el verbo en tiempo pasado, se vuelve más preocupante cuando se le pregunta sobre su mirada hacia adelante: “Sería muy utópico y optimista de mi parte decir que la Argentina tiene estrategias de intervenciones que van a hacer que esto sea recuperable; no veo una clase dirigente que esté diseñando una estrategia que permita recuperar esta situación”, dice.
Tuñón es licenciada en Sociología y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y se desempeña como investigadora en la Universidad de La Matanza y en la Universidad Católica Argentina, donde está a cargo del Barómetro Social de la Infancia del Observatorio de la Deuda Social. Para trabajar en concreto sobre los efectos del Covid-19 se sumó en 2020 a los proyectos Pisac (Programa de Investigación sobre la Sociedad Argentina Contemporánea) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
“Hemos medido impactos del Covid-19 en la infancia, y lo que vimos es que los problemas sociales que ya estaban se profundizaron de manera significativa”, cuenta. Y agrega: “Las desigualdades se hicieron muy evidentes, partiendo de algo muy elemental como el acceso a la alimentación, que fue uno de los principales objetivos del proyecto Pisac; la cuestión alimentaria ya estaba en la agenda y la principal política en la materia durante prácticamente estos dos años fue la tarjeta Alimentar, una política que evaluamos como positiva en el contexto de una crisis socioeconómica tan profunda”.
–¿Cuáles fueron las conclusiones con respecto a esa cuestión básica de la alimentación?
–Pudimos advertir que la tarjeta Alimentar fue una transferencia de ingresos importante para garantizar la alimentación de los hogares. Y también que se reactivaron estrategias muy parecidas a las de la crisis de 2001, 2002, 2003 en los sectores más vulnerables; no solo fueron muy importantes la tarjeta y la Asignación Universal por Hijo, sino también los bolsones de alimentos que iban a retirar principalmente los adolescentes a las escuelas; eso fue para muchos fue casi el único contacto con la escuela. Vimos que en esos sectores las personas se organizaron para que las ayudas rindieran más; hubo una suerte de asociativismo y se rearmaron redes de solidaridad que no se habían reactivado desde inicios de siglo.
–¿Cómo variaron los indicadores de pobreza infantil si se considera el mediano plazo? ¿Y qué dimensiones abarca esa pobreza?
–No llegamos ahora a los niveles de pobreza en la población de hasta 17 años que hubo en aquellos años de crisis, cuando se llegó a más de 70%, con un pico de 78,8% en 2002, según un trabajo que hicimos en la UCA sobre la base de datos oficiales del Indec. Pero los niños siguen siendo los más pobres entre los pobres y las brechas se mantienen; últimamente, la pobreza infantil es la que siguió aumentando, mientras que en otros grupos de edad el índice tendió a estabilizarse. Si se miran datos desde 1992, construidos a partir de la información del Indec, se ve que la pobreza estructural, medida por el indicador de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) tuvo una evolución persistentemente positiva; cuando hablamos de NBI hablamos de no tener cloacas, de vivir en hacinamiento, de situaciones más estables que la de ingresos. Si bien mejoramos y estamos en torno a un promedio de 35% de chicos con NBI (mientras que en 1992 eran 6 de cada 10), en las últimas dos décadas la merma del indicador ha sido mucho menor. Y en el último período aumentó mucho la pobreza económica y multidimensional. En un tema como el de la educación, hoy es difícil poder evaluar qué es cumplir con el ejercicio del derecho a la educación. En 2020 le preguntabas a un adolescente si iba a la escuela y te decía: ‘yo estoy acá, listo; el tema es que tengo 12 profesores y me comunico con dos, o ya no me comunico más, porque el celular lo utiliza mi mamá para conectarse con mis hermanos que van a la primaria...’ Entonces, vamos a observar indicadores de educación, según las mediciones tradicionales, que quizás no representen el abandono escolar. Hay fenómenos como una caída muy importante de la jornada escolar extendida y una mutación hacia la escuela pública, que va a tener una demanda complicada este año. Y hay desafíos importantísimos, como el de ver cómo seguimos en el contexto de escuelas híbridas, dada la necesidad de que los chicos accedan a las tecnologías y tengan capacidad para manejarlas. Se dijo mucho que si todos hubiésemos tenido tecnología, todo hubiese sido más fácil, pero yo tengo dudas sobre eso, porque, además de la tecnología, debe haber conectividad. Y porque se necesitan capacidades y habilidades para que docentes y chicos usen la tecnología.
