Guzmán se pone en modo electoral para sobrevivir
El plan acelerado de transformación política del ministro incluyó esta semana un viaje a Tucumán y a Salta con el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro; el jefe del Palacio de Hacienda aspira a mantenerse en el cargo después de las elecciones
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Cómo contabilizar dentro del Presupuesto el ingreso de los 3054,88 millones de DEG (Derechos Especiales de Giro) que la Argentina recibió del Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha convertido en objeto de debate dentro del Ministerio de Economía. Lo que a simple vista para muchos parece una mera cuestión contable refleja una transformación mucho más profunda que está ensayando por estos días el ministro Martín Guzmán, que intenta aprender con velocidad el relato de la política para no ser eyectado de su puesto ante una eventual revisión del gabinete.
Contablemente, el ministro busca que el desembolso del FMI no figure en el Presupuesto Nacional como “recurso”, sino que sea contemplado como “fuente financiera”. En otras palabras, su idea es que los DEG –como se denomina la moneda del Fondo– que equivalen a US$4334 millones, no sirvan para maquillar el déficit fiscal. Lo que para el mercado o los inversores es buena música, no necesariamente lo es para la interna del Frente de Todos. En tiempos de elecciones, en el peronismo no cotiza ser considerado un ministro “ajustador”.
Pero la discusión contable no se reduce a ese detalle. También existe dentro de Economía el debate de cómo anotar los DEG de manera tal que en el futuro no pueda cuestionarse la aplicación que se les dio, como está sucediendo por estos días con la deuda que el macrismo contrajo con el FMI. “Ya se sabe que estos fondos se van a usar para pagarle al FMI, no importa qué diga la política en cada momento. Pero la discusión es cómo exponerlo en el Presupuesto de manera tal que parezca que se usan para otra cosa”, explica una fuente al tanto de las discusiones.
Es cierto que ya se consensuó en el oficialismo que no habrá default con el organismo, y que el dinero que se recibió volverá pronto a las mismas arcas del Fondo. Una vez más, fue la vicepresidenta Cristina Kirchner la que lo blanqueó en el lanzamiento de la campaña electoral, en un giro hacia la ortodoxia que dejó tecleando a muchos de los economistas de su espacio. “Charlando con Alberto (Fernández), me decía que en unos días iban a ingresar los DEG que el FMI ha decidido entregarles a los países para que hagan frente a los estragos de la pandemia. No podremos destinar eso a lo que lo destinan los otros países, porque en 2018, luego de que en 2015 tuviéramos un país sin deuda, ahora resulta ser que debemos 45.000 millones de dólares al FMI”, dijo la vicepresidenta hace algunos días.
Pero Guzmán transita, al igual que el presidente Alberto Fernández, el mismo camino del mal alumno que quiere recuperar el favor de su profesor. Necesita sobreactuar ejemplaridad. “Antes de pagarle al Fondo, debo pagar un montón de deuda social”, insistió esta semana Fernández, en discurso agitado, durante su paso por San Juan.
La Argentina tiene que pagarle al Fondo en lo que resta del año DEG por 2929 millones, lo que equivale a unos US$4160 millones, en concepto de pagos de capital, intereses y recargos. Según señala la consultora Equilibra, el Tesoro cerraría el año con un stock de DEG de 492 millones (poco menos de US$700 millones), que le alcanzaría para pagar casi todo el vencimiento de principal de enero (US$ 730 millones). Pero ya no tendrá resto para el pago de intereses por US$370 millones de febrero 2022 ni para la amortización de US$3590 millones de marzo.
El plan acelerado de transformación política de Guzmán incluyó esta semana un viaje a Tucumán y a Salta con el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, el funcionario de mayor caudal político del gabinete. “Si Wado se prestó para la foto es porque Cristina también lo habilitó”, interpretaba esta semana un hombre que forma parte del equipo de comunicación del Gobierno. “Estamos viendo a Guzmán salir de la cápsula de Columbia –dijo otra fuente oficial–. Es el ministro haciendo política. El problema es que no lo hizo hasta ahora”.
