- Antes, cuando él trabajaba todavía en la consultora, yo estaba un poco más acá en la fábrica -dice Ricardo.
- Y yo estaba más con las ventas -lo interrumpe Rodrigo.
- Claro, estaba instalando software en una empresa y en una ventanita al costado tenía las ventas, ofreciéndoles a los bares cervezas.
- Y después me pasaba a buscar e íbamos a ver los modelos de las copas -añade Sergio.
- ¿Te acordás? Fue muy divertido ese proceso -cierra Ricardo.
Entre risas, como chicos que festejan sus andanzas, Ricardo Aftyka (40), Rodrigo Lorán (45) y Sergio Picciani (44) recuerdan sus comienzos. Su interés por la cerveza los llevó a cruzarse y a empezar a “cocinar” juntos un proyecto. En 2014, finalmente, decidieron hacer de ese hobby “algo comercial”, y así nació Juguetes Perdidos Cerveza Artesanal, el emprendimiento por el que dejaron sus trabajos para ser sus propios jefes. Hoy distribuyen su producto a doce bares de Capital y Gran Buenos Aires, entre ellos, el suyo, Bélgica, en el barrio de Caballito. Y, aunque podrían aumentar su producción, prefieren mantener su tamaño para “disfrutar de hacer cerveza juntos”.
Aftyka, conocido como “el Semilla” en el rubro, fue el primero de los tres en incursionar en la elaboración de cerveza artesanal. “Empecé a cocinar para el 2000. En esa época era bastante complicado, estamos hablando de Internet con Dial-Up -por teléfono-. No había información, no había nada, ningún lugar donde comprar insumos... Me acuerdo de una anécdota hermosa: llamé a Cargill para que me vendieran Malta. Me preguntaron cuántos camiones quería y les dije: «No, no, quiero cinco kilos». Se me rieron en la cara", recuerda en diálogo con LA NACION.
Luego, se conocieron con “Ian”, Rodrigo Lorán. “Mi contacto con la cerveza artesanal fue en un viaje. Trabajaba para una empresa de telecomunicaciones y tuve un viaje a Europa. Hice una escala en Londres y me fui a un bar y probé una cerveza Stout, Stout de verdad. Cuando vine acá y quise tomar eso, obviamente no la conseguí en ningún lado. Entonces, pensé: «Chau, si no está, la tengo que hacer». Eso fue por el 2001 y ahí es cuando empecé a investigar, a meterme y demás. La primera cocción la habré hecho en 2005 o 2006, pero fueron muchos años de leer y de investigar”, cuenta.
Junto con Aftyka, fueron parte de los inicios de Somos Cerveceros, la primera agrupación de homebrewers -cerveceros caseros- con personería jurídica de América Latina, fundada en 2008. En 2009 se sumó Sergio Picciani, “Pisa”, el socio N°131, que empezó a hacer cerveza después de un viaje a Bariloche en el que le llamó la atención “un pibe que todos los días tomaba una cerveza distinta” a su lado.
“Pisa entró con muchas ganas de laburar y enseguida tomó relevancia dentro del grupo por las propuestas, por lo que hacía. Con Ian lo conocimos más en la parte operativa y nos pasó que laburando juntos nos dimos cuenta de que había buena química”, cuenta Aftyka, el más joven de los tres. “Una sinergia tremenda”, acota Lorán. Así, esa sociedad que empezó como un dúo se convirtió en un trío.
De soñar un bar a montar una fábrica
Desde que empezó con la cervecería artesanal, el sueño de Picciani era tener su propio bar, algo que comentó a sus compañeros. “Quería poner un bar como los de Estados Unidos, con 20 canillas, pero ¿a quién le íbamos a comprar birra? No había 20 estilos distintos, ni siquiera existían los bares multicanillas acá. Así que un día nos juntamos y dijimos: «¿Y si en vez de poner un bar nos asociamos los tres?». Eso nos daba la posibilidad de hacer un proyecto más grande y ya sabíamos que juntos laburábamos de taquito”, enfatiza Aftyka.
Entre fines de marzo y principios de abril de 2014 empezaron a idear Juguetes Perdidos, en septiembre alquilaron el local de Bolivia 3342, en el partido de Tres de Febrero, y el 31 de mayo de 2015, después de acondicionar la fábrica, que era una metalúrgica, hicieron la primera cocción. Al principio solo tenían dos tanques fermentadores además de la olla de hervor, el macerador y una olla de agua -más chica que la actual, “lo único” que cambiaron del equipo-. También, 64 barricas de roble, de todo, lo primero que llevaron, para hacer el producto que había desvelado a Aftyka en un viaje a EE.UU., las cervezas de guarda.
“En su momento me rompieron la cabeza un par de cervezas que probé en Estados Unidos que eran añejadas en barricas de bourbon, en barricas de coñac. Traje un par, las probamos y pensamos en hacer eso acá”, cuenta.
