Fernando Navajas: “Este Gobierno está armando una balsa para llegar a las elecciones”
Es licenciado en Economía (UNLP) y doctor por la Universidad de Oxford (Reino Unido); fue economista senior de la CEPAL y hoy trabaja como economista jefe de FIEL; es profesor del departamento de economía de la UBA, miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias Económicas
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“Es un esquema que está sacado del manual del cepo cambiario”, dice Fernando Navajas, economista jefe de FIEL, al referirse al conjunto de medidas planteadas por el ministro de Economía, Sergio Massa. Según el analista, la urgencia por la falta de divisas motivó un modelo que incrementa el endeudamiento y no resuelve los problemas de fondo. “Este Gobierno está armando una balsa para llegar a las elecciones”, afirmó en diálogo con LA NACION, y advirtió sobre los riesgos inflacionarios y el estancamiento de la actividad para 2023.
–¿Por qué se dio esta baja en la cotización de los dólares paralelos y en la brecha? ¿Es sostenible?
–Es un efecto de liquidez de corto plazo. Dólares para hoy, deuda para mañana. Los dólares que entran a un precio más alto por el ‘dólar soja’ se balancean en parte con dólares que salen a un precio más bajo, con pérdida para el Banco Central. La diferencia, o acumulación neta de reservas, va contra deuda pública, porque se cubre con emisión que debe ser esterilizada a un costo elevado, dado que la demanda de pesos no cambia. Este es un esquema que está sacado del manual del cepo cambiario y que busca hacer sostenible un modelo que tiene que convivir con una brecha muy alta, que se debe, según mi diagnóstico, a que “faltan” dólares. Así como cuando se decía, hace 15 años, que “faltaba energía” sin mirar los precios y luego se flexibilizaron los precios, acá también se arman planes a medida, porque faltan dólares. Bajo esta orientación, el esquema aspira a conseguir dólares de exportadores para sostenerse y dólares financieros de afuera. Esto genera un reclamo de otros sectores, que también quieren venderle dólares al Banco Central a $200 para luego comprarle dólares a $140 para importar insumos o bienes intermedios.
–¿Qué impacto tiene eso?
–Desde el punto de vista fiscal es un esquema oneroso, inferior a un desdoblamiento simple o múltiple, que pondría más arriba al dólar de importaciones. Este otro esquema no puede ser adoptado, más allá de que implica una devaluación que se quiere evitar, porque para que el dólar de importaciones vaya arriba y más cerca del dólar libre se requiere estabilidad, y eso no se puede lograr sin reservas y con un desequilibrio fiscal y financiero y con deuda como tenemos ahora. Y si no se puede sostener, se puede transformar en la antesala de una espiralización del tipo de cambio y de los precios. En conclusión: vamos al “aguante cepo, aguante”, con este mecanismo.
–En el Gobierno se entusiasman con un crecimiento del 4% este año… ¿Es posible?
–Sí, condicionado a que el aguante anterior se materialice. Pero también existe una probabilidad alta de que ocurra un resbalón o una desaceleración. El tema de la dinámica de actividad en 2022 es algo paradójico y lo vemos, por ejemplo, en los datos de la industria. Que hoy uno no sepa bien dónde va a estar la actividad en pocos meses es equivalente a decir que las “señales” vienen con ruido, o no reflejan los supuestos que uno podría haber tenido hace unos meses. El signo más importante, para mí, es la ausencia de evidencia de desaceleración visible de la actividad en medio de una aceleración inflacionaria. Este fenómeno no es solo argentino, y ha llevado a dilatar la decisión de una suba de tasas afuera, para terminar de entender por qué se da el empuje aún en medio de semejantes shocks de oferta. La salida de la pandemia, con represión en el consumo de servicios, es un candidato a agregarse a la dinámica y, en el caso argentino, la fuga a bienes es otro.
–¿Qué consecuencias habrá de no cumplir las metas del acuerdo con el FMI del segundo trimestre? ¿Qué rol tendrá el Fondo en este escenario?
–Si el contexto es como el actual, poco y nada, me temo. Es la respuesta a ambas preguntas. El rol del Fondo va a ser el de encarrilar la transición a las elecciones. Será interesante ver qué actitud tomará si el contexto es más disruptivo para la macro, es decir, si hay un salto devaluatorio, porque el manual del cepo sostenible fracasa.
