Entre Messi y yo no se produjo ningún cambio
¿Cuánto nos afectó que use otra camiseta mientras hace maravillas en las canchas? Nada. Porque la tragedia para nosotros sería Leo lesionado, suspendido de por vida por mala conducta o preso por evasión impositiva.
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Leo Messi dejó de jugar en el Barsa y comenzará a hacerlo en el PSG. La noticia acaparó buena parte del interés de los medios de comunicación en los últimos días en desmedro del tiempo dedicado a la campaña electoral, los crímenes aberrantes y el momento en que arribará un nuevo cargamento de vacunas Sputnik V. Los televidentes, más que agradecidos.
Como suele ocurrir, el hecho precipitó muchas otras decisiones. Tanto el Barsa como el PSG tuvieron que adecuar sus planteles de jugadores, sus finanzas, sus contratos, etc. Seguramente que habrá desplazamientos de patrocinantes, rediseño de camisetas, y Dios sabe cuántas cosas más.
¿Sobrevivirá el Barsa a la salida de Messi? Seguro. ¿Sobrevivirá el PSG al ingreso de Leo? Espero que sí. La asimetría en la respuesta se debe a que podríamos estar delante de un nuevo ejemplo de la “maldición de los ganadores”, de la que hablaba John Maynard Keynes. No sería la primera vez que, llevados por el entusiasmo, los dirigentes de una organización toman una vía que termina probando ser inviable. Ojalá que éste no sea el caso.
También generó múltiples interpretaciones, conjeturas y críticas. Que Leo hizo bien, porque es un profesional y encontró quien le pagaba más; que hizo mal porque tenía una deuda de gratitud con el Barsa; que este último club no hizo suficientes esfuerzos para retenerlo; que quería hacerlo pero la Liga española no se lo permitió; que el PSG compitió de manera desleal, consiguiendo fondos “extrafutbolísticos”; que no pensó en la educación y los amigos de sus hijos, a raíz de la mudanza de Barcelona a París; que le dio una alegría a una hinchada, pero una tristeza a otra, etc.
Pero el hecho que inspiró estas líneas admite otra perspectiva, la mía, y la de muchos otros. La de la enorme cantidad de seres humanos que, esparcidos por todo el mundo, nos encanta ver fútbol, no somos hinchas ni del Barsa ni del PSG, y nos deleitamos viéndolo jugar a Leo. ¿Cuánto nos afectó el cambio de la camiseta que viste mientras hace maravillas en las canchas? Nada. Porque la tragedia para nosotros sería Messi lesionado, suspendido de por vida por mala conducta o preso por evasión impositiva.
¿Quién se ocupa de nuestros intereses, los de los simples espectadores? Ninguna autoridad, a Dios gracias. La pulseada fue entre clubes y tuvo como consecuencia que Leo seguirá deleitándonos en las canchas. ¿Qué más podemos pedir?
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