Tenaz persistencia del trabajo informal
En general, se analiza la información sobre el trabajo asalariado no registrado como un indicador de calidad del empleo. Actualmente, se observa que este problema llega al 40% de los asalariados, después de haber alcanzado una incidencia de casi un 50% en 2003. Esta situación estaría efectivamente mejorando.
Pero más allá de que resulta importante no perder de vista que en 1990 el problema afectaba a sólo el 25% de los asalariados y que apenas hace diez años al 36% de los mismos, vale aclarar que este indicador olvida a aquellos trabajadores no asalariados, que constituyen casi el 30% de los ocupados, la mayoría de los cuales se desempeña como trabajador por cuenta propia sin ninguna protección social. Si tomamos en cuenta este recaudo, el real déficit de empleo urbano en la Argentina es mayor (casi un 55% de la fuerza de trabajo ocupada), incluyendo modalidades de inserción laboral presentes en todos los sectores de la economía.
¿Qué explica este elevado nivel de déficit en la calidad de los empleos en la Argentina, que tiende a persistir a pesar del impacto positivo del crecimiento económico y las políticas laborales? Algunos tienden a responder este interrogante señalando que en el marco de los cambios tecnológicos a escala mundial, los resultados negativos de nuestro país radican en el carácter incompleto de las reformas estructurales llevadas adelante en la década pasada, siendo ésta una tarea inconclusa todavía pendiente. En cambio, otros atribuyen justamente a tales políticas económicas la causa de los actuales problemas laborales, señalando que éstos sólo podrán ser superados si se retoma una política de crecimiento industrial, donde el Estado vuelva a intervenir protegiendo la producción nacional y el mercado interno, al tiempo que se promueven las exportaciones. Estas posiciones encarnan hoy los principales ejes del debate en materia de estrategias de desarrollo en la Argentina.
Pero una serie de trabajos de investigación dan cuenta de una tercera tesis no suficientemente debatida. De manera independiente del nivel de protección actual de la economía, la heterogeneidad estructural se sigue profundizando. Por una parte, continúa creciendo un polo económico moderno y concentrado que funciona con niveles de productividad semejantes a las economías más desarrolladas, pero que demanda muy poco empleo. En segundo lugar, un estrato intermedio orientado al mercado interno, que se ha recuperado gracias al favorable contexto económico, pero cuya productividad no siempre alcanza para generar empleos de calidad. Por último, un estrato inferior, de subsistencia o informal, donde se encuentran trabajos cuya productividad apenas permite la subsistencia. La paradoja es que este sector también ha crecido durante el proceso de reactivación económica (se crearon no menos de 350.000 nuevos empleos de este tipo entre 2003 y 2006).
Revertir esta situación requiere sobre todo una política de educación y desarrollo integral capaz de poner en juego un proceso virtuoso de convergencia entre actividades de baja y de alta productividad, donde no sólo crezca el peso de la manufactura, sino también los servicios especializados y la producción de ciencia y tecnología. Una política en este sentido generaría efectos reales de derrame; entre otras cosas, un efectivo desplazamiento de empleos desprotegidos e informales, con muy baja remuneración, a empleos de mayor productividad y protección social, con salarios reales dignos para todos los trabajadores.
Observatorio de la Deuda Social Argentina
www.uca.edu.ar/observatorio.htm