Fantasmas incontenibles amenazan a Alberto Fernández y Cristina Kirchner en el peor momento
Massa prepara medidas de emergencia; el juego incomprensible de Máximo Kirchner para que se cumplan los peores miedos de su madre; un grupo selecto le advirtió al ministro sobre un posible accidente macroeconómico y el temor a la devaluación
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Sergio Massa revisa los informes que le envía Gabriel Rubinstein casi con la misma frecuencia con la que chequea su celular. El ministro de Economía sabe que de ellos depende su futuro al frente del Palacio de Hacienda.
Hay uno que le causa una inquietud particular. Es el que está relacionado con el seguimiento, minuto a minuto, del efecto de la sequía sobre el campo, principal productor de dólares. El viceministro se encarga de traducir a términos amables la información técnica que proviene del INTA. Más allá de sus esfuerzos, sus documentos anticipan un devenir enrevesado.
La falta de lluvias costó US$9600 millones hasta ahora, pero para tener una referencia precisa del quebranto, siempre según la documentación que circula en el poder, habría que esperar al menos otra semana. Es toda una ironía. Los resultados que obtengan Alberto Fernández y Cristina Kirchner en su punto más débil, la llegada de dólares, dependerán más que nunca de la ola de calor antes que de la gestión de Sergio Massa.
Se trata de un entuerto que terminará de resolverse en los próximos siete días. Es comprensible, entonces, la ansiedad del ministro por leer informes internos y la celebración en el quinto piso del Palacio de Hacienda el miércoles pasado al mediodía, cuando comenzó a llover en algunas regiones de la zona central del país.
El Frente de Todos se encamina a enfrentar los kilómetros más duros de la carrera electoral en un contexto adverso que lo vuelve menos competitivo. Es una profecía informada y aceptada a un lado y al otro de la grieta que surge de los números.
Sobrevuela Casa de Gobierno un acuerdo tácito. Massa intentará estirar al máximo la definición con respecto a una posible candidatura presidencial, pero el límite es mayo próximo. Lo mismo corre para Alberto Fernández.
En el caso del ministro, la decisión, además, está atada a los resultados que obtenga en el manejo de la inflación, un terreno donde los resultados están lejos de los esperados. Claro que hay mucho más en juego que su propia candidatura.
La foto de noviembre pasado dice hoy mucho más que en aquel momento. Massa había invitado a los senadores kirchneristas a comer un asado en la terraza del Ministerio de Economía. Tomó con ellos el único compromiso que no podía esquivar: le dedicaría toda su energía a bajar la inflación, de manera que las candidaturas de sus comensales se volvieran cada vez más competitivas de cara a los comicios de este año. Esa promesa está hoy en el casillero de las cosas incumplidas.
Los precios arman una telaraña. Pese a que es visible, ningún político parece estar en condiciones de esquivarla. Mauricio Macri, por ejemplo, dijo una vez que “si la inflación no baja, es culpa mía”, y Horacio Rodríguez Larreta agregó a esta saga de premoniciones peligrosas un contundente “lo garantizo, voy a bajar la inflación”, a mediados de la semana pasada.
Por suerte para ambos, no son ellos, sino Alberto Fernández, Cristina Kirchner y el propio Massa quienes deben ahora rendir cuentas sobre esa bolilla.
La inflación de febrero golpeó a Massa, que ya sabía el número con anterioridad, al igual que el Presidente. El ministro reunió dos veces a su equipo ese día. En su oficina, les dijo a Rubinstein, Leonardo Madcur (jefe de Gabinete) y Matías Tombolini (secretario de Comercio) que había que poner la cara y explicar el traspié. No fue, de todas maneras, la reunión más importante de la semana.
Jueves por la mañana. Todos llegaron temprano. Massa juntó a Rubinstein, Lisandro Cleri (Banco Central), Madcur, Eduardo Setti (Finanzas), Guillermo Michel (Aduana), Ricardo Casal (Legal y Técnica), Raúl Rigo (Hacienda) y Marco Lavagna (Indec) para avanzar en un paquete de medidas que se anunciará en los próximos días. La fecha tentativa es la semana próxima, a la vuelta del viaje que Massa inició anteayer a Panamá.
El equipo económico trabaja en un conjunto de decisiones que apunten al mismo tiempo a moderar la suba de precios y a cumplir con el acuerdo con el FMI. Todavía no están definidas las medidas, ni tienen el visto bueno de Cristina Kirchner. En principio, le darían un rol aún más preponderante al Banco Central en la carrera para sacar pesos de la calle.
El Gobierno descuenta una penalización electoral importante por la suba de precios mientras convive con un establishment que ya comenzó a bajarle la persiana a la fórmula Alberto Fernández/Cristina Kirchner. Más que una expresión de deseos, es la decodificación que hacen del mensaje que creen escuchar de algunas autoridades.
Un grupo de inversores extranjeros visitó días atrás a Rubinstein. El número dos de Massa es una persona estimada por algunos sectores empresarios. Le reconocen conocimiento técnico y buenas intenciones. Se llevaron palabras realistas, pero desoladoras.
Después de la conversación, llegaron a una conclusión propia. El Gobierno transitará los próximos meses con el objetivo asumido de evitar una devaluación. O, como lo llaman, un salto discreto. Convalidar un salto del tipo de cambio sin dólares implica transitar un camino cuyo final no se conoce. Es el mayor temor del equipo económico, que lo habla abiertamente.
Un puñado de banqueros le transmitieron en las últimas semanas a Massa, con prudencia, un diagnóstico lapidario. Según sus cálculos, si el Frente de Todos no cambia el rumbo de algunas decisiones de inmediato, llevará al país a un accidente macroeconómico. Es el término técnico que usan para referirse a la hiperinflación.
