Energía: historia entre bastidores de una crisis cantada
Los expertos que acompañaron a Néstor Kirchner sabían que sin una adecuación tarifaria se iba a un desastre energético; el entonces presidente nunca les hizo caso; razones políticas e ideológicas –además de sospechas– explican el insólito derrotero hacia el colapso
El secretario de Energía retrocedía. Era julio de 2004 y, bajo un sol que partía en dos el patio del Hilton de la isla Margarita, en Venezuela, Daniel Cameron miraba el suelo, daba pequeños pasos hacia atrás y titubeaba ante una pregunta de LA NACION. No parecía convencido: Néstor Kirchner llevaba un año en el poder y Cameron, un ingeniero que venía de Santa Cruz, esperaba que su plan energético, un compendio de medidas que había mostrado durante la campaña de 2002 y que proponía normalizar el sector, empezara a cumplirse.
El clima de esa reunión bilateral no ayudaba. El Hilton, un complejo de 89.000 metros cuadrados con casino y embarcadero que Chávez expropiaría cinco años después, era una explosión de populismo bolivariano. ¿Quién podía hablar de ajuste? Pero Cameron estaba ahí, de traje negro y transpirando, delante de un cronista que le preguntaba justamente por eso: si el Gobierno iba a subir las tarifas de un sector golpeado por la pesificación y la devaluación. "Mire –dijo por fin–. Soy el principal interesado en corregir el tema tarifario: si mañana se apaga la luz, al primero que le van a cortar la cabeza es a mí."
Pero esos precios nunca se corrigieron lo suficiente. El gas residencial, por ejemplo, subió desde entonces 160%; los costos, 600%. La crisis fue, así, el resultado cantado. Cameron dejó el cargo sólo este año, pero por razones ajenas a la energía: el 1° de julio, Axel Kicillof siguió avanzando en la administración y ubicó allí a Mariana Matranga.
Repasar la gestión del ex secretario es ver las contradicciones de un hombre que quedará en la historia por respaldar públicamente medidas exactamente opuestas a las que pregonaba en la intimidad. Esa fidelidad política lo convirtió en protagonista de una de las administraciones más irracionales que ha tenido el país si se contrastan recursos recibidos versus decisiones tomadas. Para decirlo en números: entre 2003 y 2013, con los precios del crudo más altos desde 1979, y a pesar de que el país alcanzaba por primera vez en cuatro décadas superávit fiscal financiero, la producción de gas cayó 18%, y la de petróleo, 25%. Volvieron los apagones: según Edenor, única distribuidora que publica estadísticas al respecto, los cortes en los hogares, que en 2004 duraban 4,3 horas en promedio por KVA instalado, se quintuplicaron a 19,5 el año pasado. Y la frecuencia anual de interrupciones, que era de 2,6 veces en 2004, pasó a 8.
La Argentina tuvo entonces que importar energía y perdió el autoabastecimiento, condición que había conseguido sólo en tres momentos de su historia. Y esa factura de 12.000 millones de dólares anuales –la mitad de las inversiones que se necesitan por año para solucionar esta crisis– derivó en el cepo cambiario.
Entre 2003 y 2013, con los precios del crudo más altos desde 1979, y a pesar de que el país alcanzaba por primera vez en cuatro décadas superávit fiscal financiero, la producción de gas cayó 18%, y la de petróleo, 25%
Barrio Parque, uno de los enclaves más caros de la ciudad, paga todavía por el gas tres veces menos que los usuarios de garrafas de la villa Carlos Gardel. Las razones de semejante atentado a la distribución del ingreso quedarán para los analistas. Los hombres de negocios lo atribuyen a un obsesión por privilegiar el consumo de la clase media, eje que determinó el "modelo". Es decir, un doble juego de Néstor Kirchner: miedo a pagar costos políticos con ajustes tarifarios y, al mismo tiempo, que esos recursos fueran al bolsillo de gente que vive en los centros urbanos de mayor visibilidad.
