Martín Guzmán: un tiempista del portazo que aceleró todos los plazos en el Gobierno
Después de dos años y medio de gestión, el exministro esperó que Cristina Kirchner empezara a hablar en un acto en Ensenada, renunció por Twitter y desató la crisis más grande desde que Alberto Fernández es Presidente
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Hace pocos días, un exfuncionario kirchnerista se sinceraba ante este cronista. Decía, con conocimiento de causa, que había llegado la hora el la que varios integrantes del Gobierno empezaban a calcular la salida. Algo así como calibrar el momento de la renuncia al cargo. La era de los tiempistas del portazo empezó justamente con el principal alfil de presidente Alberto Fernández: Martín Guzmán.
A las 17:47, y por Twitter, el ya exministro de Economía terminó de clavar el puñal en el corazón de la gestión. Subió su carta de renuncia a la red social en medio de la sorpresa de casi todos. A unos 60 kilómetros, en Ensenada, exactamente a esa hora, la vicepresidenta Cristina Kirchner estaba en un escenario y pretendía empezar a dejar correr su candidatura presidencial.
Pero Guzmán calculó su salida con una sutileza que no exhibió en su gestión: pegó el portazo y desató la crisis política más fuerte que vivió el gobierno de Fernández.
Aquel sincero exfuncionario explicaba que irse a tiempo vale doble. “Se construye un capital político con nada. Cuando la cosa va mal, cuando el humor social está ofuscado, con poner un punto final a tiempo se genera una ganancia inmediata”, dijo. Los beneficios son concretos, explicaba: “Cuando se renuncia en un buen momento se gana tiempo de reciclaje”, agregó. Algo de razón tiene el pragmático dirigente. Guzmán cortó el envión de candidata de Cristina Kirchner y, seguramente, el endoso con las consecuencias económicas de la intempestiva salida se imprimirá a nombre de la vicepresidenta y los suyos. El profesor de Columbia ganará tiempo en la rueda de reciclaje de la política argentina, que continuamente devuelve a las primeras líneas figuras de color ocre.
Desde hace tiempo, Guzmán había perdido gran parte de las herramientas de gestión a manos de dirigentes kirchneristas. Ya no controlaba ni los ingresos ni los gastos de la caja y, además, no tenía apoyo de Cristina y lo suyos. De hecho, uno de los hitos de su gestión, el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), no fue votado por la mayoría de los legisladores que responden a madre e hijo Kirchner. En la carta de renuncia dejó claro que no se puede ser ministro en la emergencia sin tener las riendas de todos los resortes. “Considero que será primordial que trabaje en un acuerdo político dentro de la coalición gobernante para que quien me reemplace, que tendrá por delante esta alta responsabilidad, cuente con el manejo centralizado de los instrumentos de política macroeconómica necesarios para consolidar los avances descriptos y hacer frente a los desafíos por delante”, escribió.
La libreta del almacenero de un ministro se puede resumir en algo básico: cuánto se gasta y cuánto se recauda. Guzmán ya no la tenía el control de esos conceptos claves. O, por lo menos, no manejaba los gastos. Jamás pudo hacer ser el jefe de los que anotan la cuenta de los millonarios subsidios a la energía. Claro que no podrá decir que se llevó una sorpresa. En el loteo original de los cargos en el Gobierno, el entonces profesor universitario sabía que iba a ser una suerte de secretario de Hacienda con rango de ministro.
Mientras gestionó la cartera, la energía se tornó un problema que sobrepasó las facturas de gas y electricidad y se volvió una cuestión de política fiscal grave. Pese a los compromisos que asumió con el FMI, Guzmán no paraba de anotar números en rojo. Según la Asociación Argentina de Presupuesto, ASAP, en mayo pasado “el nivel de gastos devengados de la Administración Pública Nacional resultó superior al de los de recursos percibidos, lo que derivó en un resultado financiero mensual deficitario de $310.506,8 millones”. En el mismo mes de 2021, el déficit financiero había ascendido a $79.642,9 millones”, publicó la ASAP.
Sólo para ilustrar. Hasta el 29 de junio, último dato actualizado por el Ministerio de Economía, se ejecutaron $803.048 millones en energía y en transporte, $302.694 millones. Nada de eso lo maneja ni lo manejó Guzmán. Ahora bien, ¿es posible que se pueda ser ministro de Economía sin tener el control de cómo se gastan más de 1,2 billones de pesos? Parece imposible. Justamente, una de sus tibias batallas en la que intentó subir las tarifas energéticas para balancear esa cuenta ahora queda, también, con los puntos suspensivos colocados. Sólo para poner en contexto aquellos $803.000 millones de energía: ese número es el doble de lo que se gasta en educación o asistencia social.
A Guzmán le queda pasar a buscar sus cosas por las oficinas del Ministerio de Economía. No mucho más que eso. Detrás dejó una gestión en la que las cuentas no pararon de anotar rojos y con una inflación que corre, al menos, al 80% anual, con escasas reservas en el Banco Central y con la cotización del billete que se consigue, no el de las pizarras, que ronda los 250 pesos.
El tiempista del portazo hizo su último cálculo. No se puede manejar la economía de un país sin poder político para hacerlo, esgrimió. Nadie podrá decir que no tiene razón, pero tampoco nadie podrá negar que esa hipótesis hace tiempo que todos los actores económicos la veían. Guzmán recién la divisó un sábado después de almorzar. Miró para Ensenada, esperó a las 17:47 y renunció por Twitter.
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