Frente contra todos: una extraña vocación por detonar el proyecto político propio
Martín Guzmán ya tenía una estadía difícil en Washington antes de que todo se le complicara aún más. El ministro de Economía había viajado para negociar un acuerdo clave para el futuro y tenía del otro lado una contraparte que desconfía del país. Sus jefes en Buenos Aires se encargaron de hacer más fangoso el tránsito por el lodazal.
La sospechas del Fondo Monetario Internacional (FMI) con respecto a la Casa Rosada vienen de las mejores épocas. Mientras el expresidente Mauricio Macri hacía diplomacia con Christine Lagarde, sus equipos de trabajo jugaban a espaldas de ellos con una foto de WhatsApp. Vista en retrospectiva, la imagen puede resultar reveladora.
La foto de perfil del grupo denominado IMF-Argentina mostraba a Diego Maradona en el gol con la mano a los ingleses del mundial de 1986. Su polisemia es cautivante: habla de la astucia argentina para enfrentar la inminencia, pero también de la transgresión a las reglas que definen la vida burocrática en Washington.
Roberto Cardarelli y Trevor Alleyne, dos funcionarios del Fondo que estuvieron involucrados con la Argentina, se jactaron alguna vez de esa broma con Rodrigo Pena y Santiago Bausili. Luego, las cosas se pusieron serias.
El kirchnerismo parece encaminado a dificultar cualquier negociación de Guzmán. Las coincidencias son tan precisas que si el ministro se sintiera paranoico, podría reunir pruebas suficientes para detallar el complot.
Guzmán les prometió a Julie Kozack y Luis Cubeddu –dos funcionarios del FMI– el respaldo de todo el arco político a un nuevo acuerdo con el organismo. Fue en noviembre pasado. El último miércoles, Cristina Kirchner detonó ese compromiso cuando advirtió que los plazos y la tasas comprometidas son inaceptables. La salida del Grupo de Lima, un gesto pro Venezuela, hizo menos ruido que la voz de la vicepresidenta.
El economista Carlos Melconian, cercano a Mauricio Macri, pero de diálogo con Alberto Fernández, suele rescatar una paradoja. En los años 2002 y 2003, tanto Uruguay como la Argentina tenían problemas de deuda. Mientras que la Argentina optó por una reestructuración con quita, Uruguay esquivó el default y cerró un acuerdo que para 2010 podía convertirse en impagable.
Veinte años después, Uruguay convive con su deuda, se favoreció con tasas bajas y tiene una imagen estimada por el mundo financiero. La Argentina, en cambio, volvió a repetir su receta anterior.
En un momento en que el mundo está regalando Ferraris, ilustró a mediados de semana un banquero que informa a Wall Street, pero se identifica con el conurbano bonaerense-, Guzmán debe mendigar por el carburador de un Ford Falcon. La metáfora mecánica muestra al mundo ofreciendo plata barata que no llega a la Argentina.
El país tiene cada vez menos amigos en la sede del poder mundial. Guzmán, por caso, no pudo reunirse con la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, más ocupada por el desembarco en su nueva función y la inflación norteamericana que por las urgencias argentinas. Tampoco aporta que David Lipton, exnúmero dos del FMI, esté entre sus principales colaboradores.
Si bien fue crítico con la Argentina en el pasado y mantuvo discusiones acaloradas con Luis Caputo, tampoco le resultan cómodas las críticas de la Casa Rosada a su anterior empleador, el FMI.
Algo similar pasa con Mauricio Claver-Carone. El presidente del BID era asesor en el Departamento del Tesoro en la gestión de Donald Trump. La denuncia de la Oficina Anticorrupción que maneja Félix Crous contra el gobierno de Macri por el acuerdo con el FMI le atribuye haber explicado los motivos de “la ceguera voluntaria en el control de la asignación de esos fondos a un destino diferente del comprometido”.
Esta semana, Felipe Solá aseguró que el cubano-americano les había dicho personalmente que él mismo había procurado el crédito para que Mauricio Macri ganara las elecciones. El entrenamiento del canciller en llenar con palabras propias diálogos de otros, como ocurrió con la charla entre Alberto Fernández y Joe Biden, no le quita antipatía al tema desde la mirada norteamericana.
Otra vez. Claver-Carone, que llegó a ese lugar impulsado por los republicanos y ahora tiene como jefe a un demócrata, está más interesado en asentarse en su nuevo sillón que en demostrarle a la Argentina que su visión está bien. Es probable, sin embargo, que los dichos desde acá no le generen la mejor predisposición. Eso, sin contar que la Casa Rosada hizo fuerza por Gustavo Béliz, contrincante al cargo que quedó en el camino.
Los avatares de Axel Kicillof le rebanaron otra rodaja a la credibilidad de Guzmán. En el momento en que el ministro iniciaba una reunión con el staff del Fondo para ver cómo la Argentina paga la deuda, los acreedores de Buenos Aires presentaban en Nueva York una demanda contra la provincia por falta de pago.
Kicillof tiene una mirada distinta a la de Guzmán y una relación más trabajada con Cristina Kirchner. Desde sus tiempos como número dos de Mariano Recalde en Aerolíneas Argentinas, está entre los economistas que más escucha la vicepresidenta y se le atribuye la idea de demorar el acuerdo con el FMI.
Hay quienes le señalan a Kicillof un interés práctico antes que político. El hecho de ir a juicio implica que no necesitará pagarle a nadie por tres años. Los acreedores tienen dinero, pero no votan, por lo que conviene poner recursos para obras y subsidios antes que cancelar deudas. Es la receta que ya aplicó en 2014, aunque le reste credibilidad a Guzmán. Poco importa el costo indirecto de una provincia en default cuando tiene cerrado el acceso a préstamos.
La Casa Rosada está ahora peor que hace cuatro meses. Después de todo, cómo va a garantizar un acuerdo con las fuerzas opositoras para resolver el tema de la deuda si ni siquiera puede alinear las miradas al interior del frente que gobierna.
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