–Hace algunos meses, los pronósticos de inflación de tres dígitos eran casi distópicos, y hoy el promedio mensual ronda el 7%. ¿Hay motivos para que baje?
-La inflación está cómodamente en tres dígitos y hoy luce que eso se va a repetir en 2023. Yo fui uno de los primeros en hablar de tres dígitos diciendo que había un nuevo escalón de 6% mensual de inflación desde marzo, que estaba operando por impulsos adicionales a los fundamentales de déficit y emisión. Es decir, iba más allá del déficit, el plan platita y la emisión, si bien estos eran los principales factores subyacentes. Esto se consolidó con el correr de las semanas y los meses y ahora la inercia inflacionaria se ha consolidado. La pregunta es si el plan Massa puede hacernos volver al escalón del 4% mensual, que estaba definido desde mediados de 2018 y hasta marzo pasado, con momentos de baja transitoria debido a la pandemia y a la política de anclaje de la devaluación que, de modo insostenible, se hizo en 2021, y que en parte desencadenó lo que tenemos hoy. Y la respuesta es que luce que no puede.
–¿Por qué?
–Porque para ello se requiere un programa de consolidación fiscal y un control monetario más estricto y creíble; hoy eso no está disponible. Más bien, lo que puede evitar el plan Massa, si logra aguantar, es que haya una espiralización de precios, salarios y tipo de cambio, lo cual no es poco. Desde comienzos de julio estamos caminando por el umbral de esa espiral. Trabajos muy recientes en el Reino Unido sobre los efectos de los precios de la energía en la dinámica inflacionaria (un tema tabú acá), que usan una base de datos de 100 años, han encontrado evidencia de que la espiral salarios-precios a ellos se les dispara en el intervalo del 6 al 8% anual. Es una “espiralcita” para nuestros estándares. Nosotros estamos frente a una espiral más grande, corriendo a esa velocidad, pero por mes.
–¿A eso se refería cuando habló del riesgo de una “disrupción nominal”, en una entrevista hace un tiempo en LA NACION?
–En parte sí, pero, en realidad, me refería a algo más grave, que se relaciona con una pérdida de anclas nominales y con una suba o salto del tipo de cambio y una retracción de la demanda de dinero. Los condimentos para que esto ocurra no han desaparecido, pero hoy el plan Massa ha logrado surfear esta ola en el corto plazo. Lo ha hecho porque han provocado un cambio en algo vinculado con el nombre de un libro del BID de hace unos años: La política de las políticas públicas. Curiosamente, o no tanto, el título en inglés era The Politics of Policy, pero en español no tenemos esa flexibilidad de términos y usamos la misma palabra para dos cosas muy distintas. El plan Massa cambió los condicionantes políticos para hacer lo que a Martín Guzmán no lo dejaban hacer (bajar subsidios) o Silvina Batakis no podía implementar (ajuste de caja). Este efecto de estabilización de corto plazo tiene en contra dos cosas muy importantes, vinculadas entre sí, con miras a 2023. Por un lado, la existencia de desequilibrios acumulados que lucen insalvables y, por el otro, el agravamiento del contexto político en un año electoral signado, además, por el juicio a la vicepresidenta.
–El Gobierno avanzó en una segmentación de las tarifas. ¿Puede funcionar? ¿Alcanza?
–Yo usé la frase del “naufragio del populismo tarifario”, porque en un trabajo de hace tiempo asimilé esto a una operación de abandono de un “Titanic”, con la asignación de los botes salvavidas al final de un experimento que resultaba insostenible. Eso es algo que no alcanzamos a ver en el ciclo que terminó en 2015, pero lo estamos viendo ahora, porque fueron tan necios y acríticos como para repetir la misma historia de atraso tarifario, y ahora hay que evacuar el barco en medio de una tormenta internacional en el precio de la energía. Este es un año bisagra. Entre el comienzo y el final de 2022, la política tarifaria dio un giro sorprendente, contra el diagnóstico y la voluntad de la coalición de gobierno y el autobloqueo insensato que llevaron adelante desde diciembre de 2019. Vimos, primero, la entrada en acción de una indexación respecto al salario del año anterior, junto al inicio de un anuncio de segmentación en tres grupos de hogares. Luego, otra vuelta más acelerada de dicha segmentación, usando niveles de consumo para definir la pérdida de subsidios por encima de esos niveles. Más recientemente, la pérdida de subsidios para todo el comercio, que en electricidad equivale a un 60% de todo el consumo residencial. Estos cambios se van a producir en cuotas y en un período lo suficientemente lejano del invierno y del verano, como para que entren sin golpear los bolsillos. Es como subir el precio de las bufandas en enero. Ahora bien, este panorama se va a complicar en 2023.
