Finanzas en tiempo de crisis: las mejores opciones para invertir cuando los mercados son un caos
Contrariamente al lugar común, hasta los inversores particulares y minoristas deberían prestar atención a la volatilidad
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El consejo que suelen recibir los inversores particulares cuando el marcado accionario está convulsionado se resume en una sola palabra: ignorarlo. Porque ver cómo se evaporan los ahorros conseguidos con tanto sacrificio no ayuda a mantener la cabeza fría, así que mejor no estar siguiendo el minuto a minuto de tu cartera de inversiones y mucho menos pensar que es el momento de cambiar por completo de estrategia. Por eso conviene esperar a que amaine el temporal y a que los precios de las acciones retomen su larga marcha ascendente.
En tanto sirva para disuadir a los ansiosos de entrar en pánico y vender todo después de un fuerte desplome, ese consejo es sensato, por más que las plataformas de inversiones que lo recomiendan no lo hagan por altruismo. “Lo importante no es tomarle el tiempo al mercado, sino pasar tiempo en el mercado” es un mantra especialmente redituable para quienes cobran comisiones en proporción al tiempo que sus clientes pasan en el mercado. Sin embargo, también es profundamente insatisfactoria la idea de que la única respuesta adecuada a la volatilidad es no hacer nada, al punto de poner a prueba nuestra credulidad. Todo el mundo sabe que los mercados a veces reaccionan de manera exagerada y que las oscilaciones bruscas de los precios pueden deberse a factores técnicos y no a cambios en los cimientos de la economía. Pero eso no significa que la volatilidad no transmita informaciones útiles.
¿Cómo responder a la turbulencia que ha azotado los mercados este verano en el hemisferio norte? Comencemos por el efecto inmediato en la asignación de cartera. Supongamos que tu estrategia es la clásica de mantener el 60% de tus ahorros en acciones y el 40% en bonos. Después de la agitación de los últimos meses, ahora esas dos partes seguramente estarán desequilibradas. Los precios de las acciones cayeron, mientras que los precios de los bonos han subido. Aunque esto proporciona justo el efecto amortiguador que hace atractiva la estrategia 60/40, esa distribución habrá cambiado a algo más parecido a 56/44. En otras palabras, el colchón de bonos es demasiado grande en comparación con las acciones, que son las que a largo plazo impulsarán nuestras ganancias. Por muy inestables que estén los mercados en este momento, en algún momento querremos restablecer el equilibrio 60/40. Hacerlo ahora implicaría vender bonos que acaban de encarecerse para comprar acciones que se han abaratado.
Se diría, por lo tanto, que hay que hacerlo ya. Sin embargo, en la práctica ese reequilibrio oportunista es más fácil de decir que de hacer: siempre parece que vale la pena posponerlo, por si los precios de las acciones caen aún más, y nos perdemos la oportunidad. Por eso mejor olvidarse de la sincronización perfecta y enfocarse en un cronograma regular —reequilibrio al final de cada trimestre o cada mes, por ejemplo— independientemente de lo que esté pasando en los mercados.
Los intrépidos a los que les gusta analizar los números tal vez quieran ir más allá y usar la nueva información que quedó expuesta durante la agitación bursátil. Cuando los precios de los bonos suben, cae su rendimiento o su rendimiento prospectivo en caso de mantenerlos hasta su vencimiento. Cuando el mercado de valores se desploma, su rendimiento esperado aumenta. Al mismo tiempo, la volatilidad del precio de las acciones implica que el diferencial de posibles resultados a ambos lados de estos rendimientos esperados se ha ampliado, haciendo que la inversión sea más riesgosa.
De todo eso se deriva “la fórmula de Merton”, que sirve para optimizar la división de una cartera entre acciones y bonos en función de las condiciones del mercado y el propio apetito de riesgo del inversor. La fórmula dice que la porción asignada a las acciones debe ser proporcional a su surplus esperado de rendimiento por encima de los bonos, e inversamente proporcional tanto al cuadrado de la volatilidad como a la aversión al riesgo del inversor. Cada una de estas variables, excepto la última, puede cambiar en caso de una crisis o un derrumbe bursátil. Para mantener un equilibrio entre riesgo y recompensa que nos deje satisfechos, es posible que ante una crisis tengamos que responder actualizando las asignaciones de nuestra cartera de inversiones.
Si nos alejamos de esa sofisticada teoría, las desventajas de intervenir cuando el mercado es un caos son evidentes. Los operadores profesionales pueden cambiar de bonos a acciones casi de inmediato, pero los inversores particulares son simples mortales que a menudo se enfrentan a demoras de varios días, durante los cuales los precios suben aún más. Si se mueven en la dirección equivocada, el intento de reequilibrar sus carteras puede llevarlos a registrar una pérdida sustancial de sus activos. Y hacer ese tipo de movimientos con demasiada frecuencia puede implicar recortar la tenencia de activos con impulso, lo que les hará perder ganancias.
Si vamos a cambiar las asignaciones de nuestra cartera, debe ser a través de un procedimiento pensado en tiempos de calma de los mercados, y no con decisiones tomadas de apuro cuando el miedo flota en el aire. Adoptar una nueva estrategia, incluso en base a la rigurosa fórmula de Merton, en esos casos es imprudente. Es muy fácil usar el cambio como excusa para desprenderse de activos que nos causan pánico.
Sin embargo, nada de eso significa que los inversores particulares deban simplemente ignorar la locura del mercado. No hace falta que las fluctuaciones de precios sean razonables para cambiar el posicionamiento y las perspectivas de nuestra cartera de inversiones. Sin embargo, lo mejor en esos casos es aplicar una respuesta pensada de antemano. Así que hay que estar atentos y con los ojos bien abiertos, siempre y cuando seamos capaces de no perder la cabeza en medio del tembladeral.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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