Fallas del mercado y del Estado, en el pasado y en el presente
El principio de la mano invisible, según el cual si cada integrante de un país adopta sus decisiones económicas según su conveniencia se logra la mejor situación posible, es una importantísima afirmación contraintuitiva, planteada por Adam Smith. Con el correr del tiempo se explicitaron las condiciones en las que rige este principio, y en 1976, a propósito del bicentenario de la publicación de La riqueza de las naciones, por separado, Julio Hipólito Guillermo Olivera y Paul Anthony Samuelson lo plantearon como teorema, especificando las condiciones bajo las cuales “el mercado no falla”. ¿Debe el Estado intervenir cada vez que el mercado falla, o la decisión debe basarse en la comparación entre las fallas del mercado y las del Estado?
Sobre el particular conversé con el húngaro Francis Michael Bator (1925-2018) quien fue director fundador de la Escuela John Fitzgerald Kennedy, en Harvard, dedicada al análisis de las políticas públicas.
Asesoró al presidente Lyndon Baynes Johnson, sobre materias de seguridad nacional. Luego de dejar la Casa Blanca, afirmó que “la verdadera pesadilla que tenemos por delante surge de un mundo dividido entre una minoría rica y una mayoría de países semiindustrializados, pobres, poblados por personas de color –así se hablaba entonces, los blancos también somos de color… blanco–, furiosos y que tienen armas nucleares”.
–Usted es autor de un par de monografías que fueron muy leídas en su momento, porque son impecables desde el punto de vista didáctico. Hablemos primero de la publicada en 1957.
–De acuerdo. En Una presentación analíticamente simple de la maximización del bienestar mostré, utilizando gráficos muy sencillos, cómo se pasa del mundo de las dotaciones factoriales y tecnología en uso, al mundo de las posibilidades de producción, y de éste al del bienestar posible, sobre la base de las restricciones mencionadas. Hay que tomar mi trabajo como un simple punto de partida, porque para que sirva para entender los casos prácticos, hay que incluir la incertidumbre, las dudas referidas al comportamiento de la dirigencia política, etcétera. Además de las fallas de mercado.
–Precisamente, Anatomía de las fallas de mercado es el título de la segunda monografía, que usted publicó en 1958. ¿Cuál fue su aporte?
–Sistematizar lo que se sabía: que cuando existen monopolios, bienes públicos, economías y deseconomías externas, etcétera, el mercado “falla” en el sentido de que, dado que las personas adoptan sus decisiones sobre la base de los beneficios y costos que enfrentan, desde el punto de vista de los recursos utilizados en la producción de los bienes, terminan consumiendo demasiado (provocando derroche), o demasiado poco.
–Deje ejemplos.
–Una fábrica que produce ruido o mal olor les complica la vida a sus vecinos, pero su nivel de producción y ventas no tiene en cuenta esta deseconomía externa, porque no se hace cargo de las molestias que ocasiona. El salario del presidente de la Nación se financia con impuestos, porque ningún ciudadano tiene incentivos para abonar su parte de manera voluntaria, sino que espera que los demás lo hagan y, así, zafar él o ella.
–Éste es el fundamento de “cuando el mercado falla, el Estado tiene que intervenir”.
–Así es. Prohibiendo, o al menos regulando, la emisión de ruidos y gases de las fábricas; abriendo o desregulando la economía, para reducir todo lo posible la explotación monopólica, etcétera. En una palabra, adoptando medidas que ataquen de manera directa o traten de neutralizar las causas por las cuales la vigencia de la mano invisible genera resultados indeseables.
–Brillante.
–No tan rápido. Porque desde mi monografía hasta acá se ha acumulado mucha experiencia, que muestra que los mercados pueden fallar, pero que el Estado también puede fallar. Porque los funcionarios no son angelitos, porque los instrumentos de política económica son muy imperfectos, y porque a veces la distorsión puede ser deliberada.
–¿Está insinuando un comportamiento público conspirativo?
–No tanto, pero el Estado también puede ser fuente de distorsión, como cuando no ajusta las tarifas de electricidad en función de la inflación, por lo cual el consumidor decide cuánto consumir sobre la base de lo que paga, como si la generación, trasmisión y distribución fuera barata, cuando en términos de recursos es cara. Lo cual genera subsidios crecientes y cortes de energía eléctrica.
–También mencionó las limitaciones instrumentales.
–Importantísimo. Para las estadísticas económicas, “vino” es un bien, pero en los restaurantes nos muestran la carta de vinos. Por más computadoras que los funcionarios tengan a su disposición, siempre va a haber limitaciones para las intervenciones específicas. Ejemplo: la clasificación de las mercaderías que se utiliza para calcular los impuestos a las exportaciones y a las importaciones, suele englobar en un mismo ítem productos bien diferentes.
–Agregar y sintetizar información es muy importante, porque no se puede analizar, por ejemplo, la evolución del PBI de un país, prestándole atención a cada empresa y a cada familia.
–No digo que no, pero tampoco nos vayamos al otro extremo. Los agregados económicos no tienen vida propia; nunca hay que olvidar que resultan de sumar millones de decisiones individuales, adoptadas por seres humanos de carne y hueso. Así que prestémosle atención al PBI total, a los sectores, etcétera, pero recordando siempre que la realidad es heterogénea, tanto entre como dentro de cada uno de los sectores. En los resultados individuales las consideraciones macroeconómicas importan, pero la microeconomía también es relevante.
–¿Desde cuándo se habla de las fallas del Estado?
–En los debates no académicos, desde la década de 1990; pero la escuela de la decisión pública nació en 1962, cuando James Mc Gill Buchanan y Gordon Tullock publicaron El cálculo del consentimiento: el fundamento lógico de la democracia constitucional. Lo cual no quiere decir que dicha escuela fue incluida desde entonces en la denominada corriente principal del análisis económico.
–De cualquier manera, ¿está usted diciendo que quien hoy afirma, sin más, que detrás de toda falla del mercado existe la correspondiente intervención estatal, atrasa varias décadas?
–Así es. En la actualidad, frente a cada caso concreto, la cuestión a resolver es: ¿qué falla más, el mercado o el Estado? De manera que, si corresponde implementar la corrección pública del accionar privado, o no corresponde, es una cuestión empírica. En las cuestiones empíricas no hay verdades ni universales ni eternas, sino que hay que prestarle atención a las circunstancias y a las instituciones. A lo mejor en Alemania tiene sentido que exista mayor grado de intervención estatal que en la Argentina.
–Don Francis, muchas gracias.
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