Gabinete: dos sillas vacías que le suman presión al principal ancla que tiene la inflación
La sucesión en los ministerios de Trabajo y Desarrollo Social van a generar debate en torno a varias políticas que impacten en el Presupuesto 2023 y que aumenten el gasto público
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La nueva crisis en el Gabinete de Alberto Fernández es, sin duda, un desafío político. Sin embargo, detrás de los funcionarios que se van se esconden las funciones, y detrás de ellas, las políticas que se llevan adelante.
De acuerdo a lo que han dejado traslucir los salientes ministros Juan Zabaleta y Claudio Moroni, las motivaciones de sus portazos están ancladas en temas personales, o territoriales, en el caso del exministro de Desarrollo Social que regresa a su Hurlingham. No han sido sus políticas, deslizan. Pero, el reacondicionamiento de las piezas y la imposición de nuevos nombres podría impactar de lleno en los planes del ministro de Economía, Sergio Massa.
El punto es el siguiente. Dos de las tres carteras que se renuevan, la otra es el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, tienen a su cargo algunas áreas centrales de lo que podría ser la política económica de camino a un año electoral. Por el despacho de Zabaleta pasa la relación con los movimientos sociales, el manejo de la calle, los planes asistenciales y hasta la comida para repartir hasta fin de año, uno de los momentos más intensos del calendario social.
Por el otro, donde mandaba Moroni, pasará ni más ni menos que toda la negociación salarial en un año en el que la inflación proyectada ya es de 100%. Pero eso no es todo. En medio de estas mesas en las que hay un intento apenas ara seguir lo más cerca posible la inflación hay una radicalización de algunos gremios. El conflicto de los neumáticos expuso ese nuevo paradigma de los que corren por izquierda a la histórica CGT. Y las críticas al manejo de Moroni aparecieron mientras se sucedían 36 reuniones sin arreglos y un país que paralizó su industria sectorial al ritmo de esa paritaria.
El problema más importante es que la inflación se ha desatado. Con una increíble pasividad, la sociedad argentina se ha acostumbrado a convivir con una inflación de tres cifras, incluso en una economía de precios regulados donde el Estado retrasa todos y todo lo que puede.
Ahora bien, el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM), que compila y publica el Banco Central en baso a las previsiones de 25 consultores y bancos, ya proyecta para 2023 un 90,5%, lo que significa 6,4 puntos porcentuales que la previsión del mes pasado. Demasiada velocidad como para que pase desapercibida.
Si se mira el plan de Massa, que ha puesto en marcha y que pretende para el año electoral, no hay demasiadas anclas a la suba generalizada de precios que el gasto público. Algo de eso se dejó ver en la presentación del proyecto de Presupuesto que el ministro hizo en las últimas semanas en el Congreso. Si bien los números están basados en hipótesis que suenan a ficción, una inflación de 60%, por caso, hay un tufillo a contención del gasto.
Sin embargo, el nombre de los nuevos ministros, el padrino político que los apoye para imponer su nombre en el Frente de Todos, y las lealtades previas podría determinar que esa única ancla inflacionario, leve pero solitario, irremediablemente se desate.
Como se dijo, habrá nuevos nombres para sillas vacías. Las designaciones se harán en un momento clave: el debate del Presupuesto 2023 está abierto. De hecho, el proyecto ni siquiera tocó el recinto.
Justamente, antes de que el expediente llegue a la discusión más allá de las comisiones, ya hubo algunos dardos. Como sucede desde hace bastante tiempo, el fuego no vino desde la oposición sino que en el se trato del famoso “fuego amigo”. Cristina Kirchner, por Twitter, fue quién le pegó el primer disparo a los números de Massa. Le reclamó, palabras más, palabras menos, que aumente alguna partida para atender la pobreza, justo el día en que el Indec daba conocer el índice que mostraba 36% de pobres y 10% de indigentes.
Entonces, Desarrollo Social estaba manejaba por Zabaleta, un ministro que intentó, con cierto éxito, mantener a raya los pedidos de las organizaciones sociales con un sistema de número cerrado. Es decir, ya no mas planes sociales, en su caso, reconversión o aumento de los montos.
Con la mira a fin de año
Ahora, en pocos días, ese lugar ya no está ocupado. Entre que el nuevo ministro asuma, se acomode, conforme su gabinete y empiece su ciclo, estará el siempre conflictivo fin de año social ¿Podría un nuevo funcionario parase sobre el gasto con semejantes índices de pobreza e indigencia, con el salario que pierde a diario contra la inflación? La respuesta es que seguramente, no será así. Eso implica más gasto público, el único ancla inflacionario de Massa.
En el otro ministerio –Trabajo–, el que se siente en el sillón aún tibio de Moroni deberá encontrarse frente a frente con la paritaria de Camioneros, impulsada por el renacido Pablo Moyano. Lo recibirá con un número 131 tatuado en el pecho. Es verdad que los gremios andan detrás de mantener el nivel de compra de los salarios. Pero no menos cierto es que ese rango causará efectos macroeconómicos.
A este panorama se le suma todo el combo de los subsidios. Siempre fue un problema gravísimo el desacople que hay entre el costo de brindar los servicios y el precio que se paga por tenerlos. La electricidad, el gas y el transporte, por poner los más importantes, construyen el paradigma de las tarifas congeladas. Un dato, como para ejemplificar: la tarifa de tren remunera el entre el 1% y el 3% –sí, no falta ningún cero– de lo que cuesta la operatoria de los ferrocarriles; y el de colectivos, alrededor del 10% del total de lo que gasta el sistema.
Con la electricidad y el gas pasa lo mismo, aunque el porcentaje varía. Massa tiene en mente poner algo de orden en estos números. Y para eso deberá aumentar tarifas en un año electoral, un experimento inédito en todos los kirchnerismos. Además, seguramente, tendrá que renegociar algunos ceros con dos ministros.
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