Historias del Premio Nobel de Economía, que este año destaca la investigación aplicada
En 1968, los propios profesionales crearon el galardón, que no había sido instituido por Alfred Nobel, quizá en un intento por hacerse un lugar en las ciencias más duras; este año el reconocimiento fue para Claudia Goldin, que estudia la historia de la brecha de género en el mundo laboral
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Llega el mail semanal con la lista de nuevos artículos de economía en progreso del National Bureau of Economic Research. El puesto número 4 de la lista llama mi atención porque su nombre es corto, algo poco común en la profesión. Su única autora (otro hecho extraño) es Claudia Goldin, y el título es una triple W: Why Women Won (Por qué las mujeres ganaron). Ese mismo día fue galardonada con el Premio Nobel de Economía 2023. Desde luego, el paper no es sobre como logró el premio, sino sobre la historia de los derechos de las mujeres, un tema recurrente en los estudios de Goldin, y que echa nueva luz sobre el recurrente problema de la desigualdad de género.
El Premio Nobel de Economía está lleno de historias, la más conocida de las cuales es que Alfred Nobel jamás lo instituyó. Fueron los propios economistas los que en 1968 lo crearon para autosatisfacerse, quizás en otro intento por hacerse un lugar entre las ciencias más “duras”, y de paso separarse un poco más del resto de las ciencias sociales.
La estrategia dio resultado y el Nóbel de Economía es hoy de los más esperados, discutidos y… apostados. Esta vez, los mercados de predicción se vieron sorprendidos con el triunfo de Goldin, que no estaba en el radar de casi nadie. Los candidatos “que pagaban dos pesos” eran Daren Acemoglu (crecimiento, instituciones, tecnología) y Thomas Piketty (distribución del ingreso). Además, por primera vez apareció en competencia un argentino: Guillermo Calvo, famoso por su identificación y caracterización de las “paradas súbitas” del financiamiento externo, tan sufridas por nuestro país en las últimas décadas.
¿Cuán especial es el Nobel de Economía? El profesor Daniel Heymann, eminencia de la macroeconomía, propone comparar los galardones otorgados en economía con los de otras ciencias. “En las ciencias duras como Física o Química, el premio indica sin discusión un gran descubrimiento, un avance de la ciencia. En Literatura, el ganador señala que vale la pena leer su obra o su libro más reciente. El Nóbel de la Paz destaca por lo general alguna contribución humanitaria. En Economía no es tan fácil establecer el sentido específico del premio”, reflexiona.
En efecto, el aporte de la profesión no siempre tiene una interpretación precisa. Por ejemplo, la coronación conjunta de dos o más autores no siempre significa que han trabajado juntos para alcanzar un resultado común. Peor aún, varias veces ha sucedido que los laureados tienen en realidad ideas completamente opuestas. En 1974 compartieron el premio el referente libertario Frederick Von Hayek junto con Gunnar Myrdal, economista sueco y simpatizante socialista. En 2013 ganaron en conjunto Eugene Fama, defensor de la eficiencia de los mercados financieros libres y Robert Shiller, que hizo carrera analizando la formación de las burbujas especulativas, que usualmente terminan en graves crisis. Quizás el mensaje de este tipo de premiaciones se asimile mejor al que provoca el Nobel de Literatura: en Economía hay para todos los gustos y se deben leer perspectivas diversas.
Otra conexión entre la economía y la literatura es que muchos galardonados experimentaron una gran cantidad de rechazos para publicar sus trabajos, pero que cuando lo lograron, saltaron a la fama académica. Dos economistas decidieron entrevistar en 1994 a los premiados hasta el momento y la gran mayoría agradeció la oportunidad para compartir sus frustraciones. Paul Samuelson, “el” profesor de economía del mundo, fue rechazado incluso con artículos que luego fueron considerados clásicos. Otros famosos premiados como Milton Friedman, Paul Krugman y Robert Lucas también debieron pasar por este difícil momento. Gary Becker, recientemente mencionado en el debate presidencial, fue otro que sufrió una negativa.
Tampoco faltan las anécdotas personales. Saúl Keifman, profesor de Crecimiento de la UBA, se doctoró en Berkeley y tuvo como profesores a tres nobeles: Daniel Mc Fadden, George Akerlof y Paul Romer. Keifman rescata el amor de estos docentes por la economía, y su don de gentes. “Era notable la dedicación casi obsesiva por transmitir las ideas de manera organizada”, destaca. Akerlof cuidaba a sus alumnos como a sus hijos: “El día del examen final, que duraba tres horas, llevó un montón de cajas de galletitas finas”. La humildad era otra marca registrada de Akerlof: “Ante las preguntas de los estudiantes, en lugar de contestar con seguridad se quedaba reflexionando, como reconociendo los matices existentes en el cuerpo de conocimiento de la profesión”, recuerda Keifman.
Y hablando de rechazados, el de Akerlof fue uno de los casos más resonantes. Su trabajo sobre la información asimétrica basado en el mercado de autos usados “de mala calidad” (en inglés, lemons) fue rehuido cuatro veces, con editores remarcando con cinismo en sus respuestas que su propio trabajo podía ser considerado un lemon. Pero la historia hizo justicia y en 2001 el lemon se convirtió en Ferrari, recibiendo Akerlof su merecido Nobel por estas ideas.
Dentro de todo, ser rechazado para luego ganar un Nobel arroja un balance positivo. Peores son los casos de candidatos “omitidos”. Por supuesto, hay una lista interminable de grandes economistas que merecen reconocimiento, aunque a veces da la sensación de que los candidatos de países no desarrollados no son considerados suficientemente, a menos que se hayan formado en los Estados Unidos. Pero también hay olvidados famosos. Keifman recuerda que Paul Samuelson propuso el Nóbel para Harrod, Robinson y Sraffa (estos dos últimos, adversarios teóricos de Samuelson en una famosa “controversia del capital”). De hecho, Joan Robinson fue propuesta para el Nobel en 1975, el año internacional de la mujer, cuando su prestigio estaba en el máximo nivel. Pero debimos esperar casi 35 años más hasta que la primera mujer economista, Elinor Ostrom, recibiera el premio.
Además de su contenido de género, el premio otorgado a Goldin sugiere que la Academia está más abierta a reconocer no solo a economistas renombrados que han revolucionado la teoría o las técnicas de la economía, sino también a la docencia y a la investigación aplicada, en este caso a la historia económica. Las contribuciones de la ganadora quizá sean más modestas que las de la física teórica, pero sus implicancias para la comprensión de los fenómenos de inequidad de género son contundentes. Los textos de Goldin quizás carezcan de la complejidad estilística para ganar un premio literario, pero sus trabajos se caracterizan por la claridad y la precisión. Y sus posibles aplicaciones a la siempre relevante problemática de género demuestra que su trabajo se puede traducir en mejoras concretas para la sociedad. Es posible que, por primera vez en algún tiempo, el público aprecie el Nobel de Economía como un premio que vale la pena otorgar.
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