En 2006, meses después de dejar el Palacio de Hacienda, Roberto Lavagna deslizó entre ejecutivos que el Gobierno estaba afixiando a las empresas del sector como parte de una estrategia para obligarlas a vender sus acciones. Peores intenciones acaba de insinuar YPF cuando consignó, en un comunicado, sospechas sobre la transparencia de las operaciones de importación de gas por barco. Enrique Devoto, ex secretario de Energía, prefiere suponer que fue la ideología, no la codicia, la que metió la cola. "Al principio, la música de la época era: «Las privatizadas se la llevaron con pala y ahora tienen que ponerla». Después, Kirchner se empecinó. Primero fue ideología y después, tozudez."
Ausente Kirchner, lo único constatable ahora es que el ex presidente impuso esa lógica incluso entre técnicos formados en el mundo petrolero, donde la física le pone límites a cualquier ensoñación. Es probable que la historia olvide entonces fácilmente a esa tropa calificada que, aun sabiendo cómo eran las cosas, bajaba la cabeza y aceptaba todo.
"¿Para qué vas a ir al Senado, si sabés que los aumentos son una locura? Vos mismo dijiste que eran ilegales", le dijeron a Cameron en agosto de 2009. El Gobierno entero era esa mañana un hervidero: la quita de subsidios había provocado alzas domiciliarias de hasta siete veces, quejas de usuarios y presentaciones en la Justicia. Los canales de TV casi no hablaban de otra cosa. "Voy por lealtad", contestó Cameron y, acto seguido, llegó con Roberto Baratta, subsecretario del ministerio, a la Comisión de Energía del Congreso a defender la medida. En realidad, todo el kirchnerismo parecía convencido ese día. "Es un tema definido", se plantó Aníbal Fernández , jefe de Gabinete. Miguel Pichetto llegó a calificar la decisión de "criteriosa".
No era la primera vez que Cameron ponía la cara por algo que no compartía. El 28 de julio de 2007, en su despacho, durante una discusión por el agua de los embalses, casi había llegado a las trompadas con Guillermo Moreno , secretario de Comercio, en quien Kirchner había delegado el manejo de cortes de luz rotativos a empresas. Cameron nunca hizo pública esa diferencia y cumplió lo que exigía Moreno.
De ahí que tampoco le costara volver a ofrendar sus convicciones por los subsidios. Una vez que llegó al Senado, lo notificaron de una contraorden: el matrimonio Kirchner había decidido revocar la suba. Cameron no volvió a hablar del tema. Sí lo tuvo que hacer Julio De Vido , que venía repitiendo que el aumento se limitaba sólo a "esos que usan el gas para calefaccionar sus piletas". El ministro convocó entonces a la prensa para explicar la marcha atrás. Cuando se enteraron, en las empresas cundió el desconcierto. ¿No habría entonces quita de subsidios? Un ejecutivo llamó a Luis Barletta, vicepresidente del Ente Nacional Regulador de Electricidad. "Está hablando De Vido por televisión, vamos a ver si lo explica", lo atajó. Delante de las cámaras, De Vido parecía cansado. Admitió que había trabajado hasta las 4 de la mañana en la corrección y culpó del malentendido a las distribuidoras. "Vimos la enorme cantidad de reclamos que se produjeron en función de una mala evaluación del mercado eléctrico por las concesionarias", dijo, y anunció que los subsidios seguían.
