Hiperinflación y dolarización, ¿un sólo corazón?
La Argentina está ingresando a la cuarta crisis económica, política y social de envergadura en 50 años
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Hace un par de años que la pregunta sobre el riesgo de una hiperinflación en la Argentina flota en el ambiente. Si bien varios economistas alertaban sobre un riesgo inminente, al ser consultado sobre el tema siempre contesté lo mismo: faltaban diversos elementos para desatar un proceso tan excepcional como el de una hiperinflación. Pero desde las PASO de agosto se empezaron a sumar ingredientes que nos ponen cada día más cerca de ese desenlace.
La devaluación sin medidas complementarias aplicada el día después de las primarias generó un fogonazo inflacionario que hizo que la suba de precios alcance los dos dígitos mensuales –el IPC promedió 12,5% mensual en el bimestre agosto-septiembre– acortando aún más la duración de los contratos nominales. Por caso, la mayoría de las paritarias se negociaban con frecuencia trimestral, pero se están acortando o quedan “abiertas”, mientras que aumenta la cantidad de presupuestos a plazos y alquileres que se pactan en dólares.
Para peor, en sólo siete semanas el tipo de cambio real volvió a los niveles previos al salto del dólar oficial post PASO –según el criterio del FMI, implicaba un atraso cambiario de entre 15-20%– y se sigue apreciando por el congelamiento a $350. La reducción de la brecha cambiaria fue más efímera: duró sólo dos días. Este resultado no sorprende, pues hay múltiples ejemplos en la historia económica argentina en que una devaluación aislada –sin medidas consistentes que la acompañen– no corrige el problema de fondo y agrava la inflación y la recesión.
Pero la devaluación fue exitosa en destrabar los desembolsos del FMI de junio y septiembre por un total de US$7500 millones y, cómo el organismo avisó que la próxima revisión del programa se hará cuando ya se conozca el próximo presidente electo, el Ejecutivo se desmarcó de las metas del acuerdo desplegando una política económica expansiva que en pocos meses está volcando pesos a la calle por 1,5% del PBI, aportados –emitidos– por el BCRA.
Si a la devaluación fallida que aceleró notablemente la inflación y no corrigió el atraso ni la brecha cambiaria, se le suman el abandono del acuerdo con el FMI que garantizaba que la economía no iba a profundizar sus desequilibrios –cada vez más pesos y menos dólares– y el congelamiento del tipo de cambio oficial y varios precios regulados, se ha gestado una olla presión que cuando se destape –independientemente de quien este gobernando– generará un fogonazo inflacionario más fuerte que el del bimestre agosto-septiembre, con alguna reminiscencia al “Rodrigazo”.
Pero siguiendo la definición de hiperinflación de Damill M. y Frenkel R., para que esta ocurra, la formación de precios se tiene que desacoplar completamente de los costos y del pasado (inercia), tomando como referencia principal la evolución del dólar que se dispara por la pérdida del control del mercado cambiario. Esto sucedió cuando el Gobierno y el BCRA se quedaron sin poder de fuego (financiamiento externo, reservas y capacidad de influir en las expectativas) y el dólar se disparó a fines del gobierno de Alfonsín y a comienzos de la primera presidencia de Menem. Pese a que la situación era muy frágil, hasta la semana pasada no estábamos en ese estadio.
Sin embargo, las recientes declaraciones de quién lidera las encuestas –lo cual lo posiciona de mínima en el ballotage– desmoronaron la demanda de pesos a días de las elecciones presidenciales. Primero, Javier Milei declaró: “Cuanto más alto esté el precio del dólar, más fácil es dolarizar” y el lunes pasado, ante una consulta por el consejo que le daría a una persona a la que se le vence un plazo fijo en moneda local dijo: “Jamás en pesos, jamás en pesos. El peso es la moneda que emite el político argentino, por ende, no puede valer ni excremento, porque esas basuras no sirven ni para abono”.
Pese a que, según la mayoría de las encuestas, no es el escenario más probable, si el candidato de La Libertad Avanza ganara en primera vuelta y profundizara esta línea de política económica con sus primeras declaraciones como presidente electo, la transición entre el 22 de octubre y el 10 de diciembre –33 días hábiles– sería demasiado larga (como Alfonsín-Menem en 1989). Es que la palabra del futuro presidente setearía las expectativas de los agentes económicos en anticipar la “dolarización”, por lo que la administración saliente no tendría herramientas para contener semejante presión cambiaria. La corrida de esta semana sería una “entrada en calor” en comparación con lo que podría suceder bajo este escenario. El descontrol de las cotizaciones paralelas –y tal vez del oficial– arrastraría a la mayoría de los precios de la economía, desatando un proceso de hiperinflación que allanaría el camino económico, político y social para la unificación del mercado cambiario y la rápida instrumentación de leyes para implementar la dolarización. Un plan de estabilización del cual me manifesté en contra, junto a un nutrido conjunto de reconocidos economistas.
Un escenario de balotaje entre Milei y Massa, extendería cuatro semanas la influencia de la actual administración sobre los actores económicos y acortaría significativamente los plazos de la transición, pues entre el 19 de noviembre y el 10 de diciembre hay sólo 13 días hábiles. Esto haría menos redituable la apuesta del candidato libertario de “cuanto peor mejor” si llegara a triunfar en segunda vuelta pues, el desplome de la demanda de pesos podría terminar de concretarse a inicios de su mandato. Si acceden Milei y Bullrich al ballotage, el poder de influencia del Ejecutivo se licuaría complicando aún más la estabilidad cambiaria y financiera, aunque podría haber una mejora de las expectativas, ya que Bullrich es más afín al paladar de los mercados.
En síntesis, estamos atravesando nuestra cuarta crisis económica/política/social de envergadura en 50 años: Rodrigazo (1975); hiperinflaciones (1989-90); y, colapso de la convertibilidad (2001-02). Sin importar quién sea el próximo presidente electo, en el corto plazo el escenario económico sería de mayor inflación y recesión, acercando la pobreza al 50% de la población y afectando a casi dos de cada tres menores de 14 años. La estrategia de inducir una hiperinflación para despejar el camino para la dolarización luce la peor alternativa posible, pues exacerbaría peligrosamente el deterioro de los indicadores socioeconómicos. El fin no justifica los medios.
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