La base de la afirmación anterior es la siguiente. Massa esperaba terminar este año con un déficit fiscal de 1,9% del PBI, pero la caída de la recaudación por la sequía elevó la cifra en al menos un punto. A eso se le suma la moratoria previsional, que agrega otro 0,4%.
En total, el rojo del Estado alcanzaría el 3,3% del producto. Pero el Gobierno no tiene cómo financiarlo, porque ya absorbió casi todo el dinero que podía de los bancos locales y nadie fuera del país le abre la ventanilla.
La alternativa es un ajuste más profundo, ideológicamente indigerible para Cristina Kirchner: aumentar los impuestos o cubrir la cuenta con impresión de moneda. Si se usa esta última opción, con una inflación anual superior al 100%, sería la precuela del accidente macroeconómico.
La inquietud del sector privado entró en ebullición el martes por la mañana, luego de que se promulgara la moratoria previsional. Tres días antes, Máximo Kirchner había cuestionado en Avellaneda la demora en la aplicación de la norma.
Quizá sin saberlo, el hijo de la de vicepresidenta haya quedado envuelto en una paradoja peligrosa. Hasta mediados del año pasado, el mayor temor de su madre era que Alberto Fernández condujera al país a una hiperinflación. El fundador de La Cámpora, ahora, parece haber dado un paso en la dirección correcta para concretar ese miedo.
Es todo un dolor de cabeza para Sergio Massa, que debió calmar el enojo del Fondo Monetario Internacional (FMI) prometiendo que tomará decisiones para compensar el deterioro de las cuentas que implicó la decisión reclamada por Máximo Kirchner.
En otros términos: Economía tendrá que definir entre aumentar impuestos o avanzar en un recorte del gasto en los meses previos a las elecciones mediante la suba de tarifas, la quita de la asistencia social y un freno a la obra pública. Son parte de las medidas que están en estudio.
La afirmación anterior parece casi ciencia ficción en el cuarto gobierno kirchnerista. Es por eso que despertó suspicacias un informe difundido esta semana por la consultora PxQ, de Emmanuel Álvarez Agis, exviceministro de Economía durante el gobierno anterior de Cristina Kirchner.
Después de hacer números similares a los que los banqueros le mostraron a Massa, Álvarez Agis concluyó que era momento de evaluar la posibilidad de incumplir el acuerdo con el FMI. El círculo rojo interpretó el informe como una señal de que el exnúmero dos de Axel Kicillof se estaba candidateando.
El calendario está a favor de la paranoia: el informe se difundió el martes por la mañana (como es habitual). Horas antes, La Cámpora había difundido un comunicado crítico contra el Fondo.
Es improbable, de todas formas, que Álvarez Agis esté buscando el trabajo de Massa. Se lo ofrecieron antes de la llegada de Silvina Batakis y lo rechazó. Además, está pasando por un invierno en la relación con el kirchnerismo.
Massa, en cambio, se aferra al acuerdo con el FMI como la última garantía para la precaria estabilidad. Madcur lo transmitió al límite del enojo esta semana en una conversación privada. Insistió con que el Gobierno cumplirá con la meta fiscal, más allá de la sequía y de las jubilaciones. El funcionario se aferra a que el sector energético les devuelva todo lo que les quitó el año pasado.
La salida de dólares del Banco Central es un engranaje central en la fábrica de temores. Los informes que llegaron esta semana al oído de Alberto Fernández hablan de una caída del 3% en la actividad -una catástrofe- por falta de divisas. Es por eso que desde Casa Rosada insisten en tomar medias que afecten al corazón del problema cambiario. La idea del desdoblamiento volvió a cobrar vigencia.
Por eso continuará un corset exasperante sobre la salida de cada dólar, algo que hipoteca, al mismo tiempo, cualquier intento de lavarle la cara a la economía por parte de la fórmula Fernández/Kirchner en los meses que le quedan. Sin dólares, la actividad se conducirá a un aterrizaje seguro, mientras los potenciales interesados en traer dinero al país esperaran un escenario más claro.
Un episodio revelador ocurrió el 8 de marzo pasado en una feria internacional de energía que se hizo en Houston. La comitiva argentina, liderada por el presidente de YPF, Pablo Iuliano, exponía sobre la conveniencia de invertir en la Argentina. Todo iba bien hasta que alguien del público preguntó por el control de capitales.
La respuesta evasiva desnudó las debilidades del país. La Argentina no tiene aquello que todos piden como requisito: el dólar.
En el panel, junto a Iuliano, estaba Marcos Bulgheroni (el titular de PAE esquivó la respuesta) y entre los asistentes, Ricardo Markous, jefe de Tecpetrol, la petrolera de Techint. Este último volvió a verse las caras con otro Bulgheroni, Alejandro, el martes pasado, pero en Buenos Aires. Ocurrió en el primer almuerzo del año del denominado Club del Petróleo, una reunión social de los barones del crudo.
Alejandro Bulgheroni le abrió las puertas del almuerzo a Patricia Bullrich, que fue junto a Federico Pinedo y Emilio Apud, su asesor en temas relacionados con la energía. Se vendieron todos los cubiertos.
Los petroleros le preguntaron a la precandidata del Pro sobre temas variados, pero se quedaron especialmente atentos a uno. Bullrich apeló a lo razonable: si ella pudiera decidir, la industria tendría libre disponibilidad de dólares y de utilidades.
En un contexto de abundancia, como el que rodea a Vaca Muerta, no tiene sentido controlar lo que se exporta, sugirió. Es curioso: la respuesta ausente en Estados Unidos apareció en el Sheraton de la Avenida Córdoba. También es cierto que resulta más fácil hablar del dólar cuando no se ocupa el poder, una tranquilidad de la que por ahora sólo disfruta la oposición.
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