La gestión fue siempre así, prueba y error. En los primeros años, los técnicos del área pensaron que lo único objetable eran los tiempos: se sabía cuál era el camino hacia la racionalidad y las únicas divergencias consistían en si se iba o no demasiado lento
La gestión fue siempre así, prueba y error. En los primeros años, los técnicos del área pensaron que lo único objetable eran los tiempos: se sabía cuál era el camino hacia la racionalidad y las únicas divergencias consistían en si se iba o no demasiado lento. Un memo que Charles Massano y Marcelo Nachón, asesores de la Subsecretaría de Combustibles, le habían enviado el 16 de enero de 2004 a Cristian Folgar, jefe de la dependencia, ya advertía problemas. La nota recordaba experiencias internacionales cada vez que "el precio que percibe el productor de gas no permite cubrir las inversiones en reposición y movilización de reservas como consecuencia de las regulaciones". Citaba el trabajo "Políticas regulatorias alternativas para abordar la escasez de gas natural", que Paul W. Mac Avoy y Robert S. Pindyck habían publicado en The Bell Journal en 1993. "Los autores analizan cómo los precios techo del gas en boca de pozo, establecidos por la Federal Power Comission, predecesora de la actual Federal Energy Regulatory Comission, en niveles inferiores a los de los precios de equilibrio que vacían el mercado condujeron a un sustancial déficit de gas natural a partir del invierno de 1970, en 1971 y 1972."
Al principio, Kirchner parecía prestarles atención. En 2005 citó a Cameron y a su equipo a su despacho a discutir un proyecto que declaraba servicio público la garrafa. La iniciativa tenía ya media sanción en Diputados, pero la Secretaría de Energía la juzgaba inviable porque obligaba a fiscalizar todos los días y clausurar locales díscolos. "Muchos de los que venden garrafas en las villas son punteros nuestros", apuntó alguien en esa reunión, de la que participaban también Alberto Fernández y De Vido. Kirchner dudaba. "Vení, Petiso –le ordenó a Folgar cuando se iban–. Decime con sinceridad cómo lo ves." Se había acodado sobre la chimenea y estaba de buen humor. "Tenemos que hacer una ley mejor", contestó Folgar. El presidente ordenó enviar un proyecto alternativo y la garrafa nunca fue declarada servicio público.
Pero fueron sólo excepciones de un rumbo que siempre condujo él en soledad. En la mañana del 24 de noviembre de 2004, Cameron disertaba en el Sheraton de Pilar durante la Conferencia Industrial y leyó un párrafo explosivo: "Entendemos que a principios del próximo año existirán ajustes transitorios y durante el primer semestre procederemos a la revisión integral de los contratos". Las agencias de noticias lo publicaron y Kirchner se indignó. "¡No hables más con periodistas!", le dijo por teléfono a su secretario de Energía, y por la tarde envió a De Vido al Sheraton a aclarar las cosas. "No hay ajustes de tarifas –cumplió el ministro, molesto–. Ni previstos, ni en estudio, ni analizados, lo haya dicho quien lo haya dicho. Las tarifas son las que son y van a continuar en los montos en que están." El plan parecía desmentido, pero no aplazado. Al año siguiente, el analista Daniel Montamat recibió una extraña llamada de Planificación. "Se vienen aumentos de tarifas –le dijeron–. Queremos pedirte que no los aproveches políticamente porque para nosotros supone un esfuerzo grande." Era el plan de Cameron. Sorprendido, el consultor los tranquilizó: "Si son medidas positivas voy a elogiarlas". Pasó el tiempo y no hubo noticias. Días después, Montamat le preguntó a su contacto por qué. "No hay aumento –le contestaron–. Se lo llevaron a Kirchner y lo rechazó."
