¿Ganamos solo un Mundial o algo más?
Por definición, el futuro es un lugar que se puede imaginar, diseñar, proyectar, desear y hasta construir, pero no se lo puede habitar. Solo se lo alcanza cuando muta en presente.
Sin embargo, como si tuviéramos una máquina del tiempo, los argentinos pudimos realizar un viaje sensorial hacia él y experimentar hasta las entrañas de qué se trata volver a vivir sanamente en comunidad. En la Scaloneta no hubo, no hay y no habrá grieta.
Hemos señalado esta idea con anterioridad. El fenómeno de las figuritas, la descomunal venta de camisetas de la selección y de pelotas del Mundial eran señales que el mundo del consumo estaba enviando sobre algo muy profundo que ocurría debajo de la superficie.
Los motivos futbolísticos eran más que suficientes. Desde el triunfo en la Copa América, el (supuesto) último Mundial de Messi, el juego en equipo o la renovación generacional (técnico incluido) hasta el invicto.
Sin embargo, había algo más. Una especie de energía extraña que traía no solo una ilusión deportiva, sino, de modo inconsciente, una ilusión social. La gente lo sentía, aunque no lo pudiera verbalizar. “Hay algo con este equipo, no se bien qué es, pero algo hay”, sería la síntesis de eso que estaba latente y luchaba por expresarse como fuera posible. En ciertos casos la fuerza de lo no dicho es muy superior a lo explicito.
Ese “algo hay”, a medida que nos fuimos acercando al “momentum”, tomó forma. En nuestra medición del humor social realizada sobre la base de focus groups días antes de que empezara el Mundial nos encontramos con expresiones como estas: “Es todo lo contrario a lo que se percibe en el país, hay alguien que lidera el equipo, hay compromiso, hay valores, está el ‘me juego por vos’, hay respeto”. “Esas minisociedades que armaron tienen como un código, una forma de manejarse… para mí están como más unidos esta vez. Se nota que tiran todos para el mismo lado”.
Una cosa es presumirlo y otra sentirlo con los hechos consumados. Las manifestaciones callejeras del domingo quedarán grabadas en la historia. Se calculará cuánta gente hubo en los festejos. Pero esas estadísticas (casi imposibles) aun si tuvieran algún grado de precisión no lograrán registrar lo más importante: a cuántas de esas personas les habrá calado en lo más hondo de su alma y de su corazón la vibración de la pertenencia a un todo que genera orgullo y que inspira. Una invitación a que cada uno desde su lugar cumpla con su rol para que ese todo y sus partes logren funcionar positivamente.
Puede pensarse que no a todas. Seguramente será así. Hay arraigos ideológicos tan extremos que clausuran no solo la razón, sino también la emoción. No se trata de hacer una lectura naif de los acontecimientos, porque automáticamente la volvería inútil. Sí, en cambio, de mirarlos a través de un prisma diferente para descubrir qué es todo lo que emana de esta usina de sentido tan fulgurante.
Conque ese sentimiento de pertenencia colectiva donde lo que une supera a lo que separa, sin desconocerlo, pero otorgándole su justa dimensión, haya golpeado de manera inesperada las puertas afectivas de algunos millones de ciudadanos, la misión que parecía imposible estará lograda.
Todos aquellos que al ver celebrar en un abrazo interminable a los abuelos con sus nietos percibieron como en una epifanía el sentido más profundo de lo que implica la vida se llevarán de este Mundial bastante más que una alegría futbolera. Los que gritaron un gol en un bar, una parrilla, un aeropuerto, una pantalla gigante en la vía pública o un balcón, entregándose por completo al rito tribal con un otro tan desconocido como cercano sin preguntarse absolutamente nada sobre cuestiones políticas, también.
Los éxitos también enseñan
Dicen que los fracasos enseñan. Y es cierto, si se los sabe leer, interpretar y metabolizar. Pero no por ello puede menospreciarse la capacidad de obtener mensajes valiosos del éxito. Es más difícil porque la sobredosis de dulzor suele atontar el paladar y hay mucha más emoción que reflexión. Pero en este caso es útil porque los exitosos fueron los jugadores y su cuerpo técnico.
Como sociedad podemos mirarnos en ese espejo y ser nosotros quienes estando fuera de la escena (pero sintiéndonos adentro) podemos aprender para “el partido” donde los protagonistas somos y seremos nosotros.