–Dado que las desigualdades se profundizaron, ¿qué consecuencias habrá hacia adelante? ¿Hay o puede haber una recuperación del impacto del aislamiento y la falta de clases para muchos?
–Hoy los indicadores quedaron obsoletos. Yo tengo un problema como trabajadora de la construcción de los datos: si tuviera que presentar las líneas de evolución, diría que los adolescentes bajaron su déficit educativo, porque no repitieron. Pero ese dato sería falaz, porque lo que hay es una decisión del Ministerio de Educación de que hubo un ciclo educativo que se extendió, un ciclo continuo. Y entonces, hay una proporción importante de chicos que, según los indicadores tradicionales, están en mejor situación que antes, cuando en la realidad eso no es así. Resulta de sentido común saber que los chicos no pasaron de grado necesariamente por haber logrado las competencias o las capacidades planificadas. La forma de evaluar, entonces, tiene que ser otra. Es un tema súper polémico. Está el debate sobre las evaluaciones internacionales y si las vamos a hacer o no; yo soy partidaria de hacerlas, porque si no las hacemos no tenemos umbrales sobre los cuales avanzar para poder mejorar. Me preocupa en particular la población de adolescentes.
–¿Por qué?
–Porque ha sido muy olvidada en el contexto pandémico; en los sectores sociales más bajos hubo madres con recursos muy escasos, porque no estaba solo la necesidad de tener un celular con datos, sino que también se necesitaba la capacidad de acompañar y transmitir conocimientos. Y en situaciones precarias, hay un estrés que tiene que ver con qué le vas a dar de comer a tu hijo a la noche o al día siguiente. Muchas mamás priorizaron los pocos recursos que tenían para los más chicos, pensando que los adolescentes tenían cierta autonomía y se las podían arreglar. Pero no soy muy optimista respecto de que se hayan comunicado con sus 10 o 12 profesores en un período tan extenso y de forma continua. Entonces, es inimaginable la cantidad de chicos que dejaron la escuela, si se define ir a la escuela como tener contacto periódico permanente y aprendizajes poderosos y valiosos. Otra población muy importante es la de niños del primer ciclo, de 5 a 8 años, que se tienen que alfabetizar. Hemos observado un nivel de regresión muy importante en los indicadores de estimulación temprana en el hogar, como el de lectura de cuentos, y yo infiero que los padres tuvieron que estar atentos a sostener aspectos que eran propios del espacio escolar, y no hubo tiempo para la actividad lúdica de estimulación. Si todo se puede recuperar es una pregunta que está; siempre se puede recuperar, pero sería muy utópico y optimista decir que la Argentina tiene estrategias de intervenciones que van a hacer que esto sea recuperable; yo no veo una clase dirigente diseñando una estrategia. Hemos experimentado una brutal poda de capital humano de los argentinos. Y no tenemos idea de la magnitud de eso. Vivir en el desconocimiento de lo que nos ha pasado es peligroso, porque de alguna forma se normalizan situaciones y eso hace que puedan omitirse estrategias. Toda la población debería estar claramente informada de las estrategias para lograr una mayor equidad.
–Y más allá de la ausencia de un plan, ¿cómo evalúa la manera en que se abordan o se analizan el tema de la pobreza infantil y sus efectos para el largo plazo?
