Grecia aún tiene un largo camino por recorrer para ser competitiva
KOMOTINI, Grecia—Cuando Grecia ingresó a la zona euro, había 90 fábricas en un parque industrial en esta ciudad. Ahora sólo 26 siguen en operación.
El declive industrial de esta llanura al borde del mar en el norte de Grecia explica hasta qué punto la moneda común agravó los problemas económicos del sur de Europa, y pone en evidencia por qué las cumbres de emergencia no pueden resolver por sí solas la crisis de la región.
Grecia, al igual que otros miembros de la Unión Europea que ahora necesitan ayuda financiera, pasó apuros para competir en el mercado europeo y global conforme el crédito barato y problemas estructurales inflaron los precios y salarios más rápido de lo que su oferta de productos podía justificar. Ahora, sin una moneda nacional que pueda devaluar para abaratar sus exportaciones, no tiene más alternativa que embarcarse en una desgastadora "devaluación interna" que hunde los sueldos y los precios.
"Cuando nos unimos con Europa gracias a la moneda única, muchos griegos pensaron que éramos todos una economía", cuenta Dimitris Petsas, cuya fábrica de ropa interior es una de las pocas sobrevivientes en Komotini. "Nos olvidamos de que tenemos que exportar activamente para llevar los euros de Alemania y el centro de Europa a Grecia". En su lugar, señaló, "los países centrales nos dejaron sin nada".
Petsas presiona a sus trabajadores para que acepten recortes salariales de hasta 30% para ayudar a la compañía a reducir costos y revitalizar sus exportaciones de camisetas y ropa interior a Alemania, en medio de una mayor competencia de China e India. El problema, según el empresario de 60 años, es que "la mayoría de empleados tiene obligaciones –hipotecas, préstamos de autos—, y si les pago menos, no podrán sobrevivir".
Grecia, España, Portugal e Italia afrontan el mismo arduo camino hacia la recuperación que el negocio de Petsas. Deben reducir los salarios y los precios al mismo tiempo que trabajan para pagar deudas públicas o privadas.
El nuevo gobierno griego está buscando más recortes del gasto fiscal de cara a una visita de inspectores de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo a Atenas esta semana. También se espera que las autoridades anuncien la fusión y el cierre de unas 20 agencias gubernamentales.
En las economías desarrolladas, los salarios suelen caer sólo en medio de prolongadas recesiones y altos niveles de desempleo e, incluso entonces, lo hacen muy despacio. En Grecia, las protestas contra este empobrecimiento gradual han empujado al país al borde de la ingobernabilidad.
Por si esto fuera poco, mientras más caen los ingresos y se reducen las economías de los países en crisis, menor es la confianza de los mercados en su capacidad de pago, lo que se traduce en mayores fugas de capital de bancos y mercados de bonos soberanos.
Si la zona euro acaba desintegrándose, la razón de fondo no será la falta de disciplina fiscal ni las tensiones políticas. Será porque su adhesión al euro, sumada al enfoque de Alemania frente a su propia economía, los deja con una hoja de ruta a la recuperación que según algunos economistas es social, política y financieramente prácticamente inviable.
Los economistas aseguran que Alemania podría ayudar a estos países a volver a levantarse, aumentando el gasto para estimular el crecimiento interno y las importaciones, o tolerando una inflación significativamente más alta para que los salarios de la periferia europea se vuelvan más competitivos en términos relativos. Pero Alemania no está preparada para hacer ni lo uno ni lo otro porque teme poner en riesgo la estabilidad y competitividad que tanto le costó conseguir.
Por ende, el peso del ajuste recae abrumadoramente sobre el endeudado sur de Europa y sobre trabajadores como Voula Koutsoula, una mujer de 50 años que ha formado parte de la plantilla de Petsas durante 28 años. Su salario ha caído hasta un nivel que prácticamente sólo le alcanza para pagar la hipoteca y teme nuevos recortes. "¿Cuánto más? ¿Cómo se puede llegar a fin de mes?", se pregunta, lamentando que "no hay otros empleos".
Koutsoula y su marido, un profesor jubilado cuya pensión ha sido drásticamente reducida, tienen un plan alternativo: si sus ingresos siguen menguando, venderán su residencia principal y se retirarán a un terreno de casi media hectárea que tienen en una zona rural cerca del mar, donde cultivarán tomates, duraznos y criarían conejos.
Las empresas y sindicatos de Grecia luchan contra reducciones de sueldo que reverterían una larga espiral inflacionaria. Los sindicatos amenazan con una nueva ola de huelgas que podrían traducirse en manifestaciones masivas como las que sacudieron el sistema político antes de las tumultuosas elecciones de mayo y junio.
En febrero, los principales acreedores de Grecia, el FMI y la UE, obligaron al gobierno a reducir el salario mínimo nacional en 22%, que en el caso de los jóvenes subió a 32%. El FMI y la UE estaban frustrados ante la lentitud con la que declinaban los salarios griegos, pese a que el desempleo rondaba el 22%. Las duras medidas de austeridad reforzaron el apoyo de los votantes por los partidos que se oponen al duro rescate internacional.
Marcus Walker y Marianna Kakaounaki
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