Encender la antorcha económica: atletas y villanos de los Juegos Olímpicos, en la antesala de París 2024
Las Olimpíadas se desarrollarán entre el 26 de este mes y el 10 de agosto; a qué conclusiones llegaron los economistas que estudiaron los costos y beneficios que tiene para los países la organización de la competencia deportiva
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Ya entrado julio, en poco menos de tres semanas muchos seres humanos vamos a experimentar una metamorfosis que vivimos cada cuatro años: de golpe, nos interesarán los resultados de arquería, marcha o nado sincronizado; prestaremos atención a periodistas deportivos mal dormidos en jornadas de trabajo de infinitas horas y nos volveremos expertos en reglas de los deportes más extraños.
Los Juegos Olímpicos de París durarán desde el 26 de julio hasta el 10 de agosto, y junto con la tradicional antorcha también se enciende el interés de los economistas por este tipo de megaeventos. Se mide su costo y su beneficio en el tiempo, se analizan sesgos que tienden a arruinar la planificación previa y se investiga por qué cada vez menos ciudades se anotan para ser anfitrionas (en la recta final, París solo compitió con Los Ángeles, cuando hace dos décadas había, en promedio, 12 locaciones que pugnaban por ser sede).
Presupuestos y gastos reales
Muchos de estos ejes figuran en un muy completo estudio de economistas de la Universidad de Oxford (Bent Flyvberg, Alexander Budzie y Daniel Lunn), que pusieron la lupa en los Juegos Olímpicos celebrados entre 1960 y 2016 y hallaron que, en promedio, los presupuestos terminaron siendo 172% mayores a los originales.
Hay alguna que otra excepción y también casos catastróficos. Uno de los autores, Flyvberg, es experto en “megaeventos” (lleva analizados miles, de todo tipo, desde centrales nucleares a películas de Pixar o construcción de naves espaciales), y publicó un muy buen libro de divulgación a fines de 2022 con el periodista canadiense Dan Gardner, titulado How Big Things Get Done (Cómo se hacen las cosas grandes, aún no traducido).
En su investigación, los economistas señalan que de todos los megaproyectos, los Juegos Olímpicos se suelen llevar todas las medallas en lo que a desvíos presupuestarios se refiere. El 172% extra promedio mencionado es mucho mayor que la media para grandes iniciativas en tecnología (107%), ferrocarriles (45%) y puentes o túneles (34%).
A la hora de enumerar los beneficios de un evento de esta magnitud, los gobiernos y los empresarios interesados suelen destacar la infraestructura que quedará para la ciudad, el aumento del precio de las propiedades, y activos más intangibles y difíciles de cuantificar, como la valorización de la marca de la ciudad en el mundo, el flujo de turistas a futuro, la entrada en la modernidad, etcétera.
El caso citado como más exitoso
Esto, sin duda, fue así en un par de casos. El que frecuentemente se cita como más exitoso en la literatura de la economía de grandes proyectos deportivos es el de los juegos de Tokio, Japón, en 1964. La candidatura se ganó en 1959, 14 años después de bombardeo de Estados Unidos a fines de la Segunda Guerra que destruyó la ciudad casi por completo. En esos años Tokio y Japón en general experimentaron un proceso de crecimiento y urbanización como nunca se había visto, acompañado por el boom de industrias como la de la TV a color, una tecnología que tuvo en 1964 su debut en Juegos Olímpicos. La organización no se pasó de los US$2000 millones en costos (a valores actuales), una ganga comparado con los entre US$10.000 millones y US$20.000 millones de las últimas ediciones.
Aquí la ventaja de “puerta de entrada a la modernidad” es indiscutible, y muy probablemente lo sea también en el caso de Seúl (Corea del Sur) en 1988, y en Barcelona (España) en 1992, recordado entre otras cosas por la magia de Michael Jordan en el cuadro de básquet.
En el otro extremo del trabajo de los economistas aparecen las “catástrofes”, especialmente los casos de Montreal (Canadá) 1976, que tuvo sobrecostos de 13 veces la pauta original (tuvieron que emitir deuda a 30 años para pagar todo) y de Atenas 2004, cuyos gastos se consideran una de las causas del efecto dominó que culminó con la crisis económica griega de 2010. Por el Covid, Tokio 2020 terminó costando US$35.000 millones, en otro caso de desvío grande, aunque aquí influenciado por una causa extraordinaria.
Los “villanos atléticos”
¿Cuáles son los “villanos atléticos” que, en términos económicos, tienden a complicar la situación hasta niveles que pueden llegar a ser ultracostosos? Flyvberg y sus colegas mencionan varios sesgos y errores sistemáticos.
1) Hay temas de agenda e incentivos perversos: la mayor parte de los decisores (políticos y empresarios contratistas) tienen tendencia a seguir inflando costos y a hacer un proyecto lo más grandilocuente posible. Hay pocos contrapesos del otro lado.
2) Este efecto de “cheque en blanco” se refuerza por el hecho de que en estos casos no funciona el habitual “trade off” de los megaproyectos entre costos muy altos y mayor duración (si algún paso es muy caro, se puede reanalizar o llamar a una nueva licitación para abaratarlo). En los juegos olímpicos hay una fecha de apertura que no se puede mover; entonces, prácticamente se paga lo que se pide.
3) Hay una “maldición del principiante eterno” (que está muy bien para la agenda de reinvención personal, creatividad, etcétera, pero parece que no tanto para la ingeniería de infraestructura compleja), dicen los economistas en el paper. Es muy poca y relativa la experiencia trasladable entre una ciudad y otra, y, por lo tanto, todo el costo de aprendizaje luego casi no se amortiza. Por eso ahora las ciudades que pueden abordar un compromiso tan caro son pocas, y en general ya organizaron un Juego Olímpico (como Tokio o París), lo cual les permite reutilizar al menos parte de la infraestructura ya construida.
4) Hay ciclos y tiempos muy distintos entre el momento en que se gana una licitación (que en general coincide con uno de bonanza económica, fortaleza política, alta autoestima en general) y el de los Juegos, que suelen ser cinco años después. En ese período pueden pasar un millón de cosas que cambien el estado de situación, como sucede actualmente en Francia con Macron, las elecciones adelantadas, etcétera.
A pesar de todos estos villanos, parece haber aprendizajes y alguna esperanza a futuro. París 2024, según un reporte de Reuters, excederá al presupuesto original en “solo” un 37%. Como diría Guido Kaczka, “está mal, pero no tan mal”.
Habrá mucho aprovechamiento de locaciones anteriores y soluciones originales: beach voley en los alrededores de la Torre Eiffel, deportes en la sede de Roland Garros, arquería en Les Invalides, Taekwondo en el Gran Palacio y surf en Tahití, en la polinesia francesa, que hoy es un territorio semiautónomo.
En su libro de 2022, Flyvberg cuenta las historias de muchos megaproyectos modernos que se benefician con las nuevas tecnologías, las metodologías ágiles, la IA y otras herramientas. Por ejemplo, las películas de Pixar, que tienen ciclos de evaluación y feedback permanente que permiten “fracasar temprano y barato”, antes de llegar a una catástrofe sin vuelta atrás. O la estrategia de “modularidad” de la SpaceX de Elon Musk para fabricar cohetes con piezas y protocolos reutilizables, que eviten los sobre-costos de un “traje a medida” y permiten aprovechar en toda su dimensión la curva de aprendizaje, para eludir la “maldición del eterno principiante”.
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