–¿Por qué?
–Porque se viene de un atraso que se vuelve irremontable, dado el contexto externo y la devaluación doméstica. Con los precios de la energía que nos va a dejar la debacle energética europea, en 2023 vamos a volver a experimentar una suba en dólares de ese costo. A esto se va a agregar el efecto de la devaluación que ya va a una velocidad elevada. En suma, no alcanza con definir quitas de subsidios en la foto, también hay que ver cómo sigue la película, es decir, la indexación. Las cuentas sugieren que se requieren subas en 2023 que van a chocar con las restricciones políticas del año electoral. El primer cimbronazo se va a sentir cuando las facturas de electricidad de fin del verano aparezcan en escena, en pleno arranque de campaña. Para cuando se dibujen los aumentos de gas en el otoño, el esquema de quita de subsidios va a suspenderse. Si no fuera así, eso implica que este gobierno le haría un gran favor al que viene y me cuesta creer, eso excepto que surja una cooperación inédita entre Gobierno y oposición. Este gobierno está armando una balsa para llegar a las elecciones y le va a dejar una balsa al próximo gobierno.
–¿Y cómo se puede resolver este escenario?
–Con reformas; no hay otra salida. Se requiere una gran coalición que las defina, las implemente y arregle las compensaciones necesarias, que impulse sectores en los cuales la tecnología pega fuerte y que vaya por un plan para absorber mano de obra en el sector servicios, junto con una modernización y una desregulación importante; es una de las líneas que la pospandemia nos sugiere. Ahora, si me preguntan cómo armar esa gran coalición, respondo que hasta aquí llegué. Pero esta reflexión deja dos cosas. La primera es que, si no hay una gran coalición bajo un liderazgo firme, no va a haber un cambio. La segunda es que se necesita un equipo muy numeroso y diverso para armar ese programa, que tiene que pensar “out of the box” y con gran integración de gente que piense en código de reforma estructural amplia, que articule una visión de conjunto con cambios institucionales y que no caiga en intentos de reformas paramétricas, que cambian instrumentos sin cambiar instituciones. Si esto se logra, me voy a poner muy optimista.
-Usted suele hablar de la ‘economía de los subsidios’ como problema en la Argentina. ¿Qué implica y que consecuencias tuvo en términos económicos y culturales?
-Todas las economías requieren algún tipo de subsidios a hogares, empresas y sectores o regiones, sea por razones distributivas o por externalidades o para la provisión más justa y equitativa de bienes públicos y sociales. No hay nada en la teoría económica moderna que diga que eso no debe existir y solo los que se comportan como fanáticos pueden negarlo. Los ejemplos en todas las economías del mundo abundan. Ahora, una cosa es aceptar esto y otro es socavar la aspiración a ser una economía de alto rendimiento y productividad basada en incentivos y mercados en buen funcionamiento, lo que incluye, en primer lugar, la integración al mundo y al comercio internacional. El problema de la economía de subsidios es que se inscribe en algo más general que es la economía de la cultura de suma cero, en donde se piensa en pelear porciones de una torta que no crece, más bien se contrae. Eso no solo se aplica a los “planeros”, sino que es un fenómeno más amplio e involucra también a gente muy productiva, incluyendo desde luego sindicatos y empresas que se sesgan por conveniencia a jugar ese juego de transferencias. En el caso de los segmentos más “modernos” tiene, además, un gran componente de “free riding” respecto al resto de la sociedad, que se vincula en parte al riesgo de expropiación que el intervencionismo económico les muestra del otro lado. En definitiva, la sociedad no se vuelve “dual” solo por los planeros, que uno puede verlos cómo víctimas de una estructura económica y social que no ofrece empleo y margina a través de la informalidad o el pseudo empleo público no productivo. Se vuelve dual además por el comportamiento oportunista y alejado de la acción colectiva o en favor del bien común de los segmentos “avanzados”. En perspectiva, se trata de un “fracaso del colectivo”, como lo bautizó Enrique Bour en un paper de hace casi cuatro décadas.
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