También empieza a entender qué batallas puede dar y cuáles no. El lunes último, el mismo día en el que su persona dentro de la Secretaría de Energía, Javier Papa (subsecretario de Planeamiento Energético), presentó su renuncia, Guzmán se sacó la foto con el ministro de Ambiente, Juan Cabandié, en un encuentro del que participaron también el secretario de Energía, Darío Martínez, y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, para avanzar en “la tansición energética y productiva de una forma ambientalmente sustentable”. Atrás quedaron los intentos de Guzmán por correr a personajes como el subsecretario de Energía Eléctrica, Federico Basualdo, que se oponen a un ajuste de tarifas. Ni nadie recuerda ya aquellas amenazas del ministro de abandonar su cargo si Basualdo no terminaba haciéndose a un lado. Pasaron ya casi cuatro meses desde aquella pelea interna y Basualdo sigue firme, lo mismo que el congelamiento de las tarifas.
Las piruetas del ministro
La gran duda es si todas las piruetas de Guzmán de estos días serán suficientes para recuperar el favor de Cristina Kirchner o del jefe de la cámara de Diputados, Sergio Massa, otra de las figuras del Frente de Todos para las cuales el economista cayó en desgracia. Algunos analistas creen que la clave estará en los resultados que pueda mostrar Guzmán en los próximos meses. Sobre todo, en el control de la brecha cambiaria, junto con el salario real, una de las variables que más inquieta a la cúpula del oficialismo. Basta recordar que fue cuando la brecha cambiaria tocó el 120%, el año pasado, que la vicepresidenta decidió sacar a Martín Redrado del ostracismo y volvió a convocarlo, después de años, a un encuentro a solas. Desde entonces, referentes de La Cámpora consultan esporádicamente al expresidente del Banco Central del kirchnerismo. Si hay algo que caracteriza tanto a Cristina como a Sergio Massa, es el pragmatismo.
Cerca de Guzmán no fueron indiferentes al último tuit de la vicepresidenta halagando a Cecilia Todesca, la funcionaria del gabinete económico que mejor aprendió a jugar en la interna del ofícialismo.
De todas maneras, aún es una incógnita qué rumbo económico seguirá el Gobierno después de noviembre. Se descuenta, por ahora, que se buscará un acuerdo con el FMI, y junto con él, habrá una aceleración de la devaluación, aunque el consenso ahora es que el Gobierno tendría chances de evitar un salto brusco del tipo de cambio, siempre y cuando los precios de las commodities sigan siendo favorables al país, y el clima no juegue contra la cosecha.
“Muchos en La Cámpora insisten en que los años de 2011 a 2015 -con Axel Kicillof al frente del Palacio de Hacienda- fueron exitosos. Pero radicalizarse después de las elecciones tiene un riesgo, que es la brecha cambiaria. Además, ya el kirchnerismo no tiene cajas en dólares, como fueron las reservas en esos años o las AFJP. Quedan cajas, pero son en pesos, y la Argentina tiene dólares”, resume un hombre de diálogo con el oficialismo. El argumento de Guzmán de que el Gobierno sólo se endeuda en pesos y no en dólares es de corto aliento…
Los desequilibrios macroeconómicos son cada vez más evidentes. Esta semana, el Banco Central debió realizar una ampliación de su presupuesto para poder destinar más dinero a la impresión de billetes. En mayo, el presupuesto del BCRA contemplaba gastos para la compra de billetes por $13.009,4 millones; ese número subió a $16.591 millones, un 27,5% más. El costo de no querer reconocer en los billetes el impacto de la inflación galopante (o de no emitir papeles de mayor denominación). La impresión de billetes ya se lleva el 44,5% del presupuesto del BCRA. Hace apenas dos años, en 2019, el gasto de impresión de billetes era de $3327 millones sobre un total de $13.000 millones (el 25,6% del total). El costo de mantener la maquinita aceitada trepó 398,6%, varias veces más que la inflación del último año y medio. Cuando la realidad es palpable, no hay maquillaje que valga.
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