Esta vez, lejos de la catástrofe
La crisis del euro no tiene miras de apaciguarse en el corto plazo. Esto se debe a razones económicas (un nivel insostenible de deuda pública en algunos países, fuertes desequilibrios fiscales heredados de las "intervenciones compensatorias" de 2008-09 y la posibilidad de contagio entre economías de la región) pero, sobre todo, políticas.
Entre éstas se destacan la falta de acuerdo acerca de cómo distribuir los costos de un eventual default o canje de deuda pública de dudosa solvencia y la ausencia de mecanismos institucionales efectivos para alcanzar esos acuerdos y procesar las decisiones necesarias.
A diferencia de la respuesta de política que en su momento diera el gobierno norteamericano y la Reserva Federal frente a la quiebra de Lehman Brothers, la reacción europea revela un grado de aturdimiento y titubeo que evoca una versión modificada de la ya famosa frase de James Carville: "Es la política, estúpido".
A medida que pasan las semanas no sólo ha aumentado la preocupación por el futuro de Grecia y el euro sino, también, por la cada vez más presente posibilidad de una recesión en Europa.
Por otro lado, una crisis bancaria que afectara a las instituciones europeas más comprometidas con la deuda griega tendría un efecto negativo sobre el sector financiero norteamericano, especialmente algunos bancos de inversión con estrecha relación o expuestos a instituciones financieras del continente.
Un escenario de esta naturaleza no contribuiría a dinamizar la ya débil actividad económica en Estados Unidos, donde el acuerdo sobre el techo de deuda pública despejó temporalmente (pero sólo temporalmente) los nubarrones políticos que volverán a desatarse en el año eleccionario que se aproxima.
¿Qué augura este escenario para la economía argentina? En primer lugar es importante señalar que, a diferencia de otros momentos del pasado, no hay ninguna catástrofe en ciernes.
Por cierto, esto no es equivalente a decir que no hay riesgos a la vista. En efecto, sería un error extrapolar la experiencia de 2009-10 que siguió a crisis internacional. La Argentina y la mayoría de los países de la región fueron relativamente poco afectados por este episodio y pudieron recuperarse rápidamente del shock recibido. En buena medida, ello fue el resultado de una posición económica robusta (varios años de superávit fiscal y de cuenta corriente y un bajo nivel de deuda externa), de mecanismos de autoseguro (un elevado nivel de reservas) y de respuestas de política más flexibles (posibilitadas por los dos primeros factores).
La situación actual, sin embargo, difiere de la que acaba de ser descrita. El superávit en cuenta corriente está en vías de desaparecer, el tipo de cambio real se ha apreciado de manera sostenida y ha habido una pérdida generalizada de competitividad en ciertos segmentos de la actividad económica.
Para colmo de males, Brasil parece haber modificado su combinación de políticas y haberse vuelto más sensible a los riesgos de apreciación de su moneda, lo que era para la Argentina una bendición oculta. Finalmente, el poder de fuego de los países industrializados para combatir una recesión se encuentra debilitado en comparación con el episodio anterior. Es claro que en este contexto no resulta razonable proyectar la experiencia de 2009-10 al período que se avecina.
¿Es inevitable un panorama sombrío? Si bien no hay duda de que las condiciones externas se volverán adversas, la situación está lejos de ser catastrófica. Si el Gobierno mejora su desempeño fiscal (particularmente, revisando drásticamente la calidad del gasto), si la política monetaria se torna menos expansiva y si el Banco Central deja de perder reservas para sostener una moneda apreciada, la política económica puede comenzar a andar un camino de más consistencia y mayor credibilidad que minimice el daño del escenario que se avecina.
De lo contrario, aunque no haya una catástrofe inmediata a la vista, habremos desaprovechado una vez más una excelente oportunidad.
ROBERTO BOUZAS
- Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad de San Andrés.
- Licenciado en Economía de la UBA, con posgrado en Cambridge e investigador principal del Conicet desde 1987.