Argentinos exitosos en el exterior: seis historias de personas que se fueron con casi nada y hoy triunfan en otros países
CORDOBA.- A los 24 años el chaqueño Daniel Verón ganó un concurso de parrilleros y se fue a Alemania por un año a trabajar en una cadena muy importante. Pasaron 50 y nunca regresó. Es "maestro asador" e instructor de la mayoría de los restaurantes especializados en carnes argentinas de Europa. Además, es dueño de The Bull, con una sucursal en Dusseldorf (Alemania) y otra en Londres. Es uno de los miles de argentinos que emigró pensando en volver, pero las habilidades y la suerte –todos mencionan ese factor- les jugaron a favor y encararon emprendimientos exitosos afuera.
"Churrascos", propiedad de un barón alemán "enamorado" de la Argentina, fue el primer lugar donde se desempeñó Verón. "Llegamos con mi esposa. Era el año 1969 y yo estaba bien en la Argentina, la diferencia era que acá me daban casa, comida y un porcentaje. Recuerdo que cambié los pesos argentinos en el Banco Sudamericano de Hamburgo y me dieron 2000 marcos. El año se hizo medio siglo; viví en Londres y en España; fui instructor en cadenas grandes, donde enseñé a cortar, la forma de asar y hasta diseño las herramientas", cuenta.
La gastronomía argentina es uno de los caminos con más posibilidades de éxito. Carne, empanadas, alfajores, dulce de leche son sabores que todavía tienen espacio en algunos mercados para seguir generando negocios. Verón explica que sólo trabaja con restaurantes con carne de calidad y que su objetivo es enseñar "cómo cocinar un bife a la minuta" y asegura que lo que "se necesita es temperatura; todo lo otro es cuento. Hay que desatar la fibra con la temperatura".
Insiste en que los clientes que pagan bien son "exigentes" y que ese es el terreno que él eligió para moverse: "Bifes de lujo, hechos muy delicadamente. No son para monederos flacos". En The Bull el concepto es "expertos en bifes" y Verón sostiene que quienes lo eligen es porque "ellos son los expertos, saben con qué se van a encontrar y no los podemos defraudar".
"Tío Bigotes" es una marca ya instalada en Barcelona; el dueño es un argentino cuyo abuelo llegó de Lugo a Buenos Aires y adaptó la empanada gallega al gusto local. Raúl González hizo el camino inverso: se fue en para volver al tiempo. Igual que en otros casos, el retorno se truncó.
En la Argentina tenía el mismo tipo de negocio, pero estaba "cansado" de las idas y vueltas económicas y de la inseguridad. "Llegué con 7.000 euros y la partida de nacimiento del abuelo; quería ver cómo potenciar lo que sabía y pegar la vuelta", recuerda.
Dos años después buscó un socio para abrir el primer local: "Le dije ‘no tengo papeles, sé qué hacer, pero no puedo alquilar’. Fue increíble. A los tres años empezamos a despegar fuerte y a tener nuestra trayectoria".
Hoy cuenta con 11 locales, está a punto de abrir una decena más y franquiciar en Madrid y Portugal; el mayor logro fue el inaugurar, hace poco, una nave industrial con capacidad para hacer un millón de empanadas al año. "Hay crisis, pero también estabilidad. La pandemia fue una oportunidad porque nuestro producto se adapta muy bien, proyectamos y avanzamos", sintetiza.
Pablo Rodríguez dejó el país en 1998 para irse a la costa este de Estados Unidos; su idea era estar "unos dos años, juntar 20.000 ó 30.000 dólares" y regresar. Se fue con US$1500 en el bolsillo y empezó vendiendo agua en la calle; aprovechó su experiencia en gastronomía y se sumó a un local como lavaplatos, después cocinero y camarero.
Hoy es dueño de "Made in Argentina", un restaurante cerca del nuevo estadio de Los Raiders en Las Vegas reconocido por sus empanadas, los zapallitos rellenos y el chimichurri de canabis. Ya no piensa en regresar.
