Fue taxidermista y veterinario pero dejó todo para crear prótesis equinas
Agustín Almanza ideó cuatro piezas correctivas que ayudan a caballos que sufren desde problemas congénitos hasta quebraduras y amputaciones
De Buenos Aires a Berlín y Kentucky. De la taxidermia a la veterinaria y el emprendedorismo. La historia de Agustín Almanza está llena de saltos geográficos y profesionales que dan cuenta de la naturaleza inquieta de este porteño de 47 años, cuyo proyecto más reciente bien podría cambiar la dinámica de la industria hípica.
En el mundo de las haras, cuando un caballo nace “chueco” -a causa de deformaciones angulares o flexurales a nivel del nudo o de la rodilla-, se quiebra o pierde un miembro, se inicia un proceso de curación que, en caso de fallar, termina muchas veces en el sacrificio del animal. El invento de Almanza podría cambiar todo eso.
Interés temprano
“Nací en Buenos Aires pero tuve la suerte de pasar los veranos en un campo muy lindo de mi familia en Sierra de la Ventana donde teníamos caballos”, dice Almanza a LA NACION. En su adolescencia, el interés por los animales tomó una forma poco tradicional: la taxidermia (técnica de disecar animales), que aprendió por correspondencia a los 15 años.
A pesar de su corta edad, su carrera despegó: sus animales disecados empezaron a ganar espacio en exhibiciones de decoración como Casa FOA y se vendían a precios elevados en El Bazar Inglés. A los 18, partió a Alemania para trabajar en un reconocido estudio de taxidermia, donde pasó mucho tiempo elaborando moldes de fibra de vidrio de los animales.
A los 24 decidió que le interesaban más los animales vivos que los muertos y volvió a la Argentina para cursar la carrera de veterinaria. Empezó a trabajar con caballos y cinco años después decidió mudarse a Kentucky, en EE.UU.. hogar de uno de los derbys más famosos del mundo . Allí, producto de una apuesta, nació su creación.
Botas rojas
“Empecé a trabajar en Lexington con un veterinario que me tenía de esclavo durante la temporada en la que nacen los potrillos”, recuerda. “Ahí me di cuenta que muchos potrillos nacían chuecos. Esto se da por dos cosas: problemas de tejidos blandos por una mala posición del potrillo en el último tercio de gestación o por huesos doblados.”
Cuando un potrillo no se incorpora a los 20 minutos de su nacimiento, se dificulta que tome a tiempo el calostro de la madre. “Si no mamó en sus primeras seis horas, es muy probable que crezca sin defensas y se termine muriendo, dado que no nace con anticuerpos por las barreras que hay en la placenta”, añade Almanza.
La solución tradicional para estos problemas era armarles botas de yeso, que a veces se dejaban puestas por 15 días y lastimaban la piel del animal. El argentino recordó su paso por la taxidermia y pensó que quizá podría armar una alternativa de fibra de vidrio con bisagras que podría sacarse para evaluar el progreso de la cura.
“Sí seguro”, dijo su empleador con sorna. “Te apuesto US$ 1000 a que no podés hacerlo”. Pero Almanza no se dejó desanimar. “Me compré un kit de fibra de vidrio de US$ 30 y a la semana aparecí con la primera botita. La pinté con aerosol colorado. Funcionó perfecto”, rememora.
“En Lexington hay 200 veterinarios que trabajan para 400 haras en 20 km a la redonda. Yo me había organizado el tallercito con mis propias manos en un garage y me empezaron a llegar encargos”, asegura. Un día, Almanza se cruzó con otro colega que le pidió si le podía hacer “una de esas botitas rojas”. La marca Red Boot había nacido oficialmente.
Presente (im)perfecto
Eventualmente, Almanza formó familia en la Argentina, donde se estableció en 2007. Con mucho esfuerzo, comenzó a vender las Red Boot en sus cuatro versiones: una bota corta correctiva para potrillos, otra más larga articulada para caballos adultos, una de compresión para quebraduras y una prótesis para casos de amputación. Los valores oscilan entre US$ 400 y US$ 2500.
A pesar de que su producto ha atraído el interés de criadores de todo el mundo, todavía enfrenta grandes problemas para escalar su producción. “Se siguen haciendo artesanalmente, nunca conseguí más volumen. El equipo que me las prepara tarda 10 días con cada una, es caro y no llega a cubrir la mitad de la demanda que tengo”, cuenta.
Asimismo, admite que no puede masificar la producción a través de la impresión 3D, ya que necesita construir las piezas de materiales que resistan el uso de un caballo de 500 kilos. También reconoce que los altos costos que se cobran localmente para envíos internacionales disuaden a muchos interesados de comprar sus productos.
Aunque su capacidad actual apenas le permite contar con cerca de 100 botas anuales, tiene esperanzas de dar vuelta la situación. Según sus cálculos, oportunidades no faltan: cada año nacen unos 500.000 potrillos de algún valor de los cuáles 100.000 -el 20%- tendrá algún defecto en sus patas que podría repararse con las Red Boot.
Por eso, se ilusiona con poder crecer de la mano de alguna de las líneas de crédito destinadas a pequeñas y medianas empresas. “Es un producto desarrollado por un argentino que deja bien parado al país”, señala orgulloso Almanza. “Ojalá que consigamos algún apoyo.”
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