¿Están los argentinos seducidos por el morbo Thelma y Louise?
Si un extranjero que no está al tanto de la situación económica llega al país y circula por alguna de sus grandes ciudades, bien podría hacerse la pregunta que dio título a un mítico álbum del grupo de rock británico de los años ‘70 y ‘80 Supertramp: “¿Crisis, qué crisis?”. Bastaría ver el tránsito y el movimiento que hay en las calles para dale la razón.
Durante el primer trimestre de este año se vendieron 8,7 millones de entradas de cine. Es un 43% más de espectadores que en el mismo período del año anterior, el mejor arranque de año desde 2019. Inéditamente, en plena ola de calor, durante enero asistieron a las salas 3,7 millones de personas. La película más vista fue “El gato con botas: el último deseo” con 2,4 millones de tickets (fuente: Ultracine).
En los últimos 12 meses las ventas en hoteles y restaurantes crecieron 29% comparadas con los 12 meses anteriores. En el primer bimestre de este año, la tendencia se modera, pero todavía crecen al 10% interanual (fuente: Indec).
Aquella tapa del mítico vinilo editado en 1975 mostraba a un hombre tomando sol plácidamente bajo una sombrilla en una terraza. Solo llevaba un short de baño y apoyaba sus pies descalzos sobre una pequeña lona playera. En una mesa contigua tenía a su alcance una botella de agua, un trago con sorbete y una revista. La imagen era a todo color. Detrás de él se veía un entorno gris, con chimeneas humeantes que a los ojos de hoy lucen poco amigables con el medio ambiente, y estructuras edilicias en muy mal estado. Todo eso, naturalmente, en blanco y negro. El contraste se veía (y se ve) brutal. Rick Davies, quien llevó el boceto de la idea al estudio de grabación, dijo que, explícitamente, quería mostrar un entorno caótico. Suele decirse que, por su sensibilidad, los artistas son como los ciegos, tienen ojos en la piel.
En nuestras mediciones más recientes del humor social que realizamos en base a focus groups observamos en la población la sensación creciente de un país que está cada vez peor, trabado, desorganizado, degradado de manera transversal, sin rumbo, sin plan, con las variables fuera de control, y desbordado de incertidumbre. Flota sobre los ciudadanos una densa nube de oscuro pesimismo. El término que crecientemente opera como síntesis es, justamente, caos. Tanto el diccionario de la Real Academia Española como el de Oxford definen al caos como la confusión y el desorden casi absolutos. En el caos se incrementa la complejidad para determinar las relaciones “causa/efecto” y resulta muy difícil predecir el devenir de los acontecimientos.
Fue Alejandro Lerner, quien haciendo uso de dicha cualidad sensorial propia de los artistas, publicó recientemente una carta abierta a los argentinos donde realizó el acto inverso al del hipotético turista que llegaba al país. Como argentino que sabe muy bien cómo estamos, viajó por trabajo a España y vio aquello que por acostumbramiento y aturdimiento parecería estar volviéndose aquí borroso y opaco para la gran mayoría.
Lo que hizo Lerner fue construir en su mente lo mismo que Supertramp puso en su tapa: el contraste. Vio, y sintió, la comparación nítida, aguda, lacerante, entre una realidad y la otra. Fue entonces cuando se decidió a enviar un mensaje que logró abrir un espacio en el ruido porque tocó otra cuerda, porque trajo un sonido diferente, porque dijo lo que “está ahí” a la vista, pero que no se había sabido decir de ese modo. Pudo así captar la atención de una sociedad que eligió la apatía como un mecanismo de defensa ante las amenazas del entorno. Por ende, su carta tuvo el efecto de un despertador. ¿Habrá sido momentáneo? ¿Un viral más de esos que se desvanecen en horas o días? ¿O, secretamente, podría estar sedimentando en el inconsciente colectivo?
Entre otras cosas, dijo lo siguiente: “España, es lo que Argentina podría ser: un país hermoso con un idioma cercano, lo cual es un alivio siempre. La comida, las calles, la arquitectura, todo es familiar, pero la gran diferencia que yo he sentido es que se puede vivir en un clima de tranquila normalidad y convivencia. No hay olor a miedo en las calles. Y esa es una sensación que se respira y se comparte. La gente trabaja y el progreso es un destino cierto. La diferencia entre un país del llamado tercer mundo y los del primero es la conciencia. Conciencia de que trabajando se llega y se crece, de que hacer las cosas bien es mucho mejor que hacerlas mal. Lo peor que nos pasa es que nos convenzan de que no nos merecemos más que esto. Y es triste darse cuenta de que esta realidad a la que nos hemos sometido a vivir podía ser muchísimo mejor que la que hemos aceptado mansamente acatar”
Lo que en este momento estamos viendo en nuestros estudios es una sociedad al borde del quiebre emocional. El caos circundante se está apropiando de la psiquis de muchos individuos que entraron en un profundo vacío existencial. Ya no se preguntan por qué pasa lo que pasa – inflación, dólar, inseguridad, incertidumbre- sino para qué hacen lo que hacen – trabajar, esforzarse, proyectar, soñar-. El fenómeno no es nuevo, pero se ha agudizado con creces. Es decir que el caos externo comienza a atravesar los filtros y las barreras naturales para derramar sobre lo interno y lo íntimo. Predecir con algún grado de asertividad las conductas futuras de la sociedad argentina, en este estado, ha dejado de ser algo complejo, para tornarse hiper complejo.
Los ciudadanos saben que la situación tiende a empeorar. La pregunta ya no es si algo sucederá, sino qué, cuándo, de qué magnitud y con qué duración. La mayor parte de los economistas ha elevado al alza la posibilidad de ocurrencia de este hecho tan difuso e inasible como perceptible. Eternos sobrevivientes, los argentinos traen en sus genes la capacidad para “escuchar los tambores en la oscuridad de la selva”
Por lo pronto estaría confirmado el peor escenario para la sequía: una pérdida de, por lo menos, 20.000 millones de dólares. En consecuencia, la economía caería entre 2,5% y 4% este año con una inflación oscilando entre el 100% y el 120%. Ese es, a estas horas, el escenario “realista” que no pocos consideran “optimista”.
Las personas se abrazaron al consumo de corto plazo, efímero, placentero, hedónico, como un modo de tapar lo que duele ver y vivir. Lo usaron, y lo usan, como un psicofármaco que les permite aplacar, de a ratos, la angustia. Estirarán ese patrón de comportamiento todo lo que puedan.
El interrogante que se abre de cara al futuro de corto plazo, es qué harán cuándo el ansiolítico sea más escaso. No se prevé que esté ausente, pero sí que las restricciones que se aproximan fuercen a los consumidores a hacer más de lo que menos les gusta: elegir qué recortar.
¿Cómo reaccionará una sociedad tan frágil y al borde del quiebre emocional, si es que efectivamente se cumplen los pronósticos y tiene que enfrentarse a un contexto aun peor que el actual y en simultáneo decidir sobre su futuro?
¿Será que, abrumada y confundida por el caos, elegirá huir hacia adelante y acelerar a fondo, aunque la espere el abismo? ¿Están los argentinos coqueteando con el morbo Thelma y Louise?
O, por el contrario, las palabras de Lerner, como suele ocurrir con los sensibles, no hacen más que expresar un deseo oculto y latente. ¿Qué deseo? Simplemente, algún grado de sensatez y normalidad.
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