"A los 40 años empecé a pensar que iba a tener 50 y seguiría limpiando mesas ajenas –cuenta-. Me recibí de masajista, puse un spa y me fui muy bien. Con esos fondos pude comprar en US$65.000 el restaurante que hoy es mío, pero que estaba muy mal, debía seis meses de alquiler. Me motivó que el estadio de Los Raiders estaría a pocos metros".
Admite que muchas veces pensó en regresar porque "nunca vas a ser local, siempre vas a ser visitante", pero terminó quedándose. Después de comprar el restaurante le quedaron sólo US$7000: "Lo fundamental acá es estabilidad; negocios se pueden hacer en todas partes, pero es clave que haya reglas claras, que duren". Comenta que en plena pandemia hubo créditos al 1% para evitar despidos. "La idea es no poner trabas al que da empleo, al que invierte".
El cordobés Diego Carranza, ingeniero eléctrico, estuvo en Suiza cuatro años e igual tiempo en Londres. Regresó a la Argentina, pero en el 2013 decidió emigrar a Dubai. Junto a unos amigos desarrolló un software de arte islámico complejo. "Era una propuesta única para un país que construye todo el tiempo –relata-. Diseñamos todo el proyecto. Pusimos US$150.000 cada uno para cumplir con todos los trámites, comprar la materia prima y la maquinaria y contratar un número mínimo de empleados para el arranque".
Señala que la iniciativa era "disruptiva". Nació Nomad Inception. "Vimos un nicho en la posibilidad de usar tecnología en el arte islámico y hacer el acabado final a mano", apunta. Comenzaron con cinco productos: pisos de madera, yeso tallado, vitraux, cerámicos y luces ornamentales. Los presentaron a diseñadores encargados de las construcciones más importantes y "hubo aceptación". Hicieron una alianza con el distribuidor de pisos más importante de la región (incluyendo India), que le compraba el 80% de la producción. Dos años después sus socios migraron al mundo del bitcoin. "Me quedé solo en el medio de un gran proyecto y vendimos la parte de la producción al distribuidor que era nuestro principal cliente. Fue un golazo porque la operación se hizo sin irme de la empresa", dice Carranza.
Repasa que en Dubai los impuestos son mínimos –ahora el IVA es del 5%-, no hay sindicatos, la moneda es "fuerte", no hay devaluación ni inflación. "El poder adquisitivo es muy alto, gastan entre US$700 y US$1000 por metro cuadrado de piso de madera; gastan lo mismo en el parqué de la casa que en una Ferrari. La empresa exporta para proyectos en Europa, en Estados Unidos, en Arabia Saudita, en China.
"Hicimos un nombre y eso abre puertas. "Es muy dinámico hacer negocios acá, no ponen trabas, se puede importar y exportar, toda la banca del mundo está acá", sintetiza y agrega que en la firma tienen "estrictas" políticas para la compra de madera de forestación "verificada", todos los químicos que usan son libres de solventes y certifican bonos de carbono.
Los hermanos Alejandro y José Caro, argentinos, abrieron la primera fábrica de dulce de leche en 1991 en España; hoy producen unos siete millones de kilos anuales y 20 millones unidades de alfajores. También fabrican dulce de batata, tapas de empanadas y polenta en Italia (la línea salada es "Doña Petrona" e incluye chimichurri). Llegaron con US$800 y la última inversión fue de 1,5 millones de euros.
La marca de dulce de leche líder en España e Israel, que además se distribuye en toda Europa, Australia, Estados Unidos, Dubai y Filipinas; son de los mayores importadores de productos argentinos, pero antes de eso sus creadores fueron mozos, vendedores..."buscavidas", como dicen. La oportunidad la vieron cuando, en 1997 la Unión Europea (UE), esgrimiendo cuestiones sanitarias, prohibió importar dulce de leche de la Argentina.
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