En una villa comen animales domésticos para sobrevivir
Ayer los chicos del asentamiento más pobre de Rosario cuereaban un gato: por una noche la cena estaba asegurada (Foto: Mario García)
ROSARIO.- El panorama es desolador casillas de chapa falta de trabajo hacinamiento hambre y frustración. Hombres y mujeres que aún jóvenes cargan sobre los hombros con el cansancio de los que han vivido muchos años.
La villa sin nombre está a escasos quinientos metros del acceso sur de la ciudad bajo un puente de hierro del ferrocarril que hace ya largo tiempo que permanece en desuso como un triste monumento a un progreso que no pudo ser.
Cuelga de una barranca como las favelas brasileñas pero no es peligrosa al menos si se la visita a la luz del día y de la mano de un guía conocedor del laberinto que dibuja el irregular trazado de sus calles interiores y de la gente que allí vive.
"Los conozco desde hace años es toda gente de trabajo que está viviendo una situación realmente desesperada" aseguró a La Nación la concejala radical Josefa Villalba mientras acompañaba al cronista en su recorrida por el lugar.
Fue ella quien denunció allí a poco menos de diez minutos del centro rosarino que la gente se alimenta con gatos tortugas perros y anguilas. Fue ella quien logró que cuando menos por esta vez la voz de los sin voz sea escuchada.
"Cuando los chicos vienen a pedir para comer no hay caso algo hay que darles así que salimos a cazar cuises gatos lo que sea para parar la olla" confesó sin vergüenza Oscar padre de una de las cien familias que habitan la villa.
"Vivimos de la caza y de la pesca como los indios" aseguró Osvaldo. "Antes salíamos a cirujear -añadió- pero ahora no tenemos ni eso ahora no da ni para buscar en la basura porque ya nadie tira nada que nos pueda servir."
"Es verdad están comiendo gatos porque no tienen otra cosa para comer casi todas son familias numerosas con siete ocho chicos que están desnutridos que cuando no tienen otra cosa se alimentan con basura" aseguró Villalba.
La desesperanza se huele
En el aire se respira la desesperanza. Pese al revuelo que causó el periodismo les garantiza que sus padecimientos finalmente se van a conocer los habitantes de la villa no creen que sus problemas se solucionen.
Doña Gregoria madre de doce hijos lo explicó bien. "Hoy es todo muy lindo viene la televisión la radio y todo el mundo habla de lo que pasa en la villa -dijo- pero mañana se olvidan de todo y nosotros seguimos igual que siempre."
Sus reticencias son atendibles está claro pues si no fuera por la repercusión que tuvo el hecho de que se alimentaran con animales domésticos es difícil que las autoridades se hubieran apresurado tal como lo hicieron en tomar cartas en el asunto.
El mismo intendente Hermes Binner fue el encargado de poner paños fríos: "Es una situación preocupante como la que viven otras zonas de la ciudad -señaló- pero se está trabajando para que la gente pueda sobrellevar con dignidad la crisis".
La culpa es del plan económico
Binner aprovechó para disparar con munición gruesa contra el plan económico del gobierno nacional.
"La situación preocupante como la de la gente que ha quedado sin trabajo es alarmante y es obvio que hay que tratar de ser solidario con las víctimas de un plan económico muy duro" señaló.
No obstante reconoció la gravedad de la crisis social que atraviesa Rosario. "Condiciones humanitarias no existen en ninguna villa de la ciudad -admitió- y hay que recordar que aquí hay no menos de doscientas personas viviendo en villas".
Villalba coincidió con el panorama trazado por Binner aunque advirtió que "sólo Las Flores recibe buena ayuda alimentaria y es así porque tienen miedo que se repitan los saqueos los demás barrios están hambrientos y librados a la buena de Dios".
"Antes la gente de la villa hacía changas o criaba gallinas- pero ahora está todo tan empobrecido que no hay trabajo ni tampoco nada que darle de comer a las gallinas así cualquier cosa está bien a la hora de poner la mesa" agregó Villalba.
Excluidos y perseguidos
Su explicación se completa con la afirmación de que los villeros no sólo están excluidos del modelo económico sino que además se sienten olvidados y perseguidos. Ya no se les permite ni llevar a cabo la recolección clandestina de residuos domiciliarios que mal que mal era una ayuda.
Oscar quien hace meses dejó su trabajo de cartonero comentó: "Cuando salimos a cirujear la municipalidad nos saca el carro cuando vamos a pescar la Prefectura nos quita las líneas o nos corre a tiros no nos dejan hacer nada de nada".
A su lado Doña Gregoria mientras calienta en una olla desvencijada el arroz que en unos minutos más será el almuerzo familiar se quejó: "Para colmo cuando vamos al comedor nos piden un peso por familia para el gas y no tenemos".
Desde la casilla pude verse cómo corre el Paraná que se extiende más allá de una ancha avenida de doble mano heredada del Mundial 78.
El río está cerca tanto que los habitantes de la villa hace tiempo aprendieron el arte de la pesca.
La pobreza ahora les enseñó a cazar. Vaya a saber qué les deparará el futuro.