Ganadores y perdedores: las dos caras del trabajo en las empresas de tecnología
Es un punto de fuga reflejado en un espejo retrovisor. Una mancha de color que se diluye sobre el horizonte. El trabajo "para toda la vida" se desvanece y también la sensación de seguridad que transportaba. La revolución digital (y su capacidad a través de Internet y las redes sociales de comunicarse de forma fácil y barata) ha impulsado a la gig economy. Un término que esconde progreso y precariedad. Esta economía de la ocupación por proyectos y de las nuevas relaciones que imponen las plataformas digitales (Uber, Glovo, Cabify...) conduce a una existencia zurcida con hilos de seda. Sin horarios, sin ingresos estables, sin apenas beneficios sociales: ¿sin vida? Por eso, muchos ven en estos modelos de trabajo una condena. Otros, en cambio, atisban liberación. El equilibrio resulta inestable.
"Para algunas personas, el trabajo independiente aumenta la volatilidad de sus ingresos. Otras, por el contrario, entienden que puede suavizar las fluctuaciones de sus ganancias", observa Alan B. Krueger, profesor de Economía en la Universidad de Princeton y exasesor jefe del gabinete económico de Barack Obama.
El problema de la gig economy es su asimetría. Nada tiene que ver el repartidor en bicicleta, que cobra 12 o 15 euros la hora y tira los dados de su salud en cada bocanada de aire entre coches, motos y autobuses, con el programador informático que supera los 150 euros y teclea en el despacho de su casa. Las nuevas formas laborales siguen expresando la misma inequidad que las antiguas. "Estamos viviendo una revolución tecnológica y vamos hacia una economía que sufrirá una gran destrucción de empleo en la que ganarán los emprendedores y no los asalariados", vaticina Miguel Otero-Iglesias, investigador principal del Real Instituto Elcano.
Nuevo esquema
Una vez más, el mundo vuelve a partirse entre ganadores y vencidos. De momento, en Europa, el 14,2% de los empleados son temporales y según la consultora McKinsey más de 162 millones de personas en el Viejo Continente y Estados Unidos ya forman parte del trabajo independiente. Aun así, conviene enfriar los números. "Es un cambio que todavía no resulta disruptivo porque afecta a un grupo limitado de personas. Sin embargo, en el futuro, se convertirá en la forma de hacer las cosas", prevé María Romero, consultora en Analistas Financieros Internacionales (AFI). Un cambio, demasiadas veces, obligado. "Estamos viendo muchas personas que salen de las compañías a edades tempranas y que se están convirtiendo en trabajadores contingentes", relata Jaime Sol, socio responsable de People Advisory Services de EY. "Son profesionales con ganas y vitalidad que recurren a la fórmula de prestación de servicios".
Pero el verdadero fuego prende cuando estos nuevos modelos ceban la precariedad. Es lo que sucede en ese universo rodeado de materia oscura de las plataformas digitales y los repartidores (riders). "Hay temas que aún no están resueltos, como la pérdida de beneficios sociales y derechos, las bajas por enfermedad, las horas extra y las tarifas de un mercado en el que se pueden generar ciertos abusos", analiza Jorge Aguirre, socio de EY.
Tal vez en el futuro la gig economy abra una grieta por donde se filtre la luz en un mundo que amenaza con elevadas tasas de desempleo. Pero por ahora, y por lo que se sabe, más parece el pirómano sorprendido con la candela en la mano. Un estudio de 2016 del Pew Research Center en Estados Unidos halló que las personas que trabajan en esa expresión económica suelen proceder de minorías étnicas (sobre todo negros e hispanos) y son más pobres que el resto de la población. Otro informe (Job Quality and Escape Velocity), este firmado por Bank Of America Merrill Lynch, revela que la fuerte caída del paro en la zona euro en los últimos tres años ha sido sostenida por empleos de "baja calidad". Una fragilidad que se une a lo precario. España es el segundo país de la Unión Europea con mayor tasa de temporalidad. A cierre de 2016, según datos de Eurostat, el 26,1% de los trabajadores carecía de contrato fijo. Casi el doble frente a la media comunitaria (14,2%). Esta inequidad y esta injusticia suben al estrado.
Pérdida de derechos
Diversas sentencias judiciales recientes en Europa que atañen a plataformas tecnológicas como Uber y Deliveroo han resuelto que el vínculo entre los trabajadores y la empresa no era mercantil (autónomos) sino laboral (asalariados).
El cambio tecnológico ha intensificado la desigualdad de rentas de los trabajadores. El empleo se genera en los extremos. Donde la cualificación y los salarios son ínfimos y donde la exigencia y los ingresos son máximos. Pero el espacio precario se vuelve más precario.
Y una derivada inmediata de esas matemáticas de lo mínimo es la pérdida de coberturas sociales. De ahí que sea urgente atar en corto a los nuevos modelos de relaciones laborales. Porque si no para millones de trabajadores la economía del futuro será un paisaje incluso más inhabitable de lo que ya lo es estos días.
Miguel Ángel García Vega, El País