–De alguna manera estamos consensuando que la pobreza infantil es multidimensional, porque se habla de muchos temas y no solo de ingresos. Sin embargo, el principal indicador que seguimos teniendo es el de ingresos. Se va ganando consenso en cuestiones como las de entender que se sale de la pobreza con trabajo. Creo que hay consenso en diferentes fuerzas políticas, respecto de que ya no parece válido seguir trabajando sobre la transferencia de ingresos como la política principal para erradicar la pobreza. Esto se refiere también a que los niños tengan adultos de referencia con trabajo. Hay muchas aristas que hacen a objetivos como el de obturar la transmisión intergeneracional de la pobreza. El tema no se limita a los ingresos. Los ingresos pueden estar en un momento por arriba o por debajo de la línea de pobreza y, a la vez, las condiciones estructurales pueden seguir siendo de necesidades básicas insatisfechas. La educación, la alimentación y la salud son temas muy relevantes. Avanzamos con leyes muy importantes, como la del etiquetado de alimentos, pero no nos damos la discusión respecto de qué les damos de comer a los niños en la escuela. Hay tensiones en términos de cómo avanzamos en los derechos cuyo ejercicio tenemos que garantizar. En materia de salud, en 2020 más de 3 de cada 10 chicos no consultaron a un médico y casi 7 de cada 10 no fueron al odontólogo. De alguna forma, transitamos hacia una suerte de normalidad como si nada hubiese pasado, y eso es un problema.
–Decía que creció el consenso respecto de que de la pobreza se sale con trabajo. Pero, más allá del análisis sobre las condiciones, las habilidades y los conocimientos de las personas para poder llegar a un empleo, ¿cómo ve el contexto en cuanto a las posibilidades de que se creen puestos? ¿Cómo observa el debate sobre cómo se genera crecimiento y sobre si tenemos algún rumbo, o no, para lograr que haya más empresas y más actividad?
–Algo que creo que es importante que quede claro es que todas las políticas de transferencia de ingresos son políticas simples que logran alto nivel de escala y que son muy poco costosas en términos de PBI. Hay otros temas sobre los deberíamos tener un debate más valiente y tienen que ver, por ejemplo, con nuestro gasto público. Todo indica que, tomemos un camino u otro, los costos van a ser altos. No parece haber caminos cómodos para los argentinos, todos son costosos, pero habrá más costos si relegamos el desarrollo humano y social de nuestros adolescentes y jóvenes. Creo que la problemática del trabajo a veces se restringe mucho al espacio de la oferta, a que tenemos jóvenes que no están preparados. Pero incluso cuando todos los jóvenes terminaran la secundaria y estuvieran disponibles, no tenemos un mercado que los pueda absorber, y ahí hay algo muy complejo por resolver.
–Vinculado con eso, se habla mucho de la cantidad de jóvenes que eligen irse del país. Y suelen ser los más capacitados formalmente para el trabajo, ¿cómo observa ese fenómeno?
–No hay datos claros de la magnitud del fenómeno, pero está claro que quienes se van son justamente en quienes la Argentina más ha invertido; estamos invirtiendo en educación de las universidades públicas. Entonces, hay una evaluación importante para hacer respecto de cómo invertimos en capital humano en personas que luego se van, porque no les damos oportunidades para desarrollarse en el país. La temática educativa es compleja, porque tiene que guardar sinergia con el mundo del trabajo. Entiendo que hay algunas ideas ahora sobre la nueva escuela secundaria con mayor vínculo con el mercado de trabajo, pero insisto en que eso sigue en la perspectiva de la oferta. También necesitamos una economía con un nivel de crecimiento que permita absorber los recursos humanos.
–Según datos oficiales, la cantidad de asalariados formales del sector privado es la misma o incluso es más baja que la de diez años atrás, ¿se necesitan cambios normativos para que se genere más empleo de calidad?
–Por lo que leo de mis colegas que estudian esos temas, hay consenso respecto de la necesidad de crear mejores condiciones para la empleabilidad, sobre todo en el sector de las pymes; y hay cierto consenso sobre la necesidad de que haya menos impuestos y mayor flexibilidad laboral. También hay debates respecto de las pasantías de estudiantes; yo creo que son relevantes, son experiencias valiosas e importantes y, por supuesto, hay que garantizar que sean de calidad; el Estado debe asumir su responsabilidad. Para una porción grande de los jóvenes sería muy importante tener un vínculo con el mundo del trabajo; muchos crecieron y se socializaron en entornos de informalidad y precariedad laboral. Hay experiencias de búsquedas de trabajadores, por parte de empresas, en las que no se señala tanto el hecho de que los jóvenes no hayan terminado la secundaria como la necesidad de la adquisición y el desarrollo de habilidades blandas, que tienen que ver con poder cumplir horarios o sostener una rutina e, incluso, con cuestiones vinculadas a la salud.
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