Federico Moll: “Venga el que venga, cuesta no pensar en una recesión significativa en 2024”
Es licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires (UBA), donde también cursó la maestría; en 2017 fue ganador del premio anual de investigación Dr. Raúl Prebisch, que entrega el Banco Central; es profesor en la UBA y la Untref; actualmente se desempeña como director de Investigación Económica en Ecolatina
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“Es una situación que ya hemos vivido”, afirma Federico Moll, director de la consultora Ecolatina, al analizar la dinámica macroeconómica argentina. El economista enumera los factores (cepo, brecha cambiaria, alta inflación) que conforman un escenario semejante al de una década atrás, y advierte por los efectos recesivos de corto plazo que implicará resolver los “desequilibrios” acumulados. “Por ahí no ocurrió con estos condimentos, pero es volver al ciclo pasado en algunos sectores. Suele decirse que este es el cuarto kirchnerismo, y condimentos no faltan”, dice el economista en diálogo con LA NACION.
–¿Por qué habla de volver al ciclo pasado?
–Es un contexto en el cual tenés represión financiera, cepo y una brecha elevada, un esquema de incentivos macroeconómicos muy mal alineados, que llevan a situaciones de desabastecimiento, la mal llamada falta de dólares y un techo al nivel de actividad que es muy marcado. De hecho, si pensamos cuál fue el PBI per cápita más alto que tuvimos, deberíamos irnos a la noche previa a la imposición del cepo. A partir de ahí, declina y la situación actual un poco reafirma esto. Con cepo no se crece. Y al pensar los motivos por los que se impone un cepo de estas características, creo tiene que ver con la dinámica política.
–¿A qué se refiere?
–En la Argentina, la inflación tiende a ser un promedio ponderado entre lo que pasa con el tipo de cambio y los salarios, y tiende a moverse entre la devaluación y los aumentos salariales. Esto implica que vos podés ganar competitividad o aumentar los salarios reales, una de las dos cosas, no las dos. Y cuando rige la lógica política, es razonable que se aprecie de forma significativa el tipo de cambio real en época de elecciones, acumulando desequilibrios que en algún momento vamos a tener que pagar. Lo vimos en 2011, cuando el desequilibrio se saldó, entre comillas, con el cepo; lo vimos en 2013, con la devaluación de 2014; tuviste una apreciación marcada en 2015 y de forma muy marcada en 2021. Esto cambia la dinámica económica y la hace muy sensible a la dinámica política: si sentís que no estás en condiciones de ganar una elección, apreciá el tipo de cambio mucho, que es popular hacerlo, y el mañana no importa tanto. La bomba te la quedas vos a veces, como pasa ahora, o se la queda el que viene, como le pasó a Cambiemos. Lo mismo podemos pensar en términos de tarifas: congelamos y acumulamos desequilibrios que son muy relevantes y muy difíciles de saldar.
–¿Cómo observa la situación hoy?
–Pensando para adelante, la cantidad de desequilibrios acumulados a lo largo de los últimos años es tan grande, y la solución de cada uno es recesiva o significativamente recesiva o con impacto en el nivel de actividad, que para adelante es difícil ser optimista, venga el que venga. Cuesta no pensar en una recesión de magnitud significativa. Después vemos las velocidades, pero tenés que liberar el tipo de cambio, hay que aumentar tarifas, tenés que tener una tasa de interés real positiva, tenés que abrir la economía. Y este tipo de condimentos, si bien son expansivos en el mediano plazo, en el corto probablemente tengan un impacto. Y en un contexto donde no pudiste hacer esos cambios en 2016, con un nivel de pobreza de 25%, hacerlo con una pobreza del 40% es aún más complejo. Si no los hacés, tenés el riesgo de mirarte en el espejo 10 años para adelante y encontrarte con pobreza más alta y desequilibrios más profundos todavía. En algún momento hay que encararlo y para eso necesitás fuerza política que difícilmente tenga el gobierno que venga.
–¿Cuál es su análisis de por qué no se pudo avanzar con esa agenda en 2016?
–El gobierno entendía que desde lo político partía de una situación de debilidad, que tenía que, de alguna forma, contentar a todos y que al mismo tiempo sabía que iba a tener tiempo, o intuía que iba a tener financiamiento, y sabía (o creía) que iba a haber inversiones relevantes simplemente por el cambio de régimen, y eso se dio hasta cierto punto. Después, a partir de 2018, la dinámica se dio vuelta. Para adelante, creo que ya saben que no van a tener la fuerza política para hacer este tipo de cambio de un día para el otro, y saben que no hay demasiado tiempo, que el financiamiento no va a llegar y que de alguna forma las elasticidades entre inversión, creación de empleo y cambio de régimen son ahora incluso más chicas de lo que fueron en 2016. Porque si me prometés que vas a reducir impuestos, que vas a liberar el comercio exterior e implementar políticas que vayan todas en esa dirección, yo como agente económico no te creo hasta no ver que hay resultados, porque ya lo vivimos, porque ya hubo un proceso de reducción de impuestos que fue abortado no bien cambió el gobierno, y qué me haría pensar que no va a volver a suceder. La botonera de alguna forma se rompió y, cuando apretás un botón, no hay certezas ni garantías de que los cambios ocurran. Es un círculo vicioso. Se estructuró un esquema de incentivos particular que es costoso, porque todas estas cosas son costosas: liberar el mercado de cambios, liberar el comercio exterior, aumentar la tasa de interés o tener una política monetaria más consistente es costoso en el corto plazo, y no voy a tener resultados positivos, probablemente sea razonable pensar en ese esquema que desde un punto de vista político no vaya a haber continuidad.
