Los grandes errores de los perfeccionistas que podrían evitar
En una conocida empresa, la sorpresa había impactado a todos sus colaboradores: un directora -de impecable trayectoria y siempre precisa- envió, el día y horario que previamente fuera acordado, el mail con los pormenores de la desvinculación a un alto funcionario. Pero un aspecto no consideró: el destinatario -en lugar del abogado- fue, el mismo directivo a ser desvinculado, quien se enteró en ese mismo acto de la decisión. La persona considerada menos falible, cometió el error menos pensado.
También es famosa la anécdota del gerente de marketing de una multilatina, que siempre hizo gala de su atención a cada detalle, que envió equivocadamente al grupo de Whatsapp de sus reportes directos el mensaje quejándose en lenguaje obsceno de su jefa regional.
Ambos casos tienen un factor común: aquellos que siempre fueron considerados perfectos, también son humanos...
La mayoría de nosotros fuimos educados en un contexto en el que se fomentaba y se premiaba el resultado impecable, donde se ponía foco fundamentalmente en el resultado, más allá del proceso. Y este paradigma es que el que impulsó en muchos profesionales la idea de perfeccionismo, la actitud que tiende a buscar la perfección en todo lo que hace, mejorándolo indefinidamente sin decidirse a considerarlo nunca acabado.
Es la convicción de que se puede y se debe alcanzar la perfección, siempre. No solo eso, es la creencia de que cualquier cosa por debajo de ese ideal de perfección es inadmisible.
Es el alumno que se enoja cuando recibe de calificación un 9. Es el revisar una presentación por enésima vez y seguir modificándola. Es no terminar de enviar un texto porque se está mejorando, una vez más la "finalísima versión". Es no arrancar con el plan hasta no tener el último aspecto cerrado en su totalidad. Es no cerrar nunca la reunión porque siempre queda un tema para refinar.
El gran tema es que esa búsqueda tan obsesiva por considerar absolutamente todos los detalles nos lleva a una parálisis de nunca llegar a ejecutar o bien hacerlo demasiado tarde... Y no solo eso, la perfección es binaria: o se logra ese ideal o no se logra nada. Y si se alcanzara el resultado esperado, como esa era la "obligación", no hay celebración, es sólo cumplir el mandato. El perfeccionista no puede disfrutar.
En una investigación de más de cuatro décadas, publicada en Harvard Business Review, con más de 25.000 casos analizados se concluye que son tres las características que definen a estos perfiles: inflexiblidad, estándares muy altos -para ellos y para los otros- y mentalidad de "todo o nada".
Otro aspecto que destacan es que muchas veces el perfeccionismo está originado en la aversión a equivocarse y perder el respeto de los otros. Destacan que algunas de las ventajas de estos perfiles es que suelen estar más motivados, comprometidos y trabajan más horas. Sin embargo, tienen mayor tendencia a estresarse, sufrir burnout, ansiedad y depresión. Finalmente, señalan que no hay correlación entre estos talentos y el mejor desempeño de las organizaciones, considerando que todas las ventajas que tienen se podrían opacar por los riesgos que ellos traen, no sólo para el bienestar organizacional sino también para la salud de sus integrantes.
A ello le podemos adicionar que cuando los líderes de las empresas exacerban sus comportamientos perfeccionistas, el impacto en sus equipos suele ser muy tóxico, debido a la energía que se invierte en intentar satisfacerlos, todo el tiempo.
Desde ya, la respuesta no es la mediocridad, sino el considerar que en tiempos de cambios exponenciales e innovaciones constantes, donde lo que se espera de todos los profesionales es respuestas ágiles, creativas y colaborativas, la perfección es imposible. Todos estamos "en versión Beta", ofreciendo nuestra mejor versión posible, y los errores son parte del aprendizaje. El proceso, también es el resultado. En definitiva, la imperfección es humana, como cada uno de nosotros.
Speaker internacional. Co-autor de "Diseña tu cambio"