Zulemita Menem. Una pasajera inesperada en el helicóptero de Alberto Fernández
Despejado y agradable, con una mínima de 10 grados y una máxima de 21. El pronóstico del tiempo era el adecuado para volar y Alberto Fernández tenía por delante una tarea infrecuente en el contexto de la cuarentena: participar de un acto en la fábrica de Toyota, que días atrás había vuelto a la producción luego de la parálisis por la emergencia sanitaria.
El Presidente debía estar el 27 de mayo pasado a las 11 en la planta industrial ubicada en el kilómetro 81 de la ruta 12. Para cubrir el trayecto eligió el helicóptero matrícula H-01, el más grande de su flota.
Salió de la quinta de Olivos rumbo a Zárate en un viaje con vestigios noventistas. No porque él haya sido un joven funcionario de Carlos Menem. Tampoco debido a que la nave que lo transportaba había sido comprada en 1994 por US$16 millones con la aprobación necesaria del gobierno norteamericano. Eran los tiempos de las relaciones carnales con EE. UU., que entre otras cosas y desde ese entones le permitieron a los mandatarios argentinos trasladarse en un transporte similar al del inquilino de la Casa Blanca, con capacidad para portar herramientas de defensa.
Entre los pasajeros estaba Zulemita Menem, la hija del expresidente que desde la mirada del kirchnerismo es símbolo del neoliberalismo denostado por los pilares del Frente de Todos. Ese día también viajaron el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello; la vicejefa de Gabinete Cecilia Todesca; Juan Pablo Biondi, vocero presidencial, y el fotógrafo Esteban Collazo. Así lo corrobora el registro de vuelo que vio LA NACION provisto por la Dirección General de Logística del organismo que maneja Vitobello en respuesta a un pedido de acceso a la información pública.
En el lugar se encontraron, entre otros, con el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, y con el gobernador Axel Kicillof, fervoroso crítico del modelo menemista.
Zulemita es un personaje popular, pero también político. Dice que sin participar de elecciones consiguió cosas para La Rioja, defiende públicamente las administraciones de su padre y participa de sus diligencias. Una de las últimas: se reunió con el embajador de Kuwait en el país, Abdullah Ali Alyahya, para llevarle una carta de Menem dirigida a su jeque donde le pedía asistencia financiera para obras hidráulicas en su provincia, según ella misma contó.
Los intereses del Presidente y de Zulemita coincidieron esa mañana. Fernández era el principal invitado a la fábrica de Toyota, marca de la cual la hija del expresidente tiene una agencia en la avenida Figueroa Alcorta desde hace años.
El aventón fue un gesto generoso de Fernández con una vieja conocida que sorprendió a los anfitriones. La empresa se enteró de que en el helicóptero viajaba Zulemita minutos antes del descenso, y más de un alto ejecutivo se preocupó porque algún otro miembro de su red de concesionarios pudiese sospechar de una preferencia inexistente.
En la práctica, la hija de Menem participa de las actividades comerciales e institucionales de Toyota como cualquier otro dueño de agencias sin privilegios asociados al apellido. LA NACION intentó sin éxito reconstruir con fuentes oficiales, privadas y la propia familia Menem cómo se gestó el traslado.
Fernández muestra en público los afectos que germinaron hace 30 años. Días atrás se sumó a un tuit de Zulemita para pedir la donación de plasma con el objetivo de "salvar vidas" a los contagiados de Covid-19. Tanto ella como su madre, Zulema, contrajeron el virus. Y en febrero pasado, la hija de Menem fue con Alberto Kohan, dos veces jefe de Gabinete en los 90, a Casa de Gobierno para reunirse con Vitobello. Conversaron sobre la posibilidad de donar al Museo de la Casa Rosada algunas pertenencias del expresidente. Alberto Fernández se enteró de que estaban allí y pasó a saludarlos.
La cortesía presidencial va más allá de los besos y abrazos, ya que el Gobierno pondrá un busto de Menem en la Casa Rosada.
Las amistades menemistas pueden ser vistas, también, como una muestra de personalidad del Presidente. Se sabe que en el mar del Frente de Todos, el kirchnerismo mira con desdén a esa lejana orilla peronista. Pero los reproches no van más allá del relato. En la política cotidiana, Menem se define como peronista y forma parte en el Senado del bloque cuya capitana es Cristina Kirchner.Algunos empresarios que hablan con Fernández oyen en sus palabras un eco de los 90 que los entusiasma. Un exagerado lo llegó a definir como "el más liberal de todos". Es posible que muchas de sus ideas vengan de su aprendizaje cuando formaba parte del equipo de Domingo Cavallo como superintendente de Seguros. El dato le generaba expectativa en diciembre pasado, por ejemplo, a Claudio Belocopitt, titular de Swiss Medical. Decía que Fernández entendía la lógica de la medicina prepaga porque funciona como el seguro.
El titular de una empresa extranjera que se reunió con el Presidente a principios de año salió encantado del encuentro. Según relató otro de los asistentes, cuando le preguntó sobre el cepo cambiario, Fernández le dio una respuesta aceptable para el establishment. Es algo coyuntural que se irá solucionando en la medida de las posibilidades cambiarias, le dijo.
Nueve meses después, las restricciones al dólar son más que al principio y se alejan del escenario noventista dominado por la convertibilidad. Esta semana, además, el anuncio de Falabella volvió a recordar que hay un proceso de salida de empresas que contrasta con la llegada de compañías de todo el mundo que hicieron pie en los 90 con las privatizaciones, acaso el capítulo más brillante de una década que terminó en el pantano de la recesión económica. Es probable que los arrebatos de entusiasmo privados que provocan los ecos de lo pasado vayan camino a transformarse en melancolía.
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