–¿Cómo ve la nueva gestión al frente de Economía?
–Es complejo saber cuál es la agenda de Massa. Entendemos desde lo discursivo que hay una búsqueda de cerrar la brecha fiscal, de cumplir con lo pautado con el FMI, que esto implica necesariamente un ajuste en términos reales de los vineles de gasto, pero todo esto se dijo más de una vez. Hasta no verlo plasmado, es difícil, y más difícil aún es pensar que esto se vaya a sostener en 2023, en un año de elecciones, cuando Massa tiene un incentivo desde lo político a acumular desequilibrios en pos de aumentar su capital político. En este contexto, puedo creer que está haciendo un ajuste, puedo ver los números y ver que es un ajuste, pero no me queda claro qué pasa para adelante. En ese esquema, los efectos positivos que pueda llegar a generar un plan de estabilización, si así queremos llamarlo a esto, son mucho más acotados. Los agentes económicos necesitan tener algún tipo de previsibilidad, y Massa hoy no da eso. El intento de que hoy está yendo en una dirección no quiere decir que vaya a ir en una misma dirección, y eso todo el mundo lo sabe. Massa no tiene credibilidad para afirmar que va a mantener un rumbo hasta el final del mandato, y un plan de estabilización requiere convencer a los agentes de que hay un rumbo y que el conjunto de políticas se va a sostener en el tiempo. Ningún plan es exitoso si no logra convencer a los agentes de que el resto de los agentes se convenció. Si no te creo, ni creo que el resto de la gente te cree, yo no voy a cambiar.
–Habló antes de la “mal llamada falta de dólares”. ¿Por qué mal llamada?
–Porque faltan dólares a este tipo de cambio, en este contexto, con estas expectativas y en este marco de incentivos. Modificá el tipo de cambio y la tasa de interés, y generá un esquema de incentivos que aumente la oferta, y no van a faltar dólares. La Argentina es uno de los países más cerrados, que menos exportan, y es uno de los países más dolarizados, donde la demanda de divisas tiene objetivos relacionados con el ahorro. Esto no sucede en otros países. Pensar que el problema es que faltan dólares de alguna forma es creer que tenemos una maldición sobre nuestros hombros que no nos podemos sacar. Y lo que tenemos son malas políticas económicas que incentivan la demanda de dólares y desincentivan la oferta. La Argentina podría exportar muchísimo más de lo que exporta, y para eso también necesita importar muchísimo más, y eso requiere un cambio de estructura productiva, que también es costoso en el corto plazo.
–¿Por qué?
–Para poder abrirse al mundo, necesitás especializar tu producción en aquello que hacés bien a un nivel de costos similar al del resto del mundo, en lo que sí podés competir. Ningún país del mundo en el cual queramos vivir hace sus propias zapatillas, nosotros sí. Hemos alocado muchos recursos en la producción de bienes que muchos otros países hacen mucho más baratos que nosotros. No hace tanto tiempo, el dueño de una fábrica de pelotas en el interior decía que, sin importar el tipo de cambio, no podía competir contra la producción china. Tenemos capital y mano de obra asignada a la producción de un bien que no importa a qué tipo de cambio y con qué esquema de impuestos, no vamos a poder hacer en competencia con el resto del mundo. Desarmar una estructura como esa va a tener externalidades positivas, porque permitirá que recursos se vuelquen a producir donde sí somos competitivos, con salarios más altos, con niveles de precio más acotado. Vamos a poder importar pelotas más baratas, pero eso requiere reasignar recursos y no es instantáneo.
–¿Cuál es el aspecto negativo?
–Lleva tiempo y mucha gente pierde en algunos casos. Si esa fábrica desaparece, van a perder ingresos y quizá tengan que trabajar en un quiosco, pero en el agregado vamos a ganar. En el caso de los neumáticos, que hoy está en conflicto, desconozco si en condiciones de libre competencia podrían exportar su producción. Hoy están en una situación de mucho poder porque son unos pocos los que tienen capacidad de producir un bien que por razones políticas no se importa desde otros países. ¿Qué pasaría si abriéramos la importación? Probablemente ellos pierdan mucho. Y esas tensiones, en una situación de debilidad política y mucha pobreza, son difíciles de saltar. Y volvemos a que difícilmente podamos hacer lo que hay que hacer por los costos recesivos de corto plazo.
–¿Y qué motivos tiene para ser optimista?
–Hay tantas trabas que hacen a la productividad, pasamos tanto tiempo discutiendo cuestiones burocráticas o incluso llevando comportamientos defensivos ante el contexto, que me imagino qué pasaría si pudiéramos dedicar todos esos recursos a mejorar procesos y aumentar la productividad. ¿Qué pasaría si una empresa grande no estuviera todo el tiempo pensando qué precio ponerles a sus productos y pudiera enfocarse en mejorar la productividad, en tener una cartera de productos un poco más completa y en mejorar procesos? Eso termina siendo al fin y al cabo una oportunidad desaprovechada por parte de las empresas y lo mismo el consumidor. Imagino cómo sería la Argentina si no hubiera inflación. Podríamos asignar recursos mejor y eso es más PBI. Un consumidor hoy no sabe qué comprar, es imposible ser eficiente siendo consumidor en la Argentina, y es imposible ser eficiente siendo productor. No importa cuánta espalda tengas o cuán fuerte seas: poner un precio óptimo hoy es poco menos que imposible, elegir qué consumir es imposible, y eso se da por efecto de la inflación. Y ni te hablo de un montón de otras trabas. Reducir la inflación debería tener un efecto expansivo muy grande.
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