Por entonces, cocinaban una vez por semana, “como si fuera un hobby”. “Nos juntábamos los sábados o los domingos, o arrancábamos la cocción a las tres de la tarde al salir del laburo y terminábamos cocinando a las dos de la mañana. Porque cada uno seguía con su laburo y esto era un hobby, solo que un poquito más grande”, recuerda Aftyka, que tenía una fábrica de autopartes que aún conserva, pero cuya dirección delegó en su esposa.
Picciani todavía trabajaba en un banco y Lorán, que era empleado de una empresa de sistemas, pronto se abrió solo como consultor, para poder manejar mejor sus tiempos.
Enseguida empezaron a llenar barricas y, cuando sacaron la primera cerveza a la calle, dicen, “explotó”. “Salimos con una propuesta radicalmente distinta a lo que había en ese momento”, explica Lorán. “En Capital había tres bares y ocho o nueve fábricas que vendían cerveza. Era un núcleo muy chiquito. Era muy difícil conseguir la materia prima y tenías que cocinar solo con insumos locales, y nosotros usábamos las maltas que correspondían a cada estilo, si hacíamos cerveza belga, usábamos malta belga. Teníamos una azafata que nos traía insumos”, explican, pícaros. “Por ejemplo, en Argentina nadie hacía cerveza belga, y Bélgica es la meca de la cerveza mundial. De hecho, nuestro bar se llama así”.
Bélgica
“La idea de Pisa siempre fue el bar. Estábamos en la cervecería laburando y caían fotos de locales que mandaba él. Sin decir nada, solo mandaba fotos de locales -se ríe-. Él quería tener un bar”, dice Aftyka. En noviembre de 2016, Picciani cumplió su sueño: en la esquina de la Avenida Pedro Goyena y Del Barco Centenera, en Caballito, abrieron el bar Bélgica.
“Nos dábamos cuenta de que era mucho más negocio que una fábrica y con mucho menos riesgo. Cuando empezamos, hace casi un año y medio, todavía no estaba tan saturado el mercado. En Caballito era el tercer o cuarto bar y hoy hay 12”, cuenta Picciani. “Otra razón es que era el plan original, empezar con la fábrica y en algún momento poner el bar, que era el sueño de él”, le suma Lorán.
El primer año, sin embargo, Bélgica consumió casi la totalidad del tiempo del ahora exbancario. “No conocíamos el rubro y fue un caos acostumbrarse a un bar. Es otro rubro, otra gente. Recién ahora que vamos por el cuarto o quinto gerente, él pudo desligarse un poco”, relata Aftyka.
Aunque Bélgica es un emprendimiento que involucra a Juguetes Perdidos, decidieron no identificarlo como el bar de la fábrica. Por un lado, sabían que no podrían abastecerlo, o que, de hacerlo, no podrían distribuir a otros bares. Por otro, cuentan con un cuarto socio, Claudio Centrone, "el Boti" (57), un cervecero amigo que, bioquímico, los ayudó a armar el laboratorio de la fábrica. “Nos pareció lógico sumarlo”, explican.
El bar tiene 12 canillas, es decir, 12 cervezas distintas. “Hasta tres” son de Juguetes, mientras que las demás son de cervecerías artesanales amigas. “Es nuestro pero lo tratamos como si fuera cualquier otro bar de los que les vendemos. Lo mismo que mandamos ahí, lo mandamos a los demás, salvo alguna cosa especial o algún evento que hacemos”, dice Lorán.
Poner el bar los enfrentó al desafío de repensar la imagen de marca que querían. “Como en Bélgica”, cada cerveza se sirve en una copa distinta, algo que aplican también en la fábrica: a los bares a los que distribuyen su producto, les proveen "la cristalería adecuada" y les hacen firmar un contrato en el que, entre otras cosas, se comprometen a servir sus cervezas en las copas de Juguetes Perdidos.
“Estuvo bueno tomar la decisión de poner el bar y hoy se complementa mucho con la fábrica, nos da ese feedback de la gente que está buenísimo”, celebran.
La vida de emprendedor
A los dos primeros tanques se sumaron tres más a los seis meses y otros tres en febrero del año pasado. La producción aumentó a 10.000 litros por mes y la fábrica empezó a demandar cada vez más de cada uno de ellos.
Aftyka, que se define como “emprendedor de toda la vida”, tenía su propia fábrica de autopartes. Si bien no la dejó por completo, delegó la dirección en su esposa. Por momentos, dice, se involucra “más o menos, dependiendo de lo que pase”. “Ahora hice una importación grande, entonces estuve más, pero no estoy metido en la parte operativa ni en el día a día”. Fue el primero en encargarse de “La Juguetería”, como bautizaron la fábrica.
En octubre de 2015, Picciani, licenciado en Administración de empresas, dejó su puesto en el banco en el que trabajaba. “Antes de largar el banco ya tenía un equipo de cervezas y sabía que el día que me fuera del banco iba a abrir el bar. Mi familia, mis hijos, mi mujer, mi exmujer, todos acompañaron ese proceso y sabían para dónde iba”, dice.
