Trabajar es una manera de cambiar el mundo
Muchas veces, el período de fin de año o incluso el de vacaciones es uno de los momentos en que más pensamos en qué aporte hemos hecho a nuestras vidas y a la sociedad con el trabajo que hicimos.
Durante el resto del año andamos casi en automático presos de nuestras rutinas haciendo y sacando los temas que tenemos pendientes en nuestras listas, agendas y casillas de mail. O atajando bombas que van explotando de improvisto durante nuestras jornadas y semanas de trabajo.
Si tomásemos la diferenciación griega entre praxis y poiesis y que Christophe Dejours retoma para entender las diferentes racionalidades del trabajo, es como que de algún modo durante el año estamos centrados en la dimensión poiética del trabajar, en la lógica de la producción. Hacer, resolver, vender, curar, enseñar. Ir tachando lo que nos dijeron que se espera de nuestro puesto. Para aguantar en el trabajo, muchas veces nos vemos obligados incluso a sólo hacer foco en esta dimensión práctica como estrategia de defensa.
Sin embargo, trabajar no sólo es producir y no se limita a esta dimensión poiética centrada en la utilidad instrumental. Aunque muchas veces no nos detengamos a pensarlo, existe otra dimensión que trasciende esa dimensión instrumental. Se trata de la dimensión de la acción, de la praxis, y se encuentra implícita en ese trabajar. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la acción? Trabajar no se reduce a la aplicación de conocimientos establecidos, sino que consiste fundamentalmente en crear normas, reglas de oficio y valores comunes sin los cuales trabajar sería imposible. Al trabajar vamos dejando un aporte a la cultura que trasciende lo que hago y se encuentra ligado a una dimensión ética, a la dimensión del aporte que estoy dejando a la sociedad, a los demás, y a mí mismo a través de la movilización de mis capacidades en el trabajo.
Más allá de nuestro nivel de desempeño y de los resultados productivos, existe esta otra racionalidad ligada a los aspectos éticos y a la contribución que estamos haciendo a la sociedad a través de nuestro trabajo. Qué valores estamos aportando con las reglas que vamos construyendo con nuestro colectivo del trabajo.
No es muchas veces hasta que surge un conflicto psíquico o entre colegas, o hasta que tenemos un momento de balance (como fin de año) o de descanso (como las vacaciones) que nos detenemos a pensar y nos concentramos en esta segunda dimensión del trabajar, en la dimensión de la acción moral práctica que trasciende la acción instrumental. Porque al hacer balance o confus o al detener muchas de nuestras rutinas podemos pensar no sólo en cómo resolver los problemas de orden práctico, sino también en quién nos estamos convirtiendo y a qué mundos estamos aportando, qué mundo estamos construyendo.
El trabajo no consiste sólo en producir, sino también en transformarse a uno mismo. Y eso lo vemos no sólo en la transformación de nuestro cuerpo y nuestra expectativa de vida según el trabajo que hagamos, sino también en una transformación de los valores y en un aporte a ciertos valores. Tal vez sea este período un buen momento para preguntarnos a qué sociedad estamos aportando. Y si hace falta estar dispuestos a cambiar el rumbo porque trabajar no sólo se trata de producir ni de transformarse a uno, sino también de transformar el mundo.
lanacionarDocente y doctorando en UBA y Cnam (Fr.)
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