Antes que los técnicos, cobraron vuelo los incondicionales. Fue el caso de Baratta, un desconocido que vendía billetes de lotería y que, en 2003, en el bar Molière, se acercó a Kirchner para decirle que lo admiraba. "Llamame mañana, vas a trabajar con nosotros", lo premió Kirchner
En adelante, el único patrón de medida fue la obediencia. Una lógica que se trasladó a las empresas. En septiembre de 2007, por orden del Gobierno, Endesa retiró la participación de un ejecutivo propio, Ernesto Badaracco, de un panel de energía del coloquio de IDEA. El comunicado enviado por la multinacional a la prensa para informarlo fue redactado en el Ministerio de Planificación. El 3 de junio de 2010, en medio de quejas por falta de garrafas, las fraccionadoras de gas licuado de petróleo (GLP) recibieron un insólito mail firmado por Norberto Giuliano, funcionario del área. Decía: "Atento a los innumerables reclamos mediáticos y vía mail recibidos durante estos últimos días, necesitamos quitar del mercado la sensación de DESABASTECIMIENTO [en mayúsculas en el original], la cual estamos seguros no es real, y no está para nada relacionada con una falta de producto. A tales efectos, solicitamos a todos Uds. instalen en los medios gráficos y radiales la seguridad [de] que durante el año 2010 se respetarán los precios de venta cumpliendo en un todo el plan GARRAFA PARA TODOS establecido oportunamente y se abastecerá con más producto al mercado de GLP que el absorbido en el año 2009 para su consumo interno. Necesitamos que este esfuerzo comunicacional se realice de INMEDIATO, para lo cual solicitamos su colaboración al respecto. Hágannos llegar por este mismo medio vuestra acción, la que formará parte de un expediente".
Así, antes que los técnicos, cobraron vuelo los incondicionales. Fue el caso de Baratta, un desconocido que vendía billetes de lotería y que, en 2003, en el bar Molière, se acercó a Kirchner para decirle que lo admiraba. "Llamame mañana, vas a trabajar con nosotros", lo premió Kirchner. Baratta fue desde entonces el escudero de De Vido y el nexo con las empresas. Había que ver su entusiasmo en septiembre del año pasado en Río Gallegos cuando se anunció la incorporación de esa ciudad al sistema eléctrico interconectado y ofició de maestro de ceremonias. Iba y venía con la obsesión de que los equipos de sonido no taparan el escenario y que Cristina Kirchner se luciera en teleconferencia con Río Turbio. Pero intentó trasladar un último parlante, muy grande, y, ¡zas!, se oyó un ruido y se vio un fogonazo. La conexión se cortó y no hubo teleconferencia.
Quedará entre las metáforas de un ciclo. Como cuando, en abril de 2012, durante el ingreso triunfal en el edificio de Repsol YPF –mientras José María Olazagasti, Leo Pantanoli y Fabián González, secretarios privados de De Vido, se sacaban selfies en el despacho de Antonio Brufau–, Kicillof y su tropa preguntaron a los ejecutivos que quedaban: "¿Dónde está la caja?". Había sido un error de cálculo: la petrolera no tenía cash flow.
La gesta sirvió de todos modos como bisagra. Desde entonces, desoyendo cualquier homenaje a Néstor, el Gobierno intentó revocar todo lo que había hecho hasta allí. Una voltereta que terminó este año en el reemplazo de Cameron. Fue la institucionalización de una nueva era. Resignado, De Vido le propuso un módico premio: seguir como asesor en represas hidroeléctricas. Viejos conocidos, se despidieron el día de la asunción de Matranga con un abrazo público y conmovedor.
Pero el kirchnerismo es impredecible. Y cuatro días después, seis minutos antes de Argentina-Bélgica por el Mundial, otro corte dejó a Río Gallegos a oscuras e impidió allí ver el primer tiempo y buena parte del segundo. La Presidenta lo atribuyó a una conspiración. ¿Alguien estaba intentando perjudicarla? La sospecha llegó al Ministerio. Y fue Baratta, una vez más, el emisario ante Cameron. "Daniel, la Presidenta cree que la Secretaría que se va provocó el corte . Dio la orden de que no haya ningún contrato para vos."
Bajoneado, Cameron volvió entonces a Río Gallegos y retomó su cargo en Servicios Públicos Sociedad del Estado, empresa donde espera jubilarse. Ningún destino que no haya tenido que imaginar alguna vez. Después de todo, él mismo había intuido en el Caribe que un apagón podría decidir su suerte. En la Argentina, cualquier profecía energética se convierte en maldición.
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