“Esto nos arruina”. La angustia de los comerciantes que tienen que volver a cerrar
Detrás de la vidriera del local Erly, oculto por la ropa que cuelga en ganchos desde las paredes y en percheros de pie, abrigado y con la cabeza replegado sobre el pecho, Leonardo Bravo espera los anuncios del Gobierno con los ojos clavados en el televisor. Mira la pantalla escondida debajo del mostrador a la espera de que alguien le responda la duda que lo preocupa hace días: si podrá trabajar la semana próxima o deberá volver a bajar la persiana.
Bravo vive en Monte Grande, en la zona sur del Gran Buenos Aires, y desde hace algunos años alquila este local ubicado en Lacroze al 2900. No tiene auto y para llegar hasta el trabajo se toma el tren y combina con el subte y dice que es imposible hacerlo de otro modo: ir y venir en taxi le sale alrededor de $3000. Durante los 80 días de cuarentena obligatoria en los que el rubro de indumentaria no fue considerado esencial, Bravo no pudo abrir y desde la semana próxima, cuando comiencen a regir las restricciones anunciadas hoy por el Gobierno, tampoco podrá.
"Mi preocupación ahora es ya directamente no poder volver a trabajar. Fueron tres meses que estuve absolutamente cerrado y estas tres semanas que volvimos a la actividad se vendió poco y nada. Debo el alquiler del local, todos los ahorros ya me los gasté y estoy endeudado hasta el cuello", repasa Bravo, y va elevando el tono de su voz. "¿De dónde saco yo ahora? ¿Cómo hago si no puedo volver a trabajar?", dice, rodeado de shorts y prendas de verano a pesar de que afuera hacen doce grados: todavía no pudo comprar mercadería nueva para cambiar la temporada.
El de Bravo es el único local de indumentaria que todavía queda en esa cuadra; sus dos vecinos tienen las persianas bajas. Enfrente, en una zapatería llamada "Volverán los días" abre la puerta una mujer que prefiere no hablar con LA NACION. "¿Para qué, para amargarme más?", lanza, y cuenta que pasó tres horas pendiente del anuncio oficial. "Yo ni siquiera puedo pensar en cerrar definitivamente porque esta es mi única fuente de trabajo. Me estoy endeudando y aguantando. Lo que vendo me alcanza solo para la comida", dice.
"Esto es un desastre, un baldazo de agua fría", dice uno de los dueños de la mueblería Casa Ramón, en Colegiales, un local angosto atiborrado de sillas de caño y bajo mesadas de melamina. "Acá ya se fueron cinco negocios. Nosotros estamos hace 30 años, pero no se aguantan los alquileres. Además estos son rubros castigados porque la gente no compra muebles y venimos manteniéndonos con los arreglos. Ahora no tenemos personal, somos solo mi hermano y yo", cuenta el hombre, que tuvo el local cerrado desde el 20 de marzo hasta el 8 de junio.
¿Cómo se sostuvieron todo este tiempo?, le preguntó este medio. "Viviendo de préstamos de los amigos, de la familia. Pero todo eso es plata que hay que devolver. Lo dueños nos rebajaron $5000 el alquiler, pero es no nos cambia en nada porque solo de ABL y agua yo pago $7000. A eso sumale el alquiler, la luz, el IVA, los gastos...", respondió.
¿Cuánto más aguanta cerrado? "Vamos a tironear este mes a ver qué pasa y si no, yo soy muy creyente, estamos en las manos de Dios", dice el hombre, y por encima del tapabocas se ve cómo sus ojos empiezan a volverse acuosos.
Cuenta que ese negocio fue donde trabajaron toda su vida su padre y su tío, pero apenas puede terminar la frase. Pese a los esfuerzos por contenerse, lo invade el llanto. "Disculpá, no puedo hablar más", dice antes de darse vuelta y desaparecer en el fondo del comercio.
Las joyerías son otros de los rubros que permanecieron cerrados hasta principios de este mes y que ahora, con la vuelta a un confinamiento más estricto, deberá volver a replegarse. "Esto nos va arruinar", asegura Francisco Raúl Romero, dueño desde hace 30 años de una joyería ubicada en Cabildo 1196.
"Fuimos pagando el alquiler del local y los gastos en partes, con ahorros, y tuve que fundir algunos dijes de oro para cambiarlos a pesos. Así vamos tirando", dice Romero, que tiene una empleada a la que le pagó el salario con la ayuda del programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP). Si bien recuerda que en 2001 la pasó "muy mal", asegura que nunca sufrió un freno de las ventas como el que está viviendo ahora.
"Vos cerrás y empezás a perder plata, por más de que muestre algo en internet o atienda algunos pedidos por WhastApp. No tenés nada en la vidriera, la gente no puede mirar y te cae la factura de la luz, del teléfono: te lo tiran por debajo de la puerta. No te pueden cortar el servicio, sí, pero se te va a acumulando la deuda", dice.
En la misma cuadra, Li atiende un local de chucherías y productos diversos: hay pantuflas, maquillajes chinos, tierra fértil, guirnaldas de luces. Detrás de una barrera de acrílico improvisada, con un barbijo que apenas le deja ver los ojos y guantes en las manos, Li cuenta que tuvo el local dos meses cerrados y que desde que pudo volver a operar vendió "muy poquito". Con un gesto de manos muestra alrededor: apenas una pareja curioseando en el local de varias góndolas.
"Nosotros también tenemos miedo -lanza con un modo de frases cortas y firmes que a veces se confunde con enojo-. Ahora no sé qué hacer: si cierro, no tengo plata; si dejo abierto, tengo miedo. No sé si es mejor abrir o cerrar", dice, sin poder contener las lágrimas. La única clienta que ronda el local se acerca a contenerla, busca alrededor algo que comprar.
Sobre Palpa 2400, Tatiana, que es modista, abre la puerta de vidrio de su pequeño local, pero deja cerrada la reja que cuadricula su pelo blanco. La pequeña habitación está decorada con estampitas religiosas y algunos trofeos de plástico. Señala el perchero y dice que todavía tiene ropa de gente que se la dejó en febrero y que todavía no pudo retirar. "Para marzo con mi marido y mi hijo juntamos la plata para pagar, pero abril y mayo no pagué, porque tuve que elegir y pagué el alquiler de mi casa", narra, y apunta que en las últimas semanas recibió apenas algunos pedidos para hacer barbijos. "Estoy preocupada porque este local yo lo alquilo para trabajar, no para tenerlo cerrado", señala.
Pero no en todos los locales el panorama es igual de desolador. En la heladería Furchi, un clásico de Belgrano, su dueña, Aurelia, dice que si bien las ventas son apenas el 20% respecto de las habituales para esta época del año, ellos tienen varias cosas a favor: un local propio, pocos empleados y una larga tradición en el barrio. "Con un negocio de 60 años y una administración buena, por tres meses no quebrás", se esperanza, aunque está lejos de mantener del todo la calma. "Son 60 años de premios y premios y sin embargo... pura mala sangre".
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