Felicidad, paciencia y confianza: la Argentina en los rankings mundiales
Desde que las exageraciones de la capacidad racional del Homo Economicus se pusieron en duda, emergió una cantidad de ejercicios que expusieron los interminables errores de juicio de nuestra especie. Estas pruebas comenzaron tanteando las actitudes de un grupo limitado de gente (en general, alumnos universitarios), pero hoy se está expandiendo rápidamente a todo el mundo, creando una nueva industria del conocimiento humano.
Cada vez más y más organizaciones realizan encuestas para comprender los pensamientos, las creencias y los sentimientos del Homo Sapiens en el mundo. A las encuestadoras tradicionales de amplio alcance como Gallup o Latinobarómetro, se sumaron iniciativas destinadas a entender aspectos específicos de la conducta humana, como World Values Survey, el Social Progress Index y el Legatum.
El World Happiness Report (WHR) se dedica a estudiar la felicidad de las personas. Esta medición subjetiva es un complemento importante de los indicadores de bienestar objetivos de la economía tradicional, como el ingreso per cápita. De poco sirve que las personas se garanticen la materialidad económica si con ello no logran una vida que se sienta más feliz.
Las encuestas demuestran que la asociación y la disociación entre ingresos y felicidad se puede extender a países enteros. A veces, la plata no hace la felicidad. Sociedades cuya economía crece quizá lo hacen a costa de alimentar crecientes inequidades en la distribución de su riqueza, o de provocar la contaminación de sus recursos naturales. O, tal vez, simplemente la economía no logró combinar desarrollo con una suficiente cohesión social, siendo que el buen vínculo con otros es necesario para disfrutar de una buena vida. El ser humano, aunque rico y saludable, no es feliz en soledad.
En los últimos años el WHR se convirtió en una referencia de estos estudios. De acuerdo a este índice los países más felices del mundo son, en parte, los sospechosos de siempre. Finlandia, Dinamarca, Islandia y Suiza gozan de un alto poder adquisitivo, estabilidad económica, seguridad social y un buen vínculo ciudadano. Y aunque sufren un clima bastante hostil, también comparten bellos paisajes. Pero hay casos que llaman la atención. Uno es la aparición de Israel en el noveno puesto, con un buen pasar económico, pero también con constantes conflictos. Sorprende la ausencia de algunos países desarrollados entre los primeros puestos. Estados Unidos se ubica en el puesto 16, Japón en el 54, y Rusia (hoy quizá no tan rico) se sitúa en el 80. Evidentemente, el acceso a bienes y tecnología no es suficiente para alcanzar la felicidad plena.
La Argentina se ubicó este año en el puesto 57 entre los 146 países relevados. La situación es buena teniendo en cuenta el nivel de PBI y el clima económico y social reinante, aunque representa una caída de 10 posiciones respecto de 2021.
Las preguntas sobre la felicidad son directas, pero eso no las hace necesariamente poco confiables. La gente suele distinguir un sentimiento circunstancial de un estado más duradero de felicidad. Personas que sufren de una enfermedad grave y están por morir podrían mostrarse enojadas con su vida, pero quizá fueron felices en el pasado. Algo parecido sucede si una persona está feliz, pero sumida en la pobreza, sin aspiraciones o, incluso, acostumbrada a los malos tratos de los demás o restringida en sus libertades.
Ahora bien, ¿por qué algunos países son felices y otros no? Las respuestas no siempre se corresponden con la intuición general. Un clima cálido, con sol y playa, no siempre contribuye a la felicidad (esta era la percepción cuando los primeros datos sugerían que Brasil era más feliz que rico). Costa Rica tiene un alto ranking de felicidad en comparación con su nivel económico, pero no tanto por sus playas y buen clima, no demasiado diferentes de los de sus menos felices países vecinos, sino por su mayor integración social. La religión, en cambio, sí parece jugar un papel predominante, y creer en Dios en un gran predictor de la felicidad. Además, las actividades de voluntariado reportan felicidad gracias a los vínculos sociales que generan.
En un país juega un rol relevante el grado de tolerancia a las desigualdades económicas. En general, un país más unido es menos propenso a las inequidades y no se acepta, por ejemplo, que un semejante sea pobre. A contramano, las desigualdades económicas tienden a justificarse si los que la sufren son “distintos”: el otro merece menos si tiene otra nacionalidad, o si no comparte la cultura del trabajo.
