Festival en las empresas del Estado porque se aleja el fantasma del ajuste
Durante la campaña del libertario y de Bullrich se habló mucho de achicar estas compañías, incluso de privatizar alguna; sin embargo, los candidatos al balotaje enfriaron sus discursos
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Pasaron los días desde las PASO y aquel clima de temor por el ajuste que se esperaba en gran parte de las empresas públicas ha mutado a un aire fresco; casi una sonrisa de “Guasón” en reemplazo del temblor en la pera que desató el domingo de elecciones primarias.
“Cambió el aire. Ya no se respira el temor de un ajuste bestial sobre las compañías del Estado, ahora parece ser todo más tranquilo. Y eso más allá de [Sergio] Massa o [Javier] Milei. Todo está más calmo”, dijo el presidente de una de las compañías públicas más importantes.
Sucede que tanto el libertario como la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, primero y segundo en aquel agosto, tuvieron en su discurso una visión crítica de las compañías con participación mayoritaria del Estado. Justamente, después de encabezar las preferencias de los votantes, ambos mantuvieron palabras duras con esa estructura.
Sin embargo, después de la primera vuelta cambiaron las cosas y, sobre todo, las caras. El triunfo de Massa y el segundo lugar de Milei no llegó a despejar los temores. Pero, con el correr de los días y, sobre todo, después del abrazo de Bullrich y el expresidente Mauricio Macri, las palabras del libertario tomaron un tono más tenue. Con Massa, exponente como ninguno del statu quo, y Milei sin motosierra, los temores también se calmaron.
“El año pasado hubo muchas empresas que actuaron con el escenario de una derrota electoral en este 2023. Entonces, ajustaron y se cuidaron mucho. Después de las PASO, mantuvieron ese escenario, pero ahora, si se camina por los pasillos de cualquiera de las empresas relacionadas con los ferrocarriles, se encuentra optimismo. Y no solo por la preferencia sobre uno u otro, sino porque Massa asegura continuidad y Milei es un león con dientes desafilados”, dice un funcionario de una de las compañías que se distribuyen el mundo ferroviario.
De hecho, el temor a un ajuste llegó al punto que, hace un par de semanas, los andenes metropolitanos amanecieron empapelados con los carteles que se colocaron en las estaciones de trenes donde se mostraba el eventual precio del boleto según quien gane.
“Fueron los gremios”, se desligaron en el Gobierno. Los sindicatos jugaron fuerte por mantener el estado de las cosas y aportaron toda su estructura a Massa. En las redes, además, circularon decenas de fotografías con afiches o pancartas en el interior de empresas o reparticiones públicas con un fuerte llamado a votar a Massa. No hay nada peor para esas estructuras que la posibilidad de cambiar el esquema actual.
El caso de Aerolíneas Argentinas bien podría tomarse como testigo. La administración que conduce formalmente Luis Ceriani y comanda el senador Mariano Recalde se manejó en el último tiempo con el paradigma de que el oficialismo perdía el poder. “Son una sociedad anónima y, más allá de que más del 99,9% de las acciones estén en manos del Estado, se rigen como cualquier sociedad por el derecho privado. Por lo tanto, si el que venía no les aprobaba el balance, pues podría haber alguna responsabilidad patrimonial personal. Ante esto, hicieron un ajuste y emprolijaron las cuentas”, dice un analista que miró con detalle los números de la línea aérea de bandera.
De hecho, hubo una medida que tomaron que no pasó desapercibida para los tributaristas. Durante estos años de la gestión de Ceriani, el dinero que entraba a la empresa como subsidios no estaba en la columna donde se financian todas las compañías estatales. De hecho, la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC) consignó en su último informe que en 2022 no hubo ejecución de subsidios, “ya que la asistencia financiera a Aerolíneas Argentinas se registraba como un aporte de capital”. En otras palabras, más allá de que el dinero era para subsidios, el concepto que se usó fue que el socio (el Estado) capitalizaba la compañía.
Esa forma no fue caprichosa. Por un lado, escondía un ítem de compensaciones al sector privado en aquellos años en que el Fondo Monetario Internacional (FMI) miraba con cuidado las cuentas argentinas; por otro lado, inflaba el concepto de inversión financiera. Ni una ni otra eran genuinas; se trataba de subsidios camuflados.
La innovación contable podría haber sido cuestionada por una eventual gestión de otro Gobierno y llevar a los directores a tener alguna responsabilidad posterior. Entonces, en el último tiempo, se decidió que en la curva descendente de la administración del presidente Alberto Fernández se regrese a la fórmula clásica. De hecho, en el relevamiento de ejecución presupuestaria que realiza la OPC ya se puede ver que, hasta octubre, la empresa recibió subsidios por 40.500 millones de pesos, algo así como 115 millones de dólares al tipo de cambio oficial.
“Hay que reconocer que hay alivio. Aunque las empresas públicas tienen casi una estabilidad similar a la planta del Estado, había temor. De hecho, como muchas son sociedades anónimas, como Aysa o Aerolíneas Argentinas, bien se podría achicar el plantel de acuerdo a la ley laboral vigente. Pero es imposible despedir a un empleado ferroviario, bancario, de obras sanitarias o aerocomercial, por ejemplo. Igualmente, pese a esta situación de hecho, ahora están todos tranquilos. O mejor dicho, más tranquilos que hasta hace pocos días”, se sinceraba un ejecutivo de un banco público.
De acuerdo con datos del Indec, entre todas las empresas públicas trabajan 110.764 empleados. El principal empleador es el ferrocarril: entre todas las compañías (Administración de Infraestructuras Ferroviarias; Belgrano Cargas y Logística; Desarrollo de Capital Humano Ferroviario; Ferrocarriles Argentinos; Operadora Ferroviaria y Playas Ferroviarias de Buenos Aires) suman 30.500 trabajadores, mientras que el Banco Nación cuenta con 17.865. El podio se completa con el Correo Argentino, con 17.016 trabajadores.
Ese universo, nada menor, estaba a la expectativa. Pero, según se percibe en los pasillos de estas empresas, hay confianza de que nada cambie demasiado, ni siquiera con Milei de presidente. Muchos dirigentes gremiales ya no tienen la premura que exhibieron semanas atrás, cuando quemaban la punta de los corchos, útiles y baratos, a la hora de pintarse la mejilla y pasar a la resistencia.
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