Es un error que el Gobierno haya cambiado la meta de inflación
La Argentina acarrea una historia de larga decadencia económica. De encontrarse entre los primeros países del mundo a comienzos del siglo XX, pasamos a ocupar el puesto setenta y tantos.
En 1895, nuestro país tenía el 97% del PBI per cápita de Australia. Hoy tenemos solo el 43%. El proceso de decadencia es largo. Pero la caída se profundiza en el período de 1975 a hoy. ¿Y quiere saber por qué? La respuesta es la inflación.
Salvo en 1978 y 1986, desde 1973 y hasta 1990 la tasa de inflación nunca bajó del 100% anual. Gustavo Lázzari y Pablo Guido explicaron que ese constituyó "el período de inflación alta más prolongado de la historia del mundo".
La inflación es un cáncer para la economía. Destruye el poder de compra del salario, arruina el ahorro, impide planificar y distorsiona el sistema de precios, generando falsos auges y posteriores depresiones. A la Argentina, la inflación la borró del mapa.
Después de 1990 tuvimos 10 años de estabilidad, pero el gasto y la deuda generaron una nueva crisis sin precedentes. El resultado fue volver a probar con la receta inflacionista, que con los Kirchner terminó en el cepo y en un estancamiento económico que se prolongó por seis años.
¿Quién querría tener más inflación? Curiosamente, no son pocos y acaban de obtener una victoria dentro del equipo económico. Para algunos, incluido el ex ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, el ritmo planteado de desinflación era excesivamente veloz, lo que obligó a tener tasas "demasiado altas que generan atraso cambiario".
Para atacar estos problemas, pidió elevar las metas de inflación. Es decir, tener más inflación para que haya tasas más bajas y un dólar más competitivo. O sea, lo que efectivamente anunciaron Peña, Dujovne, Caputo y Sturzenegger el jueves pasado.
Hay dos problemas con esta propuesta. El primero es que la tasa de interés de la política monetaria no es "alta", como se dice. Al 30 de octubre de este año, y en el mejor de los casos, la "espectacular inversión" en los títulos del Banco Central rindió 3,2 puntos en términos reales.
Una tasa de interés de 3,2 puntos no parece ser problemática para la inversión. De hecho, de acuerdo con Orlando Ferreres, la inversión bruta fija creció 13,4% interanual en octubre y promedia un aumento de 11,1% en los últimos 6 meses. Es decir, crece al mayor ritmo de los últimos 4 años, cuando la tasa era negativa contra la inflación. Lo mismo pasa con el crédito. Está volando en términos reales, poco afectado por la "alta" tasa de interés.
El segundo punto es el tipo de cambio. Según la mirada más heterodoxa, la apreciación del tipo real de cambio es preocupante y desinflar más lento ofrecería un dólar más competitivo. ¿Es esto realmente así? A priori, no parece. Si la tasa de interés baja de su nivel actual, el dólar puede subir, pero igual subirían los precios, de manera que no se revertiría la apreciación real.
Yendo a lo más fundamental, el concepto en sí mismo es desacertado. Es que países como Chile, Perú, Colombia e incluso Brasil, han vivido un largo proceso de apreciación real de su moneda desde 2003 a 2013, sin que eso resultara en un obstáculo para su crecimiento.
Para sorpresa de algunos, en paralelo con el "dólar barato", la economía de estos países creció, con baja inflación, bajo desempleo y aumento del salario real.
¿Por qué en la Argentina debería ser diferente?
El Banco Central es la institución pública cuyo único rol en la Argentina y en cualquier país serio del mundo es tener una inflación baja y estable. No se puede imprimir crecimiento.
A corto plazo, es posible que una mayor laxitud monetaria tenga como contrapartida una mayor actividad, pero a largo plazo sabemos que solo trae inflación, crisis y pobreza. La Argentina debe crecer mirando el largo plazo. Y ahí el camino son las reformas estructurales. Más libertad económica, más inversión, crecimiento y reducción de la pobreza. Bajar la inflación es un componente más en ese combo de cambios profundos.
Ya probamos el atajo inflacionario. Nos fue peor que mal. Es una lástima que hayamos vuelto a caer en el error.
El autor es economista y director de Contraeconomía