Una iniciativa reciente es la Encuesta Global de Preferencias del Briq Institute, que intenta medir la paciencia de una sociedad, cuán arriesgadas son sus decisiones y qué grado de altruismo y de confianza observan. Estas variables suelen asociarse con el desarrollo económico. Los países más pacientes son los más desarrollados (los top 3 son Suecia, Países Bajos y Estados Unidos), mientras que los más pobres de África y de América Latina ocupan las últimas posiciones.
La Argentina, con la posición 52 de 74, revela una impaciencia elevada. Este resultado se asocia con las estimaciones de la “propensión a consumir” del país, que mide cuánto de los aumentos en el ingreso se dedican gastar (y no a ahorrar). Datos desde 1980 hasta la fecha indican que la propensión en la Argentina es la más alta del mundo: cada aumento del ingreso de 100 aumenta el consumo en… ¡120! En comparación, países del sudeste asiático como Corea del Sur, Indonesia o Tailandia dedican al gasto menos de 30. ¿Qué hay del altruismo y la confianza? La encuesta no parece confirmar una relación entre estas variables y la riqueza económica: los más confiados son Egipto y China, y los desarrollados aparecen recién a mitad de tabla. La Argentina aparece como una sociedad bastante desconfiada, en el puesto 63 de 76 países.
El economista argentino Ricardo Pérez Truglia es doctor en Harvard y Profesor en la Universidad de California (UCLA), y sus trabajos en Economía del Comportamiento se publicaron en prestigiosos journals. Consultado por LA NACION sobre esta moda señala: “Cuando veo estas nuevas tendencias me viene a la cabeza la temporada 1, episodio 1 de la Economía: en 1776 Adam Smith publica La riqueza de las naciones y nace la disciplina. Una pregunta central en el libro es por qué algunos países son más desarrollados que otros. Ya pasaron 246 temporadas y todavía no tenemos una respuesta satisfactoria. ¿Son las instituciones? ¿La cultura? ¿La suerte? En la medida en que estas encuestas permitan una mejor medición de la cultura e instituciones, van a abrir nuevos caminos para explorar”.
Si bien las metodologías de las encuestas mejoraron rápidamente, su aparición tardó bastante. “En este momento, la principal limitación es el costo. Hacer una encuesta que sea representativa para muchos países alrededor del mundo puede costar mucho dinero (arriba de un millón de dólares), y por esa razón hay muy pocos académicos con un presupuesto suficiente”, señala.
Una de las quimeras de algunos modelos económicos es diseñar un individuo representativo. ¿Van estas encuestas en esta dirección? Pérez Truglia no está seguro: “Definitivamente, la ventaja de estas encuestas es entender mejor la heterogeneidad tanto entre países como entre individuos dentro de un mismo país. Hay un artículo de 2017 de Romain Wacziarg y coautores en el American Economic Review, titulado Cultura, etnia y diversidad. Usando datos de la Encuesta de Valores Globales, muestran que hay una gran diversidad dentro de los países, no solo entre países. Si se toman dos argentinos al azar, por ejemplo ¿cuál es la probabilidad de que tengan los mismos valores, como creer en Dios o en la importancia de esforzarse en el trabajo? El punto es que si se seleccionan al azar un argentino y un brasileño, al contrario de lo que muchos piensan, las probabilidades son bastante parecidas. Hay tanta diversidad dentro de la Argentina como la que hay entre distintos países latinoamericanos.”
Respecto del futuro, Perez Truglia considera importante democratizar el proceso de encuestas para mejorar las investigaciones y neutralizar las interpretaciones discriminatorias o estereotipadas. “Dado que pocos tienen financiamiento para estas encuestas, sería conveniente que permitan a otros investigadores realizar propuestas. El Panel Socio-Economic alemán ya lo hace: es una encuesta muy extensa donde los organizadores le permiten a investigadores de alrededor del mundo plantear preguntas. Luego eligen las más interesantes y las incorporan.”
Finalmente, no puede descartarse que pronto los propios institutos de estadística oficiales comiencen a realizar estas encuestas y, eventualmente, a publicar los resultados. “Estas encuestas generalmente son financiadas por organismos científicos oficiales, así que indirectamente los gobiernos ya están contribuyendo a estas estadísticas”, concluye.
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