Hábitos bajo observación: cómo colabora la economía del comportamiento en la lucha contra la pandemia
¿Cuánto tarda alguien en dejar de sentirse "raro" cuando saluda desde lejos? ¿Qué daño nos hará a nivel emocional no liberar hormonas y neurotransmisores que nos hacen sentir bien cuando estamos cara a cara con otra persona (y que no funcionan de manera virtual)? ¿Cómo podemos hacer para que nuestro "piloto automático" incorpore no tocarnos la cara, en lugar de hacerlo 23 veces por hora de manera inconsciente como ocurre, en promedio, habitualmente?
La batalla contra el coronavirus se libra principalmente en el ámbito de los epidemiólogos, pero también en la denominada "ciencia de los hábitos", que incluye aportes de las neurociencias, la psicología cognitiva y la economía del comportamiento, entre otras disciplinas. Lograr un "contagio de buenos comportamientos", con una exponencialidad en el cambio de hábitos similar a la del virus es clave para moderar la curva de la pandemia. En ese sentido, pocas áreas de la economía cobraron más relevancia en los últimos días que la que cruza la disciplina de Adam Smith y Keynes con la psicología, y que tiene una serie de herramientas testeadas y de bajo costo (la llamada "agenda nudge") para promover modificaciones de conductas a nivel masivo en cortos períodos de tiempo, dice el infectólogo Ariel Perelsztein.
Se estima que la mitad de las decisiones que tomamos todos los días se realizan en piloto automático: levantarnos, apagar el despertador, tomar el desayuno, darle un beso a la gente que queremos, llegar a la oficina, chequear los mails, y así. Es lo que algunos académicos llaman el círculo de la rutina, que se coordina desde los ganglios básicos del cerebro y que requiere mucha menos energía que el sistema que regula las decisiones a nivel consciente, que tiene como base la corteza prefrontal.
Por eso, cambiar hábitos es más difícil de lo que pensamos: operan como "atajos mentales". Una vez que se recorrió el camino varias veces dejan una huella que los vuelven automáticos, asociativos y libres de esfuerzo, según explica en su libro El poder de los hábitos (aquí lo editó Urano) el periodista ganador del Pulitzer Charles Duhigg.
A nivel de políticas públicas, la economía del comportamiento se metió en la discusión por las medidas aplicadas por Inglaterra en primera instancia, que fueron radicalmente distintas a las del resto de los países y sobre las que luego se dio un giro de 180 grados. En su primera etapa, implicaban menos restricciones. Uno de los supuestos detrás de esta estrategia inicial fue que las personas tenemos una "fatiga" frente a las prohibiciones y que, pasado cierto tiempo, encontramos vías para eludirlas, con lo cual conviene guardar el poder de fuego de las medidas más estrictas para el peor momento de la pandemia.
Unos 600 científicos del comportamiento ingleses firmaron una carta abierta a las autoridades británicas, afirmando que este supuesto tenía una evidencia por lo menos frágil y contradictoria. La estrategia terminó en escándalo y en un giro abrupto de las autoridades.
Muchas de las recomendaciones de la OMS han sido testeadas y potenciadas mediante intervenciones de la economía del comportamiento, explica la economista argentina Florencia López Boo, experta del BID en este terreno. "La procrastinación (dejar todo para mañana), el olvido o la falta de atención pueden dificultar la puesta en práctica de las sugerencias", dice López Boo.
Un estudio publicado hace diez días por dos profesores de la Universidad de Princeton (Johannes Haushofer y Jessica Metcalf) pasa lista a varias intervenciones posibles. Para promover el lavado de manos sirven las recordaciones permanentes (por mensajes de celular, carteles, correos electrónicos, etcétera). En la Argentina, José Nesis y un equipo de diseñadores propusieron el ícono verde de "Nos quedamos en casa", que rápidamente se viralizó en redes sociales, WhatsApp, etcétera. "Las ciencias del comportamiento nos muestran que simples recordatorios en espacios que vemos habitualmente nos ayudan a decidir salir menos de casa", explica Nesis.
Haushofer y Metcalf sugieren en su estudio también la multiplicación en hogares y comercios de máquinas expendedoras de jabón a bajo costo, encajar juguetes en el jabón de los chicos o promocionar campañas de higiene basadas en mensajes emotivos, entre otras herramientas. El problema, dicen los autores, es que estas conductas se sostengan en el tiempo.
Así como la enfermedad y los hábitos se pueden contagiar de manera exponencial, el miedo también se viraliza. Sunstein, uno de los grandes divulgadores de la economía del comportamiento, escribió días atrás un artículo en el que alerta sobre la "negligencia de la probabilidad": nos enfocamos a nivel personal en el escenario peor (no ponderado por su distribución de probabilidades) y corremos el riesgo también de sobrerreaccionar. Para muchos sectores de la economía (comercio minorista, turismo, restaurantes) este sesgo de cálculo puede significar la bancarrota en 2020. Según el economista Pablo Mira, autor de Economía al diván, es importante aplicar nudges que den un horizonte positivo, de que vale la pena el esfuerzo colectivo para que la pandemia se controle antes.
El hecho de conocer y estudiar a fondo los sesgos no evita que los sigamos cometiendo. Liam Smith y Celine Klemm escribieron una columna de opinión en The Guardian titulada "Aunque somos científicos del comportamiento, no pudimos resistir la urgencia de comprar papel higiénico". La percepción de escasez, ver a otros haciendo lo mismo y una falsa "sensación de control" refuerzan esta forma de actuar en manada que tiene consecuencias negativas para el resto de la sociedad.
Hugo Acciarri y el equipo del Departamento de Derecho, Economía y Comportamiento de la Universidad Nacional del Sur, en Bahía Blanca, vienen compilando y difundiendo información sobre la pandemia y los aportes de las ciencias conductuales. Marcan errores (poner un número de emergencias de siete cifras, por ejemplo, imposible de recordar si no se tiene a mano algo para anotar) y aciertos (informar de manera clara y serena, junto a científicos). "Uno de los problemas mayores que hay en este cruce de campos es la dificultad del cerebro humano para lidiar con fenómenos exponenciales", explica Acciarri.
La ciencia de los comportamientos sociales, destacan desde Bahía Blanca, puede también ser un muy buen complemento informativo de lo estrictamente epidemiológico. El análisis de datos a gran escala (por ejemplo, cuánta gente busca en Google la palabra "fiebre") permite aproximar mapas de la pandemia más allá de los testeos que muchas veces no llegan a tiempo.
Conocer a fondo nuestros hábitos permite potenciar herramientas de intervención, pero también ser más conscientes de nuestras limitaciones. Por ejemplo, el "homeostato de riesgos", estudiado por el canadiense Gerald White, sugiere que las personas no tenemos una actitud estable frente al riesgo. Frente a un "shock" determinado, tendemos a "compensar" con una apuesta más arriesgada o conservadora, de acuerdo con el signo del shock. Esto explica por qué esta semana algunas personas se lavaron mil veces las manos y luego se tomaron el subte en hora pico.
Tal vez la solución venga por el lado de prohibiciones más drásticas, como las mostradas en algunas de los memes que circularon desde que estalló la pandemia. En uno de ellos, un perro le explica a otro que le tuvo que poner un cono de plástico en el cuello a su dueño humano para que no se toque la cara. Somos todos animales de costumbres, algunas difíciles de modificar.
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