Difícilmente podríamos encontrar una síntesis más perfecta que el contraste entre la experiencia en Rusia y la de Qatar. El desborde, el descontrol, la improvisación, la falta de rumbo, la carencia de liderazgo, las declaraciones altisonantes y tribuneras, la asignación desproporcionada de responsabilidades esperando el milagro salvador de Messi en aquellas lejanas tierras donde hoy, en medio de la guerra, parece insólito que pudiera haberse realizado el evento más global del mundo, versus lo que el propio capitán de la selección ha dicho sobre este proceso que se coronó en el también extraño y lejano mundo árabe: “Ningún detalle estaba librado al azar”.
Orden, planificación, visión estratégica, convicción, el equipo por sobre las individualidades, proceso, método, rigurosidad, roles asignados, manifestaciones públicas prudentes, sensatez y un liderazgo claro pero sobrio, respetado y respetuoso.
En instancias como las actuales, donde las emociones nos abruman, todas las palabras pueden sonar huecas y los análisis, tan irrelevantes como vacíos. Tal vez, impertinentes y hasta molestos. ¿Quién quiere pensar cuando se trata de saltar, gritar, reír y llorar? ¿Acaso todo hay que pasarlo por el filtro intelectual? Obviamente, no. Los seres humanos estamos hechos de pulsiones tanto como de razones.
Este es un tiempo de celebración, de agradecimiento y de sanación. Vivámoslo como corresponde, porque seríamos injustos con quienes nos lo brindaron y con nosotros mismos si no lo hiciéramos.
Somos testigos y protagonistas de una alegría colectiva y multitudinaria, que gracias al magnetismo de un Messi consagrado para la eternidad a sus 35 años (otro gran mensaje encriptado dentro de este éxito que trasciende lo deportivo) cruzó las fronteras y llegó a todos los rincones del mundo conmoviendo a celebridades no solo del fútbol, sino también de otros deportes, de la música, del cine, de la tecnología, del arte, del pensamiento y de la política.
Grabado para siempre
Sabemos, aunque nos dé un anticipado “saudade”, que el presente se nos escurre como agua entre los dedos. Sobre todo cuando la felicidad, incontenible, brota por los poros.
A medida que pasen los días este balsámico presente irá transformándose indefectiblemente en pasado. Quedará grabado para siempre en la memoria de todos nosotros. Es una de esas instancias cúlmines donde se puede sentir la vida transcurrir. Más de la mitad de nuestra población no había nacido la última vez que ganamos un Mundial. Los que tuvimos la suerte de vivir los triunfos de 1978 y 1986 sabemos muy bien que en una sociedad como la argentina, donde el fútbol es parte de nuestra identidad, son instancias en las que se clava un mojón en el devenir colectivo y personal.
Hoy asistimos a un antes y un después. Dentro de muchos años seguiremos recordando cómo vivimos, sufrimos y gozamos durante el último mes. Habrá anécdotas que tendrán impronta de tatuaje. Serán imborrables. La construcción cultural que ya comenzó nos atiborrará de imágenes en slow motion y música acorde, cruzadas con entrevistas a los protagonistas donde cada instante adquirirá una dimensión aún más épica de la que hoy logramos registrar. Superior a todo lo que hemos conocido hasta ahora, porque el desarrollo tecnológico actual es incomparable con cualquier otro que hayamos visto. Habrá series, películas, documentales, imágenes históricas, fotos emblemáticas y relatos icónicos que nos llevarán una y otra vez a despertar la memoria emotiva.
En simultáneo, cuando ese tiempo que nunca se detiene haga su trabajo y los ánimos se serenen, tendremos más chances de mirar con algo de distancia y perspectiva este momento único más allá de la incomparable pasión que genera el fútbol. Ningún deporte lo supera a nivel global. Basta revisar los números de audiencia para comprobarlo. Estamos hablando de una gran torre de Babel posmoderna compuesta por miles de millones de personas interconectadas donde la única lengua en común es la de la pelota.
Será entonces, sí, la ocasión para reflexionar. Habrá espacio para las palabras y tendrá más sentido hurgar en su significado qué es lo que tienen para decirnos.
Podremos entonces hacernos una pregunta en la que nos va nuestro futuro, ya no solo como pueblo futbolero, sino cómo sociedad: ¿ganamos sólo un Mundial o algo más?
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