Errores de diagnóstico respecto del fenómeno inflacionario en la Argentina
Existe consenso profesional en el sentido que los procesos inflacionarios superiores al 3% o 4% anual son, básicamente, fenómenos monetarios
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Durante los últimos años es mucho lo que se ha discutido en la Argentina sobre el flagelo de la inflación; siendo el propósito de esta breve nota determinar las verdaderas causas que –a nuestro juicio– dan lugar a este fenómeno.
A este respecto, la literatura económica ha desarrollado a lo largo del tiempo diversas teorías sobre el origen de las subas generalizadas de precios. Sin embargo, a la fecha, existe consenso profesional en el sentido que los procesos inflacionarios superiores al 3% o 4% anual son, básicamente, fenómenos monetarios. Esto es: la inflación, como sostienen las actuales autoridades, no tiene un origen microeconómico “multicausal” (maniobras monopólicas y especulativas, entre otras, de los “formadores de precios”), sino que, por el contrario, se produce por un exceso macroeconómico de oferta monetaria (emisión de dinero) por sobre la demanda del mismo (ahorro y atesoramiento).
Esto quiere decir que la emisión por sí sola no genera inflación, sino que la suba de precios se produce solo cuando el aumento del circulante no se compadece con un aumento en la demanda del mismo.
Un análisis de lo sucedido en Estados Unidos durante los últimos años permitirá clarificar este concepto. En efecto, a partir de la Gran Recesión de 2008/2009, su Reserva Federal (Fed) –a través de la política de estímulo monetario Quantitative Easing, esto es, inyección de dinero vía compra en el mercado de títulos financieros– ha expandido su base monetaria multiplicándola, hasta la fecha, 6,5 veces.
Sin embargo, pese a esta brutal expansión de la oferta de dinero, la inflación anual promedio de dicho período fue solamente del 1,6%, siendo la actual levemente inferior al 2%.
¿Qué sucedió? Muy simple: este incremento del circulante de dólares fue absorbido por una demanda monetaria –doméstica y global– ávida por ahorrar en dicha moneda y no por consumir desenfrenadamente. En consecuencia, al no aumentar en forma abrupta la demanda de bienes y servicios, la mayor emisión de dólares no se ha trasladado a precios.
Por su parte, nuestro país que –en forma sistemática– ha recurrido a la emisión para financiar crecientes déficits fiscales, viene sufriendo desde hace más de 60 años (salvo contadas interrupciones) fuertes procesos inflacionarios que, incluso, se vienen repitiendo en la actualidad (fue de 3,6% en febrero, según el Indec).
¿Por qué, entonces, estos procesos de fuerte expansión monetaria que se dieron tanto en Estados Unidos como en nuestro país han dado lugar a escenarios tan diferentes en materia de precios? La respuesta es simple: luego de tantos años de pérdida constante del valor del peso, en nuestro país es utilizado solo parcialmente como moneda de transacción y/o unidad de medida (una gran cantidad de bienes se valúan y se intercambian en dólares). Lo que es más grave aún, ha dejado de ser un instrumento de ahorro. Dicho de otra manera, nuestra moneda no existe como tal. En consecuencia, su demanda tiende a ser mínima. Así, cualquier oferta monetaria emitida (en el caso de nuestro país por la financiación del déficit) en exceso de una demanda que tiende a cero provoca que los pesos marginales emitidos se canalicen directamente a bienes (ya sea reales o dólares), con su consecuente impacto negativo sobre los niveles de precios.
Es claro, entonces, que se equivocan quienes –citando el ejemplo de lo sucedido en Estados Unidos– afirman que en la Argentina el exceso de la emisión para financiar el déficit no genera inflación. En efecto, la comparación no es correcta, pues solo tiene en cuenta la oferta monetaria sin considerar la importancia de su demanda, que –contrario sensu a lo que ocurre con el dólar y el resto de las monedas que se consideren como tales– en nuestro país es mínima, ya que, en general, nadie quiere mantener pesos que se desvalorizan en forma creciente.
Si se acepta la hipótesis de que la inflación se origina por un exceso de oferta sobre la demanda monetaria, entonces se estará de acuerdo en que la posición del actual gobierno de considerar que la inflación es un fenómeno “multicausal” –y esencialmente microeconómico– es equivocada; como así también sus consecuentes y actuales políticas de controles y regulaciones a las unidades de producción, que inevitablemente, como lo enseña la teoría y la experiencia histórica, conducirán más tarde o más temprano a una nueva crisis en materia cambiaria y de precios. Los desequilibrios macroeconómicos monetarios y fiscales pareciera ser que no están en la agenda del Gobierno.
Una reflexión final. Con los actuales niveles de inflación, que distorsionan los precios relativos y generan una creciente incertidumbre, estimar que habrá inversiones y crecimiento sostenido es una fantasía intelectual.
El autor es economista
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