Falta visión para insertar al país
El capitalismo globalizado está triunfando: en 2006, la economía mundial crece por cuarto año consecutivo por encima de su tendencia histórica y lo hace en forma sincronizada (es decir, todos los países crecen) y convergente (o sea, las naciones menos desarrolladas -China, India, Rusia y varios países del continente africano- crecen a mayor ritmo que las desarrolladas). En este aumento del PBI mundial juega un papel clave la expansión del comercio internacional: en efecto, las exportaciones mundiales explican nada menos que el 40% del crecimiento global de los últimos cuatro años. Y el comercio internacional alcanza hoy casi un 60% del producto mundial, cuando en la década del 60 equivalía a tan sólo un 20 por ciento.
En este contexto, uno tendería a pensar que la globalización es irreversible y que las acciones de la comunidad internacional tenderían a reforzar este proceso, adoptando medidas pro liberalización del comercio. Pero en la última ronda multilateral de la Organización Mundial del Comercio en Doha ocurrió todo lo contrario: no se logró avanzar en la reducción de las barreras arancelarias y paraarancelarias estipuladas, que habrían abierto los mercados como nunca antes (especialmente en el sector que más nos afecta: el agrícola) y quedaron truncadas las negociaciones en el área de los servicios que propiciaban nuevas oportunidades de inversión en bancos, seguros, telecomunicaciones, turismo, etc. Con una agravante: el fracaso de Doha perjudica en particular a los países más pobres, como China, India, Corea del Sur y Malasia, que hasta ahora lograron crecer y sacar a millones de personas de la indigencia gracias al comercio. También perjudica a los países pobres que en el futuro hubiesen querido perseguir una estrategia de crecimiento vía el comercio.
Frente al desalentador fracaso del multilateralismo (que espero sea transitorio), los países y bloques comerciales optan por negociar acuerdos bilaterales. Chile, por ejemplo, aprobó esta semana por unanimidad en el Congreso el tratado de libre comercio (TLC) con China, el acuerdo estratégico transpacífico de asociación económica con Nueva Zelanda, Singapur y Brunei, y un TLC con Panamá. Además, está iniciando negociaciones para firmar TLC con Colombia y Perú y avanza en la profundización del acuerdo que ya posee con Ecuador. Uruguay, por otra parte, aceleró las negociaciones de libre comercio con EE.UU. Los 10 países del sudeste asiático tienen tratados bilaterales entre sí y, por supuesto, todos ellos con China. Lo cierto es que la mayoría de los países "serios" se encaminan en la misma dirección: en este momento, en el mundo se están negociando más de 200 acuerdos!
Ante esta oleada de convenios comerciales, la respuesta de política exterior de la Argentina es cuanto menos inoportuna. Justamente ahora cuando resulta imprescindible avanzar en acuerdos comerciales, el Mercosur se transformó con la incorporación de Chávez en un bloque político-ideológico "antiimperialista", con eje Caracas-La Habana-La Paz-Buenos Aires, poco eficaz para negociar con el resto del mundo. El Mercosur, que ya era una unión aduanera imperfecta, se debilitó aún más y se alejó del espíritu original de intensificar el comercio y emular a la Unión Europea con el que fue creado. La idea de negociar como bloque también perdió ímpetu (recuérdese que un conjunto de naciones tiene más fuerza a la hora de negociar con terceros países o regiones que un país individual). En suma, cuando el mundo intensifica sus esfuerzos para lograr más acuerdos de libre comercio, nuestra política exterior debilita el instrumento más idóneo con el cual el país podría negociar con otras naciones.
Además, preocupa que en un contexto de acuerdos bilaterales generalizados, no ganan los países más competitivos, sino los que tienen más habilidad para negociar, y además pierden todos aquellos que quedan fuera de este juego, aunque sean competitivos. Los acuerdos bilaterales son discriminatorios, porque al bajar barreras arancelarias entre los países firmantes (que favorecen el aumento del flujo comercial entre ambos), dejan afuera a los productos de terceros países, que si bien pueden ser más baratos (previo al gravamen de importación) terminan siendo más costosos al enfrentar un arancel mayor por no gozar del acuerdo. En otras palabras: si, por ejemplo, firmaran un acuerdo bilateral Chile y Perú, éste va a comprar heladeras chilenas (a cambio de poder exportarle sus productos sin aranceles) para dejar de importar heladeras argentinas. Este "desvío de comercio" será el efecto que sufrirá nuestro país, dada la preocupante falta de voluntad del gobierno para encarar una agresiva política de acuerdos bilaterales.
Pero la cosa no termina aquí. Probablemente debido al fracaso de Doha y del ALCA, EE.UU. anunció que podría excluir a la Argentina y otros países de desarrollo intermedio de su sistema generalizado de preferencias (SGP). Este sistema, creado en 1974, consiste en eliminar aranceles para determinados productos y facilitar su ingreso al mercado estadounidense. En el caso argentino, resultarían afectados 300 productos (esencialmente cueros, autopartes, metanol, quesos y aluminio) por un monto anual de exportaciones de US$ 615 millones. Desafortunadamente, ante esta eventual decisión de EE.UU., el gobierno argentino, en vez de accionar mediante la vía diplomática buscando evitar o moderar sus efectos, reaccionó con expresiones poco amigables hacia el país del Norte. Por el contrario, la diplomacia brasileña está activamente abocada a negociar con el Congreso y el gobierno de EE.UU. la continuidad total (o al menos parcial) de las preferencias arancelarias.
Por último, la política de inserción al mundo no es una prioridad para nuestro gobierno. La ofensiva oficial sobre el mercado (de subir retenciones, suspender exportaciones, aplicar controles, etc.) refleja que el objetivo central es la inflación interna (y la recaudación mediante retenciones), en desmedro de las exportaciones.
Instrumento debilitado
Mientras otros países de la región se desviven por conquistar más mercados y aprovechar al máximo las oportunidades comerciales que les ofrece la economía global mediante acuerdos bilaterales, la Argentina parece estar en otro canal. Debilita su mejor instrumento de negociación (el Mercosur), y pierde mercados y competitividad por sufrir la sustitución de sus exportaciones. La respuesta argentina al triple embate (Doha, proliferación de acuerdos bilaterales, SGP) muestra por qué el país no es visualizado como una nación promotora del libre comercio, comprometida con la integración, respetuosa del derecho internacional y en sintonía con el resto del mundo. Claramente, falta una estrategia sólida y agresiva para insertar al país en la economía global.
- El próximo domingo: el columnista invitado será José Luis Espert