El último de los tres fue Lorán, ingeniero industrial, en marzo del año pasado. “Trabajaba implementando sistemas de gestión en industria y, mientras tanto, hacía cerveza en paralelo para mí. Cuando nació la fábrica, fuera de los horarios del laburo me dedicaba a Juguetes Perdidos, pero desde fines de 2014 empecé como consultor freelance. Trabaja tres días para sistemas y dos días por completo en la fábrica. Hasta que decidí que tenía que estar totalmente acá. La fábrica había crecido y hacía falta que alguno de nosotros estuviera todo el día”, narra.
“Para mi familia fue un cambio importante. Fueron muchos años de trabajar en relación de dependencia para pasar a ser tu propio dueño y es un cambio cultural grande, aunque lo fuimos llevando de manera paulatina”, cuenta, y también revela que se siente “mucho más tranquilo de lo que estaba antes trabajando para otro”. “Quizás laburo muchas más horas, pero sé que lo hago para mí, entonces tiene otro sabor”, dice.
Hoy, abre la fábrica entre las seis y las ocho de la mañana, según “la planificación de producción del día” y puede llegar a quedarse “hasta las siete, ocho o la hora a la que me tenga que ir”. “Pero no te pesa -dice-. Lo estás haciendo con pasión y lo estás haciendo para vos. Sobre todo, lo estás haciendo con pasión”.
Juguetes Perdidos hoy
Actualmente, si bien los tres participan “de todo el proceso” de cocción de cerveza artesanal, cada uno tiene, también, una tarea específica: Aftyka se ocupa de las ventas y de imagen la marca -utilizan botellas de champagne, siempre con un diseño distinto, por ejemplo-, Lorán es el encargado de la operación de la fábrica y Picciani maneja las compras y la finanzas, además del bar Bélgica.
La fábrica produce 10.000 litros por mes y piensan ampliar su producción a 12.000 litros cuando, en marzo, lleguen tres tanques nuevos que esperaban para febrero, pero llegarán en marzo. Aún así, dicen que su producción “es muy chica”. “Para que te des una idea, Antares de San Telmo vende 18.000 litros por mes”, explican.
Sin embargo, no pretenden crecer más de lo que ya lo han hecho. “Tenemos esa política que decidimos por una cuestión filosófica: pusimos la fábrica para poder hacer cerveza juntos y tener una fábrica de 100.000 litros implicaría que acá hubiera 30 personas, que nos tuviésemos que mudar y que uno tenga que dedicarse a la comercialización, otro al marketing y otro a los costos. Y al final, para eso, cada uno se quedaba donde estaba. El chiste es esto, que un lunes a las 11 de la mañana estamos acá los tres, involucrados en el proceso. No queremos perder eso. Si es por hacer negocios solamente, haríamos otro producto”, dicen.
En números
12 bares
En Capital Federal: Bélgica (Caballito), Desarmadero (Palermo), Bierlife (San Telmo), Federal (Cañitas)
En Gran Buenos Aires: Prinston (Ramos Mejía, Castelar y Morón), El Granero de Finn (Ituzaingó), Finisterre (San Antonio de Padua), Burza (Don Torcuato) y Biergarten (Quilmes)
$320
Es el precio al que generalmente venden sus cervezas de guarda -añejadas en barricas-, en botellas de champagne de 375 cc.
$120
Es el costo de las botellas con distintos estilos de cerveza no añejados. Además, en los bares, se venden al costo de la pinta, pero servidas en las copas de Juguetes Perdidos.
70 variedades
Desde que empezaron han hecho, al menos, 70 cervezas distintas. La última, lanzada para San Valentín, fue una Belgian Pale que incluía pétalos de rosas. Además, en colaboración con otro cervecero, preparan una Crio New England Ipa, una cerveza que se sirve sin filtrar y “con una desproporción absoluta de lúpulo”.
3 empleados
Con el correr del tiempo, fueron necesitando de más manos para trabajar. Así, llegaron Pedro, “Fideo” y Nicolás. En total, seis personas trabajan en la fábrica.
Qué define a Juguetes Perdidos Cerveza Artesanal
Calidad
Desde el principio se propusieron hacer un producto que imitara las mejores cervecerías que lo hicieran. “La calidad internacional del producto es algo que hemos validado, no solamente por las medallas que hemos ganado -por ejemplo, una plata y un bronce el año pasado en la Copa Cervezas de América de Chile-, sino porque hemos servido el producto afuera”, justifican.
Imagen
La presentación de sus cervezas no les da igual, por eso, cada edición que lanzan tiene un diseño particular. “La verdad que no le queríamos poner algo básico, sino que también queríamos que se notara desde afuera la calidad, que cuando se te presentara el producto, te dieras cuenta de que estás frente a algo que es distinto”, explican.
Creatividad
Permanentemente buscan nuevas combinaciones para presentar nuevas cervezas. “Estamos siempre empujando el límite, buscando hacer algo nuevo”, dice Lorán. Han hecho, al menos, 70 variedades de cerveza.
Leandro Steeb
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