¿Se cierran o no las brechas económicas entre varones y mujeres?
Según el último informe del Foro Económico Mundial, la paridad de género se alcanzará en unos 100 años. La buena noticia es que en 2018 se estimaba que tal cosa ocurriría en 120 años. La mala noticia es que nuestras nietas seguirán viviendo en un mundo donde no se haya alcanzado la equidad de género. Son avances demasiados lentos, si se considera que impactan directamente en la vida de las personas y en el desarrollo de los países: desaprovechar la mitad del talento del mundo repercute en las posibilidades de crecimiento, de competitividad y de innovación de toda sociedad.
En el Índice Global de Género, la Argentina ocupa el puesto 30 entre 144 países; es un promedio que parecería no estar tan mal. Si nos adentramos en cada aspecto, nuestro país ocupa el primer puesto en lo que se refiere al acceso a la salud; el número 22 en participación política; el 64 en la dimensión educativa, y el 103 cuando se analiza la participación de las mujeres en la vida económica.
Desde Grow- Género y Trabajo nos ocupamos principalmente de la autonomía económica de las mujeres. El objetivo es que puedan contar con las mismas oportunidades de desarrollo que sus pares varones y ejercer el derecho de tomar decisiones con libertad de forma efectiva. Mientras haya mujeres que no pueden poner fin a relaciones violentas porque no tienen recursos para sostenerse, o mujeres que no pueden acceder al trabajo por estar inmersas en este tipo de relaciones, o mujeres que padecen violencia o acoso en los ámbitos laborales, no podemos hablar de libertad efectiva.
¿Qué está trabando el avance? En primer lugar, las responsabilidades de cuidado, que recaen en mayor medida en las mujeres. En las áreas urbanas del país, 83,4% de las mujeres que son madres hacen tareas de cuidado en el hogar, mientras que solo 12,9% de los padres lo hacen (ENES, 2015). Estas tareas no remuneradas impactan en el tiempo disponible para trabajar y son las mujeres de los quintiles más bajos quienes más lo sufren, dado que no tienen recursos para tercerizar el cuidado.
Si comparamos la población económicamente activa -personas que trabajan o buscan trabajo-, hay una diferencia de 20 puntos porcentuales entre mujeres y varones: solo 49,1% de ellas están activas, versus 69,5% de ellos. Si consideramos solo a quienes tienen a su cargo a un hijo/a la brecha es mayor: el 92,9% de los varones-padres (mayores de 18 años) trabajan o buscan trabajo, mientras que entre las mujeres el índice es de 58,4%.
En el caso de los padres, el alto nivel de ocupación es independiente del nivel educativo, ya que en todos los niveles está cercano o supera el 90% (ENES, 2015). Entre las madres puede apreciarse una mayor relación entre el nivel educativo y el nivel de ocupación: 45% de las mujeres que tienen hasta primaria completa tienen ocupación, mientras quienes tienen terciario o más el índice es de 78%.
Otra razón para el freno al desarrollo de las mujeres tiene que ver con los sectores donde se desempeñan. Se concentran en los sectores menos dinámicos de la economía, como la salud (son el 67% del total del empleo) y el servicio doméstico (97%) y tienen baja presencia en sectores como la industria petrolera o del espectáculo.
Con esta división del trabajo perdemos todos y todas. Según McKinsey en un buen escenario, donde todos los países de una región avanzan al ritmo del que avanza más rápido, el PBI global de la región aumentaría en un 11%; y en un súper escenario, donde las mujeres de cada país de una región alcanzan los niveles de los varones en el acceso al trabajo, la mejora del PBI rondaría el 26%.
Si esto no sucede o sucede dentro 100 años, perderemos la oportunidad de ver el impacto social, económico, político y cultural que tendría la equidad de género.
Socia y cofundadora de Grow
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